La autoridad no tiene nada que ver con ser «el que manda», ni mucho menos tiene que ver con fruncir el ceño, alzar la voz, o imponer criterios —todos estos son síntomas de falta de autoridad. La verdadera autoridad es la capacidad masculina de permanecer amando sin eyacular, incluso en las sensaciones sexuales más elevadas y durante los orgasmos. Y como reflejo de esto, autoridad es la capacidad de tener firmeza en el carácter y rectitud en la vida. De la verdadera autoridad emana el buen orden en el mundo, y sólo cuando ésta falta, es que nacen el caos y la confusión.
La mujer debe llegar a sentir que puede abandonarse sin temor a su inocencia, y ser plácidamente conducida por el hombre hacia el amor. Ésta es una condición natural de la feminidad. Pero para que ella pueda hacer esto, el hombre debe ser hombre verdadero, debe recuperar su autoridad natural para amar —su capacidad de permanecer haciendo el sexo sin eyacular a pesar de los exquisitos placeres e intensos orgasmos femeninos—, y así restaurarle a ella en la práctica la confianza absoluta en él. Esto se logra paulatinamente mediante el entrenamiento con el ejercicio que hemos recomendado, y sobre todo mediante la práctica del amor. Cuando él comienza a lograrlo, entonces la mujer descansa en él con dulzura —como es su anhelo hacerlo—, ella se convierte en su universo, y el hombre a su vez se convierte en la medida de ese universo. Pues ese universo necesita medida y dirección, necesita control, porque si no lo tiene, se convierte en un infierno, se convierte en el caos sin control en el que vive la pareja y por el cual después, cuando ya no puedan soportarlo más, tendrán que separarse y buscar una nueva pareja para comenzar otra vez desde cero.
Si el hombre no es capaz de traer a la relación esta energía masculina de orden y autoridad natural, de todos modos la mujer lo fuerza a él a hacerlo poniéndolo muchas veces de mal humor, e incluso a veces creando situaciones emocionales extremas que lo obliguen a él a que imponga el orden por la fuerza. Llegar a eso, es señal de que un poder espiritual muy necesario está faltando en los hombres.
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