»En la tentación del hombre, la sensualidad ocupa
el lugar de la serpiente. Pero la serpiente, en la tentación
de los primeros padres, se presenta como quien descubre
y propone el pecado, que es algo cognoscitivo. Por lo tanto,
la sensualidad es una fuerza cognoscitiva. […] La serpiente
no solamente descubre y propone el pecado, sino que
también impulsa a cometerlo. En este sentido, la
sensualidad está simbolizada por la serpiente».
TOMÁS DE AQUINO, SUMMA THEOLOGIAE
Curiosa analogía ésta que —en el fragmento que citaremos a continuación— hace el filósofo colombiano Fernando González, entre la Celestina, la célebre alcahueta del libro homónimo de Fernando de Rojas del siglo XVI, y el Diablo bajo la figura de una serpiente —“la forma más insinuante y hermosa”—, seduciendo y convenciendo a Eva en el Edén para que coma el fruto prohibido del Árbol del Conocimiento (Génesis III:5). De este modo hilarante, la serpiente, mediadora sexual entre Adán y Eva, se convierte en la primera alcahueta de la historia según la versión judeocristiana, como lo será muchísimo tiempo después la vieja Celestina entre Calisto y Melibea.
No es la primera vez que este antiguo mito de Adán y Eva se contemporaniza a formas más cotidianas. De hecho, “modernizar” los mitos bíblicos ha sido uno de los principales recursos occidentales para facilitar su comprensión por parte de masas poco letradas —con todos los riesgos de tergiversación que tal versionado implica. Las principales malinterpretaciones sobre temas bíblicos, ya desde el Medioevo, han tenido en estas modernizaciones sus principales causas.
Pero no nos parece que haya sido la urgencia comunicativa lo que llevara a Fernando González a hacer una alegoría entre el triángulo hebraico Eva-Serpiente-Adán y el triángulo hispánico Melibea-Celestina-Calisto. Fue más bien su fina e inteligente ironía volteriana profundamente anticlerical de siempre, lo que le llevó a esta alegoría, a este sistema de metáforas tan desacralizadoras, que con un gran sentido de lo carnavalesco, invierten el orden de los significantes y significados de los mitos hasta dejarlos patas arriba. En materia de sexo, Fernando suele ser sumamente desmitificador sin dejar de ser sensato. Precisamente por eso es siempre interesante e instructivo, como su querido François Marie Arouet.
Cabe decir que el oficio de alcahueta —labor antónima a la de la chaperona o carabina— no es una creación occidental. El propio término alcahueta es de origen árabe-hispánico (alqawwád), y en Las mil y una noches —tanto como, más lejos, en el Kama Sutra— aparecen alcahuetas dedicadas, previo pago o no, a su oficio de concertar citas prohibidas, adulterios y otros coitos semejantes, incluso si para ello han de realizar un largo y detallado trabajo de convencimiento, usando labias y argucias —como tuvo que hacer la serpiente en el paraíso para convencer a Eva.El oficio de alcahueta nunca fue mal con el de madama o matrona prostibularia —como en el caso de Celestina—, y en no pocas ocasiones, va ligado al del mesmerismo, e incluso se combina con artes de brujería, sobre todo, por supuesto, en la confección de filtros de amor.

Gran parte de la Plástica occidental representa el suceso de la seducción serpentina de Eva in media res, en pleno transcurso, con el curioso dato de que en ese momento la serpiente —que casi siempre tiene un rostro humano idéntico al de Eva— no era reptil sino cuadrúpeda; condición que perdió —junto con la capacidad de hablar— luego de haber conducido a que la pareja originaria, con todo gusto, se deslizara en una canal hacia el llamado “pecado original”.

En esta misma línea, según una lógica dramática tan judeocristiana como aristotélica —la mezcla teológica que hay en todo lo medieval y lo renacentista temprano—, en La Celestina los transgresores del orden de los tabúes sexuales son ajusticiados por una invisible mano divina, mediante el asesinato (Celestina), la muerte accidental (Calisto) o el suicidio (Melibea). Es la lógica maniquea que ha heredado la peor producción hollywoodense, que, por cierto, nada tiene que ver con la vida real.
