Esta es la historia de un amor de verano. Tiene que ver con canciones de amor, con un desengaño salado, y con que el mar Caribe y el mar Mediterráneo se comuniquen a través de algo tan inmenso como el Atlántico, repleto de sonatas del origen. La obra empieza con un acord de Llach, un Do mayor al que le añadí una novena para que tuviera el sabor dulzón y místico de las manzanas doradas de las ninfas Hespérides:

I avui que et puc fer una cançó
recordo quan vas arribar
amb el misteri dels senzills,
els ulls inquiets, el cos altiu;
i amb la rialla dels teus dits
vares omplir els meus acords
amb cada nota del teu nom, Laura.

[Y hoy que puedo escribirte una canción
recuerdo cuando llegaste
con el misterio de los sencillos,
inquietos los ojos, el cuerpo altivo.
Con la sonrisa de tus dedos
llenaste mis acordes
con cada nota de tu nombre, Laura.]

Amor de verano con sabor mediterráneo

Cierta vez, durante una entrevista, nos preguntaron a Susana y a mí cómo habíamos llegado a crear el camino del Amor Sexual, a lo cual sin dudar respondimos que todo comenzó luego de sufrir las decepciones amorosas que normalmente sufre todo ser humano, pero no dejándolas así, sino intentando remediarlas en toda profundidad; primero ella a su manera y yo a la mía, y luego cuando nos juntamos fue que todo comenzó realmente —según el viejo proverbio de que, en términos de mujer y hombre, la suma de uno más uno no da dos sino infinito—, logrando así transformar en conocimiento y en capacidad de ayudar, todo aquello que no había sido más que experiencia ardua.

Hace ya muchos años, tuve una novia catalana que me hizo sufrir bastante —lo cual a la larga le he agradecido, porque aquel intenso sufrimiento me hizo descender al fondo de la experiencia sexual humana, y regresar de esa temporada en el infierno cosechando útil conocimiento. Así que, antes de continuar este relato, debo decir que no es un lamento: envío un beso y un abrazo inmensos, que midan de Algeciras a Estambul, a mi eterna novia catalana, vecina de la nínfea Isla de las Hespérides de Deyá. El dolor que me provocó ya no me escueçe un mogollón.

Durante los diez años que siguieron a este evento, siempre que veía en el mosaico de granito del suelo el nombre de una bodega cercana a casa: “La Catalana”, todavía el corazón me saltaba en el pecho, y no precisamente por rencor sino todo lo contrario. Esa pasión llegó a permear mis ya iniciadas relaciones con la Nova Cançó de Serrat —a la par que disfrutaba al acariciar los dulcemente disonantes acords de «El marido de la peluquera» de Pedro Guerra (yo también fui de niño aquel Antoine de la película de Patrice Laconte) que el maestro Vicens le había enseñado a ella en una versión simple de bajo en RE, y MI y SI simultáneas al aire—, así como alcanzó renovadamente a mis romances universitarios con los Pere, tanto Calders como Gimferrer, a quienes podía aporrear un poco en mis más que primitivos rudimentos de català. Del tiro, aprendí a pintar con cuerdas y palabras cada nota del nombre de la hermosa «Laura» de Lluís Llach, incluso comprendiendo lo que cantaba:

M’és tan difícil recordar
quants escenaris han sentit
la nostra angoixa per l’avui,
la nostra joia pel demà…
A casa enmig de tants companys,
o a un trist exili mar enllà,
mai no ha mancat el teu alè, Laura.

[Me es muy difícil recordar
cuántos escenarios han vivido
nuestra angustia por el hoy,
nuestra alegría por el mañana…
En casa, entre tantos compañeros,
o en un triste exilio allende el mar
nunca ha faltado tu aliento, Laura.]

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Amor de verano con cuernos: una novia pa’ los dos

No hace mucho se la canté al oído a una amiga valenciana, y creo que en mi voz llegó a sentir la nostalgia que produce el exilio del amor allende el mar, y esas cosas pequeñas y tontas, como en el tumulto pisarte los pies. Uno de los elementos sufridos de nuestra historia, consistió en que mi novia catalana “me puso los cuernos” —creí yo— amb uno de mis mejores amigos de aquella época, cosa que yo no esperaba, ni de una novia con la que suponía estar viviendo un romance apasionado, un verdadero amor de verano, ni de un amigo con el que ya había recorrido unos cuantos años de relación. Bruscamente se vio rota la correspondencia mágica entre «Laura» y «De la ausencia y de ti», del Silvio que ella amaba, especialmente en el himno con el que nos habíamos identificado ambos, «Te conozco»: Te conozco desde siempre, desde lejos / Te conozco como a un sueño bueno y viejo.

