Tú no eres tu ego. Cuando naciste no tenías ego: eras un cuerpecito tierno de amor, abierto y asombrado de estar vivo en la Tierra. El ego lo fuiste adquiriendo después, con cada fracaso amoroso, como una protección contra el dolor y el sufrimiento tan frecuentes en un mundo habitado por personas que hasta ahora no han sabido amar realmente. Pero ya no necesitas ese escudo, si vas a intentar hacer el amor profundamente con tu pareja y conocer el verdadero amor. Si permaneces oculto detrás de tu viejo escudo, no podrás hacer este nuevo amor, porque permanecerás aislado de tu pareja, incluso mientras estén desnudos con los cuerpos unidos sexualmente, pero espiritualmente separados. A partir de ahora debes aprender a abandonar tu escudo, para volver a ser abierto y poder conocer el amor verdadero.
Cuando tú eras tú realmente
Por lo general, son escasos los recuerdos que podemos tener de cuando éramos bebés. Los primeros recuerdos que tienes de ti mismo casi siempre son posteriores. Muy poca gente llega a tener algún recuerdo extraordinario del momento de su nacimiento, o de los momentos inmediatamente posteriores a su nacimiento.
La causa de que no puedas recordar con claridad los primeros momentos de tu vida, es que en aquel entonces no tenías yo definido: no estabas enfocado en nada, ni siquiera en ti mismo, porque estabas naturalmente relajado y tiernamente diluido con las cosas y con la gente que te rodeaba. No eras diferente de nada, ni de ningún otro bebé. Todo lo que sentías e inspirabas era amor, sin contradicciones. No tenías mente a través de la que enfocarte en el pasado o en el futuro, y por eso eras absolutamente feliz.
Las molestias que a veces tenías —las que te hacían llorar—, eran un modo natural de reclamar la satisfacción de alguna necesidad realmente vital, o en última instancia eran una queja debida a alguna enfermedad real que estuvieras sufriendo —lo cual es igualmente natural. Estas contradicciones casi nunca iban más allá de su momento real, y pasado el momento, volvías a recuperar el don natural de la armonía y el amor.
Los primeros recuerdos de ti mismo que puedes tener, casi siempre comienzan a aparecer más o menos en la época en que comienzas a tener un yo —ya cuando estás gateando, o caminando, o aprendiendo a hablar, o incluso un poco más adelante. Poco a poco, y de pronto un día por primera vez te reconoces a ti mismo en medio de las cosas, ya un poco diferente de ellas. Y eso es lo primero que ahora puedes recordar, el famoso «primer recuerdo» de tu vida.
Pero este primer reconocimiento de tu propio ser, no te hace perder la armonía y el amor que continuamente sentías: si afinas bien la memoria y logras recordar lo sutil, seguro que en ese momento te sentías ligero y pleno de energía y bienestar. La pérdida de esa dulce armonía natural sólo ocurre más adelante, cuando comienza a formarse el ego. En este contexto, el término ego es sinónimo personalidad, pero antónimo de individualidad.
Una definición acertada de ego podría ser ésta: el ego es la sustancia de tu pasado que se aloja en tu subconsciente, y que hoy determina tu manera de ser —incluido tu modo particular de sufrir. El ego coincide con lo que se llama “personalidad”, si definimos este término como el modo de ser con el que no naciste, que se basa en elecciones —particulares pero convencionales— de gusto y no-gusto, de conveniencia y no conveniencia para ti. El ego es el tú que no eres tú mismo, una sustancia autónoma que llevas dentro y que crees tener bajo control, que te hace percibir y funcionar en términos de pasado, presente y futuro, y que además te obliga subliminalmente a olvidarte de que lo llevas dentro, cosa que logra mediante la estratagema de dividir y compartimentar tu conciencia.
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