Empecemos por decir que con lo de que la mujer “se perciba como Diosa” nos referimos no sólo a que el hombre aprenda a percibirla a ella como Diosa, sino además a que la mujer misma aprenda a percibirse como Diosa. Y no se trata de una devoción “en seco” o formal: la verdadera adoración nace a través del buen acto sexual. Sólo así la devoción es real y sentida. Todo lo demás está de más.

Comentaba Miranda Shaw que dentro del Tantra budista una de las misiones sexuales del hombre es lograr adorar a la mujer y, por vía de esta adoración, lograr descargar las energías divinas en el mundo, que únicamente se descargan así, mediante el acto sexual profundo con la mujer devenida Diosa. No se trata sólo de que ella venga poderosamente orgasmo tras orgasmo, pero lo incluye.

Por eso, reiteramos, téngase en cuenta que con esta frase de “adoración de la mujer por parte del hombre”, no necesariamente nos estamos refiriendo a ponerle a ella velas y flores alrededor del cuerpo o algo así. Eso puede ser ―si la pareja lo quiere así―, pero eso solo no es suficiente. Algunas tradiciones tántricas realizan con lujo de detalles rituales de ese tipo, pero otras tradiciones lo asumen de manera más interiorizada, sin necesidad de muchas operaciones externas. A fin de cuentas, el sentido real de los rituales no está en el ritual por sí mismo, sino en su capacidad de suspender el ego y alinear al ser humano con algo que lo trasciende. Si esto se logra por cualquier otra vía, no es imprescindible el ritual.

Cualquier clase de adoración ritual femenina entre la pareja —que el Neotantra puso de moda en el mundo occidental— es igual que nada si la principal adoración no consiste en que el hombre aprenda a hacerle a la mujer el sexo profundamente bien, y a tratarla con una deferencia especial durante la vida diaria, que nada tiene que ver con el servilismo o con plegarse a caprichos de ego femenino. La Diosa es el ser femenino verdadero que poco a poco debe emerger en la mujer, gracias a que el Dios la adora desde su ser de hombre verdadero, no desde el ego masculino.

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Esto requiere unas palabras más. Hay que saber que la humildad y la humillación son cosas distintas, aunque ambas palabras tengan un origen etimológico común, y aunque con tanta frecuencia ambas actitudes se confundan en una sexualidad desviada —a partir de esa rara identificación sexual que el cristianismo hizo entre ambas tendencias, haciendo gala de su paradójico origen romano y sentando las bases de la perversión sexual occidental moderna. Para asumir una actitud de devoción sexual sana, hay que comprender muy bien en la teoría y en la práctica que la humillación es una desviación parafílica, represiva, traumática y degenerada de la energía sexual, mientras que la humildad es un componente básico del amor, la libertad, la plenitud y la sabiduría.

La mujer como vínculo material con la divinidad

Sobre la adoración sexual del hombre hacia la mujer en el Tantra budista, comenta Shaw:

“La meta de la práctica tántrica es transformarse en deidad. Para la mujer, la senda implica comprender que ella es, en esencia, una diosa o un Buda femenino. El tratamiento que el hombre le dé a ella, la apoya en el emergimiento de su esencia femenina iluminada. Si él la trata meramente como una igual o una subordinada, ella deberá luchar contra esta visión y este tratamiento masculinos, para poder realizar su divinidad innata. Las mujeres tántricas no desean hacer esto.

[…]

El hombre también estará comprendiendo su divinidad innata y su budeidad, sólo que creyendo que la expresión de su propia budeidad consiste en honrar la divinidad de la mujer. Dentro de esta cosmovisión, el rol de la mujer es canalizar poderosamente dentro del mundo energías iluminadas, la energía de la transformación. Y el rol del hombre es ser el recipiente de estas energías, y honrarlas a ellas y a su fuente. Algunos hombres podrían discrepar, pero así es la visión tántrica”.

(«Everything You Always Wanted to Know About Tantra… but Were Afraid to Ask», entrevista concedida por Miranda Shaw a la revista What Is Enlightenment. Todas las traducciones del inglés son nuestras.)

