No son pocos los problemas mundiales de la actualidad. Pero si miramos bien, podemos ver que todos o la mayoría de los problemas globales tienen una causa común: la superpoblación. Simplemente, somos demasiados para un solo planeta, y eso provoca desgaste planetario tanto desde el punto de vista ecológico como de recursos. Y obviamente, esto mismo genera competencia por los recursos, lo cual es sinónimo de guerras de rapiña. Por más que los poderes digan que las guerras tienen causas políticas, étnicas o religiosas, las causas reales son económicas: usar la fuerza para apropiarse de los recursos de otro, y así sustentar el consumismo de una población cuadriplicada.

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Por supuesto que nosotros no estamos abogando por la «solución» tétrica que practican la mayoría de los poderes que hoy rigen el mundo: «rebajar el número» de la población mundial mediante enfermedades graves, epidemias, guerras, hambrunas, etc. Esas son soluciones tan maquiavélicas como paradójicas. Los líderes religiosos, políticos y económicos necesitan adeptos por montones, e indolentemente fomentan el crecimiento masivo de la población. Y tampoco estamos apoyando a raras ONG que abogan por la “auto-extinción de la humanidad”, tales como VHEMT u otros semejantes.

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Nuestra propuesta es mucho más simple: que el hombre y la mujer aprendan a hacer el sexo bien. ¿Qué significa aprender a hacer el sexo bien? La respuesta a esta pregunta está en cada uno de nuestros escritos.

Tanto fomentar el crecimiento de la población como «rebajar su número» son hijos genuinos de la estupidez humana. Nos parece que el problema debe realmente solucionarse en la raíz. Obviamente la superpoblación tiene raíz sexual. ¿Alguien puede dudar que la superpoblación tenga otra matriz que la fábrica humana de hijos? Por la parte masculina, la superpoblación se basa en el descontrol del hombre de su capacidad de procrear; y por la parte femenina, la superpoblación se basa en la ilusión de la mujer de sustituir por hijos el amor que no le hacen. Sin estas actitudes erróneas del hombre y la mujer, ningún poder podría aprovecharse de la procreación humana.

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Más allá de métodos anticonceptivos artificiales, terapias de planificación familiar y campañas de concientización que evidentemente no están funcionando, el hombre y la mujer debieran comenzar a dejar de ser parte de una masa inconsciente que sirve de pasto al Mercado, al consumismo, al proselitismo o al fanatismo de cualquier tipo, y en general debieran dejar de ser baterías de un sistema maquiavélico que aprovecha la energía sexual humana para mover procesos que en realidad van en contra de la humanidad.