Detrás de una frase tan prejuiciada y negadora como ésta del título, se esconden motivos profundamente sexuales —a pesar de que las apariencias puedan engañar. Para satisfacer la curiosidad cotidiana con respecto a si es cierto o no lo que asevera la frase: “¡Todos los hombres sois iguales!”, digamos que es cierto y a la vez no es cierto.
Entre la mujer y el hombre, sólo existe un fracaso fundamental: el fracaso del acto sexual debido a la falta de control eyaculatorio de él. Luego de este fracaso básico y continuado, cualquier hombre, poco más o menos, se transforma en el estereotipo masculino del que hablan todas las telenovelas y culebrones. En cambio, si el hombre aprende a controlar su eyaculación durante el acto sexual —un logro evolutivo sin precedentes—, entonces poco a poco él comienza a realizarse en su propio ser verdadero, y a convertirse en una persona absolutamente individual e irrepetible. La mujer nunca más le dirá: “¡Todos los hombres sois iguales!” —salvo en momentos de problemas inevitables, lo cual ocurrirá poco.
Entre la armonía y la desarmonía de la mujer y el hombre no va más que un paso: el hecho de que el acto sexual funcione bien o no funcione bien. Basta media vez que el sexo sea bien hecho para que todo tipo de fantasmas de desamor y de prejuicios se desvanezcan entre ellos; y por lo mismo, basta media vez que el acto sexual sea mal hecho —lo cual en la mayor parte de los casos significa que el hombre ha eyaculado sin control antes de tiempo—, para que todo lo logrado se retrotraiga, y comience a existir otra vez entre ellos el ego de cada uno, que los separa y los hace pensar y sentir mutuamente todo el repertorio humano del desamor, especialmente en la variante personal de cada uno de los miembros de la pareja.
Sin dudas, se requiere gran perseverancia a través del tiempo y frente a los obstáculos, para que los logros en el camino sexual se vuelvan definitivos, y gracias a eso las frases hechas de desamor se desvanezcan para siempre.
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