Comencemos este artículo reiterando lo que dice su título: las mujeres no sólo sí se masturban, sino que gozan mucho haciéndolo, o pueden llegar a gozar mucho del placer autoerótico si logran deshacerse de todas las prohibiciones sexuales que desde niñas les programan en el subconsciente. Por ejemplo: “¡Eso no se hace!”, “¡Déjatelo tranquilo!”, o “¡No te toques ahí!” Son realmente pocas las madres y padres que —como puede leerse en algunas de las anécdotas que al respecto cuentan Masters & Johnson, tomadas de sus propias investigaciones sexológicas— no se inmiscuyen en eso, y dejan todo a la iniciativa espontánea y natural.
Luego de tan represiva infancia, las mujeres crecen, y hasta edades avanzadas permanecen no sólo sin tocarse ahí, sino que incluso nunca miran hacia ese rumbo —y las hay que ni siquiera permiten que el hombre se acerque al perfume de su vulva. Por cierto que ahí —en el rincón más placentero de la existencia humana— es donde más la mujer debiera tocarse y ser tocada. Eso traería a la vida cotidiana todas las risas que ahora le faltan.
Y no es que la mujer deba sustituir la masturbación por el acto sexual —difícilmente ella sustituya una cosa por otra si cuenta con un amante que se haya dedicado a aprender a hacer bien el sexo. Pero el caso cierto es que la masturbación femenina y el acto sexual van muy bien juntos, y el orgasmo femenino durante el acto sexual se facilita si la mujer, con toda toda la frecuencia que desee, se da al gozoso entrenamiento de deslizar con fruición sus dedos sobre sus joyas más sensibles.
Un tabú muy viejo con unos prejuicios enormes
A pesar de que hay quienes todavía creen que las mujeres no recurren a la masturbación, las ideas sobre esto han cambiado mucho. Numerosos estudios desde la década del ’50 del siglo XX hasta nuestros días, han demostrado que las mujeres se masturban muchísimo más de lo que se ha creído —aunque lo confiesan mucho menos que los hombres—, e incluso se sabe que son más las niñas que los niños que comienzan a masturbarse en edades tempranas, mucho antes de la pubertad.
La masturbación femenina, por supuesto, no sólo no es ningún problema sino que es una más entre las dulces y deleitosas manifestaciones de la sexualidad femenina. Como decíamos antes, la mayoría de las mujeres no eyaculan ningún líquido que les haga perder capacidad sexual al llegar al orgasmo; y ellas, si liberan su mente de prejuicios, pueden a través de la masturbación pasar un delicioso momento de éxtasis orgásmico en solitario o en compañía.
En algunas culturas antiguas —de Asia, Europa y América— tener orgasmos juntas gracias a la masturbación era un intercambio íntimo más que las amigas gozaban entre ellas, tales como cocinar, charlar, o pasear, sin que eso fuera visto como homosexualidad o motivo de separación de sus hombres.
Una jugosa anécdota sobre masturbación femenina
Se han hecho estudios al respecto, y se sabe que en gran medida la mujer que, sola o con su hombre, no tiene ningún reparo en estimular su vulva manualmente y gozar con ello, es siempre una mujer más capaz de llegar al orgasmo que la que todavía siente culpas y tabúes al masturbarse, y que la que nunca se masturba por temor a transgredir normas morales que en realidad debiera dejar atrás. Debido a estas normas, son muchas las mujeres que se masturban a escondidas, sin confesarlo nunca, y que por ese mismo temor nunca llegan a nada con la masturbación.
Nadie debiera reprimir la masturbación de la mujer a la edad en que ella desee comenzar a hacerlo, pues eso le limitará la capacidad de ser plena en la autoexpresión, tal vez convirtiéndola en un ser infeliz a lo largo de toda su vida. La masturbación y el placer son derechos tan importantes y respetables como la alimentación o la libre expresión. La escritora y sexóloga norteamericana Betty Dodson —autora del libro Sexo para uno, el placer del autoerotismo, y gestora de famosas campañas por la liberación sexual femenina— ha relatado una anécdota sobre su relación con su madre, que resulta muy interesante:
“Fue mi primera campaña telefónica para empezar a poner en marcha la liberación sexual de las mujeres.
Una de esas llamadas fue una conferencia a Kansas —con mi madre. Tenía sesenta y nueve años y vivía sola desde que se quedó viuda hacía algún tiempo. Le pregunté sin preámbulos: «Madre, ¿te masturbas hasta llegar al orgasmo?» Oí un balbuceo y luego un silencio, hasta que al fin contestó: «Pero Betty Ann, ¡por supuesto que no! Soy demasiado mayor para esas cosas». Inmediatamente me lancé a explicarle la relación que existe entre la masturbación y la buena salud. Lo debía hacer, aunque sólo fuera como un ejercicio físico para mantener las paredes vaginales lubricadas, para la secreción hormonal y para tener los músculos del útero en forma. Además, era una manera de relajarse y olvidarse de todo. Incluso sería bueno para su dolor de espalda. ¡Y también podía hacerlo para pasarlo bien!
Esta vez hubo un silencio muy largo. «Pues no sé, cielo. Tiene sentido lo que dices. Siempre tienes unas ideas tan originales, pero creo que tienes razón.»
Cuando volví a hablar con ella dos semanas después, ¡fue maravilloso! Se había masturbado sin ningún problema y había alcanzado el orgasmo. Dijo que lo había pasado bien y que había dormido mucho mejor. Luego se rió y dijo que no se podía comparar con lo autentico.
Con esa llamada empezó nuestro diálogo sexual, que no había existido en los últimos veinte años. Empezamos a incluir el tema del sexo en nuestras conversaciones. Intercambiábamos información sobre la masturbación y nos contábamos nuestras historias de masturbaciones. Se masturbaba con regularidad cuando era pequeña. Cuando salía con mi padre, a menudo se masturbaba al llegar a casa, porque le habían entrado ganas de marcha. Así se mantuvo virgen hasta la noche de bodas. Después de casada no se volvió a masturbar. Una sorpresa para mí: se acordaba de verme masturbándome en el coche a los cinco años, cuando íbamos camino de California. No se me había ocurrido pensar en el espejo retrovisor y no tenía ni idea de que me hubiera visto. ¿Por qué no me dijo que lo dejara? «Era un viaje muy largo —me explicó—; lo estabas pasando muy bien, y yo no quería molestarte.» Por su propia experiencia, recordaba la masturbación como un placer sano. Se lo agradecía de verdad. La quería mucho. Había sido educada por una madre orgásmica”.
(Fragmento tomado de Sexo para uno, el placer del autoerotismo, de Betty Dodson.)
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