En el film Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino —que nos parece uno de los mejores de este realizador—, Fabienne (María de Medeiros), la novia del boxeador fugitivo Butch (Bruce Willis) —una chica de belleza sui generis lusitana y bastante delgada por naturaleza—, le dice a su novio que ella sueña con tener una pancita (potbelly) que sobresalga en su cuerpo, porque considera que en ello hay un gran atractivo sexual. De seguro que nosotros también lo consideramos así, tanto como lo contrario sería igualmente atractivo: una mujer es atractiva en cualquier forma. Fabienne estará preciosa con o sin potbelly, y su amor incondicional por su hombre la llevará a gozar del sexo sin límites —si es que él puede dárselo.

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No pocas veces se ha relacionado la capacidad orgásmica de la mujer con cierta acumulación adiposa en el vientre en torno de su precioso ombligo; y por supuesto, ello conduce directamente a ver en la delgadez extrema femenina —un tipo de estética escuálida que se ha puesto peligrosamente de moda— también un “enflaquecimiento” de la capacidad orgásmica de la mujer, cuando no una magra frigidez y una seca anorgasmia. Lo de que lucir una linda pancita sea algo que conduzca por sí solo al orgasmo: eso lo dudamos mucho. Lo que conduce a la mujer al orgasmo seguro y múltiple es que el hombre aprenda a hacer bien el sexo con ella.

Pero hay que decir que en el hecho de relacionar la anorexia con la poca capacidad orgásmica de la mujer hay algo de cierto. De seguro que una chica o una mujer escuálidas por poca nutrición, es decir, exánimes por distintos grados de anorexia nerviosa, pasarán más trabajo para alcanzar el clímax; no sólo porque les faltará fuerza para llegar al rico orgasmo femenino, sino porque además, emocional y psíquicamente, la mujer anoréxica estará demasiado enfocada en absurdos conflictos gástrico-estéticos como para poder gozar libremente de un orgasmo tras otro —lo cual requiere de no poca despreocupación por parte de ella, sobre todo en el sentido de abandonar la fabulación negativa con respecto a su propio cuerpo tal y como él es por naturaleza.

Así pues, lo de que la pancita conduce al orgasmo femenino, es, por supuesto, un prejuicio, pero a lo que vamos: una idea distorsionada sobre lo “inadecuado” del propio cuerpo lleno en sus carnes, puede tender a impedir el regalo de complacerlo orgásmicamente; y lo mismo le ocurrirá al cuerpo de la mujer que se enflaquece a sí misma a base de puras tiranías dietéticas, y a puros dedos metidos en la garganta para vomitar en el retrete la comida antes de que se digiera. Pareciera baladí la pregunta, pero no lo es: ¿qué prefieres: lucir delgada o tener orgasmos y orgasmos hasta que tu jardín florezca frente a tus ojos?

Las Diosas del Amor de las culturas ancestrales casi siempre fueron de cuerpos rellenitos, y esto era todo un símbolo de su poder erótico y seductor, e incluso fértil. Una mujer que se haya forzado a ser muy delgada en contra de su propia naturaleza, no sólo será poco o nada orgásmica, sino que tal vez ni siquiera sea capaz de procrear. Estamos a punto de pensar que, bajo el hecho de querer convertir a la mujer en una caricatura escuálida de su propio cuerpo natural, se esconde algún tipo de maquinación contra la mujer, contra la fertilidad de la especie humana, contra la felicidad física y mental de las personas, y contra el poder emancipador del sexo. En un planeta tan poderosamente diverso como el nuestro, decir frente a cualquier suerte de cuerpo femenino: “Éste es el único modo en que la mujer puede lucir bella y merecer el placer y el amor”, es realmente un absurdo.

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Los patrones de belleza son sumamente relativos, cambian arbitrariamente de un extremo a otro según las épocas, y no sólo no debiéramos sufrir por no cumplir con ellos, sino que debiéramos abandonar para siempre toda esa parametración de la belleza, que no está al servicio de la felicidad y el amor entre los seres humanos, sino que sólo busca fomentar el Mercado del consumismo, las ventas, y últimamente la cirugía cosmética, «correctiva» y de implantes —sin importar si eso provoca sufrimiento, discriminación y desamor: lo único que importa es pasar la grosura del vientre de las mujeres hacia el grosor de los bolsillos de quienes hacen las operaciones y liposucciones.

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