La práctica de construir templos cristianos encima de templos “paganos” localizados en centros de poder de las culturas dominadas, fue una práctica generalizada en la Antigüedad, y también fue utilizada posteriormente, dondequiera que las culturas occidentales llegaron en plan de conquista y colonización. Por ejemplo, en el Caribe taíno —la primera región conquistada en América—, los primitivos templos cristianos se construyeron sobre centros ceremoniales asociados a la religión de los cemíes; y aún hoy día en México, constantemente se descubren, bajo los cimientos de iglesias católicas, templos prehispánicos cuyas piedras fueron utilizadas para edificarlas.
Así que no es extraño que la catedral de Notre Dame —según escribe Burgo Partridge en la siguiente cita tomada de su Historia de las orgías— haya sido construida sobre un altar de Cernunnos, como tampoco es raro que el demonio cristiano por aquel entonces haya adquirido tarros y astas y condición de varón sexual y terrenal —características que no aparecen en las Escrituras como demoníacas—, y que toda mujer que adorara al dios astado y no siguiera una sexualidad reproductiva y servil, fuera declarada bruja y quemada en la hoguera.
La religión católica, supervivencia del imperio romano en el mundo actual, siempre ha sido, por esencia, una herramienta colonial y una masa política incorporativa en cuya estructura todo cumple un rol “malo” o “bueno”, movible a conveniencia. El ideal de hombre que convenía y conviene al Poder —antaño religioso y hoy político— es el de la sumisión confusa, y el ideal de mujer es el de la paridora paradójicamente asexual. Evidentemente era necesario desaparecer a Cernunnos, dios de la rebeldía, la naturaleza, el sexo y lo terrenal, sembrándole encima un enorme monumento a la subordinación.
Fragmento del libro Historia de las orgías, de Burgo Partridge
“Muchas de las religiones paganas estaban relacionadas o acabaron por confundirse con la brujería, como demuestran algunas características del culto a divinidades como Cernuno, el dios cornudo, uno de cuyos altares fue descubierto bajo los cimientos de Nuestra Señora de París. La Iglesia cristiana probablemente inventó la figura de la bruja medieval para explicar los fenómenos eróticos ya descritos, creando de ese modo un modelo con el que pudieron identificarse quienes sentían la necesidad de expresar su desacuerdo con la postura de la Iglesia respecto a temas sexuales. Muchas de las historias relacionadas con la brujería —como las confesiones de haber mantenido relaciones sexuales con el diablo— pertenecen al ámbito de la fantasía sexual, como también las visitas de los íncubos y los súcubos, y una gran parte de las «experiencias» de los que hacían sus pinitos en la magia negra y las drogas constituyen uno de los factores potenciales que posibilitaban esas fantasías (se decía, por ejemplo, que las brujas se untaban el cuerpo con una sustancia que les permitía volar. La formula de esa sustancia nos es conocida, ha sido analizada y sabemos que condene atropina y belladona, drogas capaces de producir alucinaciones. Por otra parte, la fantasía del vuelo es un conocido símbolo inconsciente de la relación sexual). Aun así, el culto existía.
El término «brujería», tal como se empleaba para describir las actividades de determinados grupos europeos hasta la mitad del siglo XVII, se presta a confusión, ya que abarca cuatro fenómenos, relacionados aunque decididamente diferentes.
En primer lugar, tenemos la adoración del dios cornudo en sus distintas variantes (como la de Cernuno), que Margaret Murray estudio a fondo. Se trataba esencialmente del culto a un dios pagano, pero en la mente de los cristianos, que, como las mentes inmaduras en general, tiende en exceso a un proceso psíquico denominado descomposición, surgió una confusión con los demonios cristianos. En segundo lugar, reinaba cierto horror supersticioso, nacido de la histeria y de las alucinaciones eróticas, que quedó incorporado en las «pruebas» y las acusaciones que se presentaban en los procesos contra las brujas, para complicar el asunto. Seguramente, en tercer lugar, este horror en sí acarreó verdaderas calamidades achacadas a la hechicería. Y, en cuarto lugar, enfermedades y catástrofes inexplicables, que hoy calificaríamos de «obras de Dios», se atribuían entonces a «las brujas».
Hay muchas razones para suponer que la adoración del dios cornudo era una réplica de las priapeyas, las liberalias y las dionisias de la Grecia y la Roma antiguas, aunque, con toda probabilidad, se asemejaban más al modelo romano que al griego. La celebración incluía danzas, un festín ceremonial y multitud de relaciones promiscuas. A su llegada, las brujas saludaban al jefe del conciliábulo con el beso obsceno, que se daba en las nalgas o en una máscara atada al trasero. Durante su iniciación, podía pedirles que lo besaran en cualquier parte de su cuerpo. Los miembros femeninos del conciliábulo tenían la obligación de mantener relaciones con la divinidad demoníaca o, mejor dicho, con el jefe del grupo, siempre que éste lo requiriese, lo que nos recuerda la jus primae noctis. Se cree que el hombre se dotaba de un falo artificial para tal propósito. Las confesiones de las brujas relativas a su copulación con el diablo describían con frecuencia su miembro, que era «largo como medio violín», «cubierto de escamas de pez», «parecido a la verga de un mulo», «frío como el hielo», «ardiente», etcétera. Algunas afirmaban que siempre lo dejaba colgar fuera de los pantalones, otras, que consistía en un cuerno, y «por eso las mujeres gritan tanto». Desde luego, todas coincidían en que resultaba doloroso, y solo un falo metálico puede explicar las constantes referencias a la gelidez del pene del diablo”.
(Tomado de Burgo Partridge: Historia de las orgías.)
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