La verdadera utilidad de cambiar de posición durante el acto sexual no radica en superar un supuesto aburrimiento de la misma posición, pues entre dos que se están amando realmente no existe el aburrimiento, aunque permanezcan una hora haciéndolo en la misma posición, incluso en esa del «misionero» que tendenciosamente es considerada elemental o aburrida —idea que ponemos en tela de juicio en otro artículo.
Más importante que superar un supuesto aburrimiento, es ir variando el trabajo y el alcance del pene dentro de la vagina, y por eso no es necesario cambiar tan radicalmente de posición, sino que sólo con ir haciendo ciertas variaciones ya se logra el objetivo. El acto sexual, en término de posiciones, es semejante a lo que dentro del arte de la composición musical se llama «armonía»: mientras menos bruscas y más fluidas sean las variaciones y los movimientos, más bella queda la obra de arte. Reiteramos que lo que importa no es hacer gimnasia y sudar, sino ir variando el alcance y la profundidad del pene en dependencia de lo que la vagina necesite, y de lo que el pene sea capaz de ir dando.
Reiteramos que es conveniente no convertir el tema de las posiciones sexuales en algo importante en sí mismo. Y conviene no cambiar de posiciones como algo mecánico. Hay mujeres que para sentir placer y amor y llegar al orgasmo, necesitan estar muy cerca de su hombre física y emocionalmente. Eso sólo lo logran en posiciones amadas por ellas, donde la cercanía física, emocional y psíquica es total. Esto, por supuesto, no es sólo una cuestión de en qué posición estén haciendo el sexo, sino que además depende de cuánta intimidad cotidiana tenga la pareja, viviendo y comunicándose. Cambiar mucho de posiciones, y sobre todo algunas posiciones que tienen más de gimnasia que de amor, de hecho puede impedir la intimidad, el placer, el orgasmo y el amor.
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