Ella, que sin embargo venía del auge de la Movida barcelonesa, ante mi desinformada incomprensión monógama y patriarcal —como la del más rústico payés—, y sabiendo que me gustaba mucho la música de su compatriota Serrat, me acercó a su aparato de música y me habló a través del tema «Decir amigo». Enseguida comenzaron los acordes entre clásicos y jazzísticos del perdido y hallado Ricard Miralles, y especialmente ella me hizo un gesto significativo en la parte en que el Tarrés de La Rambla y Los tres pinos canta:

Gorriones presos
de un mismo viento
tras un olor de mujer.
Decir amigo
es decir vino,
guitarra, trago y canción.
Furcias y broncas,
y en Los tres pinos
una novia pa’ los dos.

En ese momento comencé a comprender su fraternal pasión por mi amigo, y también a comprender por qué ella no ponía reparos al coqueteo que su bellísima amiga, como Luna de Valencia, siempre insinuaba conmigo —es más: mi propia novia me advertía de ello para que lo tomara en cuenta. Evidentemente yo me había estado engañando a mí mismo: ¡Con qué gusto hubiera amado a aquella preciosa amiga náyade tan terrenalmente enamorada de mí! ¡Seguro, Serrat, mi amigo! Vamos subiendo la cuesta de este amor de verano.

¡Cómo no compartir mi pan y mi novia con un amigo con quien ya había compartido las mayores tristezas y desvelos, no ya las alegrías y los sueños! ¡Cómo no amar también a la amiga de mi novia, de ojos lánguidos como musa de Ramón Casas, si los anhelos son reales y todos estamos de acuerdo! Los domingos, sin dudas, a pelear hembras entre Salou y Cambris.

El mar del verano es el reino de sol y sal que madura la carne de muchacha, taína o pirenaica, como nereida de Sorolla en la luz de una playa mediterránea. ¡Oh amor de verano! He redescubierto el ámbito mítico-sexual, nínfeo-satírico, apolíneo-dionisíaco que intentaron llevar los pintores prerrafaelistas a sus lienzos. Venga a mí la Luna, la Diosa de las mareas. Vuele yo a la romántica cíclica.

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Una novia pa’ los dos, los tres y los cuatro

Pero, al parecer, de todos modos yo aún no había entendido del todo —a Serrat sí, pero no a mi novia. Mi novia catalana tenía su propia lectura del mensaje de Serrat: ella no compartía amigos como amantes, sino que sustituía a un amigo por otro: a uno anterior por mí, a mí por mi amigo, a mi amigo por otro… Así que ella terminó marchándose, y nunca llegó el momento de amar a aquella belleza exótica y selenita que era su amiga —lo mismo habrá pensado ella de mí: nunca llegamos a compartirnos realmente, y ella se fue bailando a saltitos con sus bellos muslos y menudos pies aquel reggae que tanto le gustaba.

En los estertores finales de la relación, antes de que mi novia catalana se marchara por completo con mi amigo, ya había comenzado para mí un proceso de empeñarme en cambiar mi relación con la mujer —proceso que ya nunca más se detuvo—, gracias al cual, según su propia jerga española, echamos el mejor polvo de su vida. Pero mota más o mota menos de polvo, se marchó con su nuevo amante, porque las cosas ya no lucían como nuevas y eso sí que no puede ser. Un amor de verano tiene que durar un verano, así haya que buscar una fila de amantes para conservarlo.

En menos de un par de semanas —lo que tardan las gónadas masculinas en agotar por completo sus reservas, y lejos aún de regenerarse—, mi (su) novia catalana le hizo lo mismo a mi amigo: “le puso los cuernos” —creyó él— con otro amigo —no sé si a él también lo puso a oír los versos salerosos de y una novia pa’ los dos o “catalanas al clavel”—, y regresó con un todavía más nuevo amante a los Països Catalans: ¡casada con él de la manera más monogámica y tradicional!

