…la Triple Diosa, representada por
tres gráciles mujeres cogidas de brazos…
ROBERT GRAVES
Existe un mito muy famoso que nos informa sobre el que tal vez fue el primer certamen de belleza femenina de la historia. Se dice que en cierta ocasión —y por motivos que ahora serían muy largos de contar— el dios Zeus encomendó al joven troyano Paris que seleccionara cuál entre tres diosas, Afrodita, Atenea y Hera, era la más bella. Paris llevaba una manzana. Se trataba de la famosa “manzana de la discordia”, que además de estar hecha de oro macizo, tenía una inscripción que decía: PARA LA MÁS BELLA, y sería el premio de la diosa elegida.
Cada una de las diosas se desnudó por completo y exhibió —como en una pasarela— sus exquisitas formas femeninas frente a Paris, para que él dictaminara cuál era la vencedora. Existen muchísimos cuadros de todas las épocas que ilustran este momento en que las diosas se exhiben frente a Paris.
Cada cuadro sobre el tema del Juicio de Paris —tal como ocurre también con los cuadros que recrean el tema mítico de las Tres Gracias, ambos tan semejantes en la forma— trata de pintar a las diosas según los ideales de belleza del momento; y es asombroso ver cuánto cambian los cánones de belleza de una época a otra, si bien en cada época específica los parámetros ya no son relativos sino rígidos y la mujer que no cumpla con ellos no es considerada bella.
El mito del Juicio de Paris pareciera una versión patriarcal, competitiva y desmejorada del antiquísimo mito de la Triple Diosa —Virgen-Ninfa-Diosa, los tres aspectos de la sexualidad de la mujer— expresado en las imágenes de las Tres Gracias. Por desgracia —como en casi todo en la sociedad contemporánea— es la versión patriarcal de los mitos lo que más ha marcado el devenir humano hasta hoy. No la igualdad y la plenitud sino la inequidad y la desigualdad, no el equilibrio y la paz sino la inestabilidad y la guerra, no el amor y el gusto por toda mujer sino el desamor y la discriminación de las mujeres según razas o cánones arbitrarios de «belleza»: estas son malas herencias patriarcales de las que no sólo no nos hemos librado, sino que incluso han empeorado últimamente.
Cada época ha tenido sus Tres Gracias
Las “Tres Gracias” de Pompeya (siglo I d.n.e.) son largas y delgadas, casi sin pecho pero con grandes traseros según el gusto romano; las de Botticelli (s. XV) son más bien llenas pero de cinturas estrechas, ligeramente atractivas pero recatadas y con rostros de madonna religiosa; las de Rafael (s. XVI) son robustas y musculosas, de cinturas anchas y de sexualidad reprimida pero sugerida; las de Baldung (s. XVI) son delgadas y con senos adolescentes; las de Cranach (s. XVI) son cortesanas de cuerpo aniñado; las de Rubens (s. XVII) son regordetas, con carnes sueltas y de sabrosas celulitis, de pechos medianos y blandos, en poses muy sensuales que llaman abiertamente al sexo; las de Van Loo (s. XVIII) parecen salidas de la corte de los Luises de Francia, delgadas, bellamente panzuditas y con bucles en el pelo; las de Cézanne (s. XIX) son macizas y primitivas, incluso toscas, son arquetipos de feminidad pura sin marcas convencionales de belleza; las de Renoir (s. XIX) son femeninas y graciosas cualesquiera que sean las formas de sus cuerpos…
Y las “Tres Gracias” de hoy —tal como las que pintó Milo Manara— lucirían como Miss Universos, pornostars o cantantes de pop, serían seguramente delgadas en extremo, o tal vez lucirían pechos grandes de silicona, labios retocados por cirugía estética, y facciones siempre caucásicas, occidentales. En cada época, cada pintor de las “Tres Gracias” y cada uno de los que las miraron en los cuadros, creyeron que no había otro modo de que la mujer fuera bella. E inequívocamente sólo el 1% de las mujeres reales lucían así, y el resto de las mujeres, el 99% de ellas, no eran consideradas bellas, y debían esforzarse por lucir como el 1% elegido. ¡Vaya modo de venir al mundo a sufrir!
Por supuesto que la belleza es relativa
Basta echarle una ojeada a 2 ó 3 de las numerosas versiones de las “Tres Gracias” para comprobar que los ideales de belleza son tan relativos, que el único patrón que se mantiene de un cuadro a otro a través de los siglos, es que son tres cuerpos de mujer. ¿Cómo es posible creer que sólo tres mujeres, o incluso una, es la más bella? La elección masculina de cuál es la mujer “más bella”, decantando a las demás como “menos bellas”, es una pesadilla que constantemente vive cada mujer.
Es nuestro inmenso desamor por la mujer, lo que, para intentar “lucir” bella y merecer el amor, la lleva a ella a elegir algo tan descabellado como la delgadez extrema —que de cualquier modo, sea cual sea la teoría que respalde, no le será bueno ni grato a su salud. Nuestros constantes juicios de Paris sobre la mujer, la conducen a ella a esas encrucijadas absurdas; y estas elecciones y diferenciaciones siguen conduciendo al mundo a guerras.
No puede conducir a nada bueno hacer sufrir a la mujer. ¿A cuáles Tres Gracias nos toca seleccionar en esta época como las más bellas? ¿A las tres más delgadas, o escuálidas? Y entre ellas, ¿cuál es la más bella? ¿La más cadavérica? Son absurdas todas esas elecciones de cuál es la más bella. Toda mujer merece amor, merece ser amada tal como es. Toda mujer es absolutamente bella.
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