Hay una excelente versión cinematográfica de La Celestina, realizada en 1996 por el filólogo y director español Gerardo Vera, con actuaciones estelares de Terele Pávez (María Teresa Ruiz Penella) como Celestina, Penélope Cruz como Melibea, Juan Diego Botto como Calisto, y Maribel Verdú, quien, si la memoria no nos falla, encarna a Areúsa. Entre la escenografía, el vestuario, la banda sonora, la dirección de arte y las actuaciones, la película resulta tan buena que parece un bordado audiovisual de la obra de Rojas.
Sin más, los dejamos con este delicioso pasaje del libro Viaje a pie de Fernando González.
FRAGMENTO DEL LIBRO VIAJE A PIE, DE FERNANDO GONZÁLEZ
“No conoce la delicia del pecado sino quien peca contra la voluntad, o sea cuando el Mundo, el Demonio y la Carne, que son uno, la Mujer, tientan al espíritu, que se resiste, pero que va cediendo. Los tres enemigos se convierten en la figura desdentada y aguda de la señora Celestina, para sonsacar al espíritu. Habla la señora Celestina largamente; hace perífrasis, cuenta cuentos; el alma dice que no, pero va caminando hacia la cita. Ese NO delicioso que pronuncian las mujeres con voz moribunda y que es el más bueno de los síes. ¿Cuál beso digno de este nombre no ha ido acompañado del NO femenino y suplicante? Ese NO le da al amor el aspecto de la batalla y la alegría del triunfo. NO…, y resbalan los labios femeninos contra los del hombre, y éste experimenta la alegría del guerrero que cogió una bandera enemiga. ¡Y en verdad que el hombre fue el vencido! ¡Oh, divino poder del pudor! El pudor da todo su encanto al impudor. Es porque somos destructores; la hembra de los insectos casi siempre devora al macho, y nosotros, los hombres no gozamos sino venciendo y desgarrando la resistencia púdica.
Gusta del pecado quien lo aborrece o lo teme. Casi se mueren de delicia Adán y Eva en el Paraíso, pues su terror supremo era la manzana, y comieron de ella… Espectáculo para oídos y ojos divinos aquel Paraíso, cuando fue la hora de la siesta: Eva, desnuda, el vaso de la juventud por antonomasia; tenía quince años y medio; el sol tropical le había dorado la piel; era una perfecta naranja en su epidermis; su juventud era tanta, que la carne se le mecía con un movimiento de ebriedad de la fuerza interior; sus ojos tenían el brillo y la suavidad atrayente de todo su ser que no podía resistir tanta felicidad en potencia.
Estaba reclinada en el lecho que formaban dos raíces de curvas suavísimas del árbol prohibido. Sólo esa hora de la siesta pudo haberla llevado allí… ¡Qué imprudente! El Diablo, en la forma más insinuante y hermosa, una serpiente, le susurraba al oído, por primera vez en la historia de la tierra, los empalagos y suavidades de Celestina. ¡Espectáculo para ojos y oídos divinos! ‘No, no…’, repetía Eva en el colmo de la felicidad, en un susurro, hasta que acabó de comer la manzana…
¡Feliz tú, señor Diablo, que recibiste en tus oídos de serpiente el primer NO que acompañó al primer pecado de amor! Para Adán y para todos nosotros, pobres herederos, han sido las sobras de la manzana y del NO. ¡Pobre Adán! Para ti Eva no pronunció el NO; ya había perdido el pudor; a ti fue ella quien te urgía, y tú fuiste el resistido. Tú fuiste, padre Adán, el primer marido…
Ese no del amor es un sí; por eso fue allí, en el Paraíso, donde el hombre se hizo rábula. ‘No fui yo sino la serpiente; yo no quería’, contestó Eva a Dios. Entonces fue cuando el hombre y la mujer quisieron por primera vez ampararse en la letra. Pero no; la mujer obraba de buena fe al decir que ella no había querido; la mujer nunca quiere; el amor es su destino: si el amor fuera en la mujer voluntario, no tendría gracia ninguna; está dedicada al amor, fatalmente”.
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