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Que nadie vaya a creer que es fácil para una mujer aprender a percibirse a sí misma como Diosa. Quien crea que esto es fácil, está malinterpretando la cuestión, creyendo que se trata de funcionar con ego o de hacer «lo que te venga en gana» en términos de ego o personalidad. No es nada de esto: para una mujer aprender a percibirse como Diosa es algo que se encuentra en el extremo opuesto de su manera de ser hasta ahora, que combina la opresión masculina que la convierte en subalterna, con breves accesos de ego de realizar caprichos. Nada de esto tiene que ver con que la mujer aprenda a percibirse como una Diosa.

Que una mujer aprenda a percibirse como una Diosa significa recuperar su esencia verdadera ―la que se oculta debajo de los escombros del ego. Y cuando los deseos femeninos son otra vez divinos ―ya sea en el sexo o en la vida cotidiana―, entonces el hombre, con todo gusto, cumplirá con la vieja propuesta incumplida de «tus deseos son órdenes»: se trata de deseos divinos, no de deseos egocéntricos. Como puede verse, esto no es sencillo de realizar para la mujer. Esto para ella es tan arduo como para él lo es atravesar cada laberinto de emoción negativa femenina. Es realmente como abrir la caja de Pandora y encontrar todo lo que llevamos dentro y evitamos.

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En el Tantra no es sólo el hombre quien debe aprender a percibir como mujer y a hacerse responsable de la necesidad real y profunda que ella tiene de él. También para la mujer el camino implica aprender a percibir en términos masculinos lo que para el hombre significa tratar sexualmente con la Diosa que se manifiesta a través del cuerpo de ella misma. Si ella aprende a percibir la enorme necesidad que él tiene de ella, despertarán en ella sentimientos de maternidad divina y compasión verdadera, que facilitarán que ella atraviese el velo ilusorio formado por sus deseos inconscientes de reñirle a su hombre, de compararlo, de ponerlo a competir con otros hombres, de aplicarle mecanismos de control emocional absurdo que más tienen de caos que de orden, de materializar en él sus propios traumas, de amenazarle con abandonarlo, y otros rezagos de ego en la mujer.

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O sea, reiteramos, aprender a percibirse como una Diosa no es algo que la mujer logre de la noche a la mañana. El aprendizaje masculino de integrar la visión femenina, tanto como el aprendizaje femenino de integrar la visión masculina, generan entre la mujer y el hombre una experiencia de unidad absoluta en el sexo y en la vida diaria, que es imposible de lograr con ego. Superar esa imposibilidad es el camino.

Dos mitades de una naranja: Él aprende a percibir como ella y ella aprende a percibir como él

En este proceso de que la mujer aprenda a percibirse como Diosa, ayuda mucho el hecho de que el entrenamiento tántrico para las mujeres sea complementariamente el opuesto al entrenamiento de los hombres. Sobre este tema decía Sudhir Kakar, en torno a una entrevista que él mismo le realizara a un tántrico de la actualidad:

«los rituales y prácticas para las tantristas son la imagen reflejada en un espejo de aquéllas para los varones». […] «Para el tantrista varón, aprehender y experimentar la naturaleza de la feminidad (es lo opuesto con las tantristas) forma una parte importante de la práctica tántrica». (S. Kakar: «El Tantra y la curación tántrica», en su Chamanes, místicos y doctores.)

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Según el entrenamiento tántrico, si bien el hombre debe integrar en su psiquis masculina la percepción femenina ―sin perder por eso su identidad masculina―, para la mujer es exactamente al revés: ellas deben aprender a percibir el mundo también como el sexo contrario, es decir, deben aprender a integrar en su psiquis la capacidad de percibir el mundo según lo percibe el hombre. En este sentido, si el hombre gracias al buen sexo ha aprendido a percibir a la mujer como divinidad, a la mujer misma ―gracias a la visión de ella que tiene su propio amante― le será más fluido y sencillo aprender a percibirse como Diosa.

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