Para el hombre, el mayor paso evolutivo —el que realmente posibilita que él deje definitivamente atrás a su simio interior— es aprender a hacer bien el amor, lo cual inicia cuando él se dedica a aprender a controlar su eyaculación. Los animales hacen sexo cuando lo dictan las hormonas de la reproducción de su especie: la hembra en celo atrae al macho al cortejo, el cortejo conduce a la competencia entre machos, y finalmente desemboca en el juego sexual entre hembra y macho. Y el juego sexual —generador de poderosas tensiones y ansiedades— cumple la función de potenciar la eyaculación automática del semen en cuanto el pene entre en la vagina. En el caso animal, el placer sexual es una estratagema que garantiza el retorno del macho al ciclo reproductivo.

Se supone que para el varón de la especie humana todo esto no debiera ser así —pero sí lo es, más allá de la aparente evolución sexual humana. El sexo humano cumple varias funciones: generar amor, fortalecer los lazos de la pareja, fomentar la evolución psíquica y la emancipación de la conciencia, y sólo unas pocas veces en la vida implica reproducir a la especie y asegurar un marco de crecimiento de los descendientes. Pero en rigor, el acto sexual humano, más allá de lo nominal, no está cumpliendo las funciones que se le suponen. El amor escasea, las parejas se rompen continuamente, y en materia evolutiva, el ser humano cada vez se enajena más, vive la vida que le dictan los mass media y no la que emana de su propio ser, y se esclaviza cada vez más con el Mercado y la tecnología. Y si la mujer no queda embarazada cada vez que hace sexo con el hombre, ello se debe, no a que el sexo humano no es meramente reproductivo —pues sí lo sigue siendo—, sino a que la probabilidad de embarazo en cada coito es más baja de lo que pensamos, y a que además usamos métodos anticonceptivos artificiales que interrumpen mecánicamente el viaje de unión que el espermatozoide masculino ya ha comenzado a hacer cada vez hacia el óvulo femenino. La eyaculación del hombre sigue siendo tan automática como la del resto de los animales. En materia evolutiva, el sexo sigue siendo la asignatura pendiente del ser humano, y el paso evolutivo fundamental en este sentido el hombre lo dará cuando gane el control voluntario y consciente de su sexualidad.

Pareciera un chiste el acto de que el hombre aprenda a «luchar» contra hábitos eyaculatorios viejos y sempiternos, basados de hecho en la biología humana «normal». Pareciera una labor tonta lo que podamos hacer durante algunas décadas de nuestra vida, frente a decenas de miles de años de costumbres sexuales animales que la raza humana lleva muy dentro de sí. Sin embargo es necesario comenzar a hacerlo; y es un hecho real el que el hombre puede lograr aprender a controlar su eyaculación en sólo un poco de tiempo. E incluso con respecto a la posibilidad de que nuestra especie evolucione aún más, no debiéramos ser tan egoicos como para no poder echar a andar un proceso cuyos frutos tal vez no veremos del todo cosechados en vida.

Pero en realidad, evolucionar sexualmente no es un deber, sino un enorme gozo. Para el hombre que aprende a ser un gran amante, no hay nada como llevar a la mujer a través de innumerables orgasmos, hasta que ella desee, de hecho, hasta que la última gota de placer femenino sea derramada sobre el pene. Porque así, más que el mero placer animal de una venida —en caso de que ésta ocurra—, el hombre lo que experimenta es la recuperación de su mitad perdida en la existencia, una felicidad que sin dudas dura hasta mucho más allá de la alcoba y más allá del momento en que se termina de hacer el sexo.

Que el hombre no sepa controlar voluntariamente su eyaculación, es algo que rompe el equilibrio de la pareja y es fuente de problemas de todo tipo: que el acto sexual no funcione es, de hecho, la fuente real y básica de todos los problemas de pareja, tanto como aprender a hacer bien el sexo es la fuente de la felicidad básica. Pero, reiteramos, todo el camino de aprendizaje es dulce. Si nos imaginamos una escalera que sube desde el infierno al paraíso, podremos comprender que cada escalón subido es el paraíso con respecto al anterior.