Incluso supe a través de otro amigo más —con el que ella ahora intercambiaba emails— que no le iba nada bien en su recién adquirido matrimonio o “forma patriarcal para el ayuntamiento del hombre, y la mujer, con el propósito de fundar un hogar que sirva de amparo al crecimiento de los hijos que es necesario tener, según un compromiso cuya contracción se hace bajo compromiso de fidelidad y so pena de contravención”. ¿No es ésta la definición exacta de lo que ella evitaba porque lo había superado? Al parecer no todos los caminos conducen al FICEB, sino que como siempre los caminos de la tradición para nosotros los neolatinos siguen conduciendo a Roma.

Asombrado ante este matrimonio tan tradicional, no pude evitar hacerme una pregunta compleja: ¿Finalmente el amor libre, el sexo con varios amantes y las relaciones abiertas, son una actitud nueva pero antigua ante la vida, o son una simple puesta en práctica, durante un viaje de turismo sexual, de una nueva filosofía que la moral tradicional todavía no permite practicar del todo en casa? Hablando otra vez con donaire: ¿Una novia pa’ los dos, un novio pa’ las dos, o uno o una per cápita? ¿Esta ley distributiva se aplica al amor de verano?

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Amor de verano: coda a mi novia catalana

Lo que mi (tu, su) novia catalana buscaba, y no encontró en aquel momento en mí, ni en quien me precedió, ni en quien me sucedió, ni de seguro en quien le sucedió a él: era el amor, la experiencia del placer profundo y el sentimiento edénico en una sola vivencia —¿quién no está buscando esto todavía? Sólo que ella aprendió a buscar esta vivencia primordial desde la óptica de una destapada manera de negar el ciertamente inservible matrimonio tradicional: el amor libre, o el matrimonio abierto, que por sí mismos no dan nada sino una nueva forma de llamarle a la promiscuidad: la búsqueda continua de lo que aún no se ha encontrado, pero disfrazándolo de hallazgo cada vez, especialmente durante un amor de verano.

Este fenómeno, mi (su, tu, nuestra, vuestra) novia catalana comenzó a descubrirlo días antes de decidirse por el matrimonio convencional, que es sólo la otra cara de la moneda del desgaste sexual: el amor libre desgasta físicamente, y el matrimonio convencional desgasta emocional y psíquicamente. Yo la comprendo a ella perfectamente, y no la culpo en lo absoluto: no son pocas las mujeres que actúan así siempre que nadie les da nada en el acto sexual —o sea, siempre a secas— salvo por casualidad.

Sólo que ella no debió cambiar de sistema sin avisar, jugando sola su juego: cuando ella quiso: “¡Qué actitud tan egoísta es esa de no querer compartirme con tu amigo!”; cuando ella quiso: “Ya no me gustas, ahora me gusta otro y me voy cuando lo decido, porque el feminismo me enseñó que la mujer es libre y no debe someterse a un hombre”; cuando ella quiso: “Estoy cansada de cambiar de hombre: tomaré este último para casarme con él a la manera tradicional, patriarcal”: basta de orgías: a partir de hoy: un solo sátiro para una sola ninfa.

Eliseo Diego decía que si a continuación de una historia colocas una moraleja, la echas a perder. No obstante, nos parece que esta historia lleva una moraleja, y es la siguiente. Cada cual asume las relaciones como desee: abiertas, cerradas, singulares, múltiples, en soledad o en igualdad, libertad y fraternidad. Pero eso sí: ir cambiando las reglas del juego según convenga a sólo uno de los jugadores, no es algo que podamos llamar justo. Los amantes siempre deben ponerse de acuerdo en cómo van a hacer las cosas, ya sean cerradas, abiertas, finitas o infinitas; para que de este modo, incluso si se separan, no se guarden mutuamente sino bellas memorias:

I si l’atzar et porta lluny,
que els déus et guardin el camí,
que t’acompanyin els ocells,
que t’acaronin els estels;
i en un racó d’aquesta veu,
mentre la pugui fer sentir,
hi haurà amagat sempre el teu so,
Laura.

[Y si el azar te lleva lejos
que los dioses guarden tu camino,
que te acompañen los pájaros,
que te acaricien las estrellas.
Y en un rincón de esta voz
mientras pueda hacerla oír
siempre estará escondido tu sonido,
Laura.]

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