La pintora e ilustradora erótica danesa Gerda Wegener (Copenhague, 1886 –  Frederiksberg, 1940), si bien conoció la fama por su obra, al parecer no tuvo ella misma la vida tan lírica y sensualmente colorida que sí nos muestra en sus acuarelas eróticas. Cuando apenas iniciaba el siglo XX, se casó con el artista plástico Einar Wegener, quien luego se haría varias cirugías de cambio de sexo hasta casi convertirse en mujer —con el nuevo nombre de Lili Elbe—, lo cual provocó numerosos escándalos en los medios de la época —década del ’20 del siglo XX—, y que el rey de Dinamarca finalmente anulara el matrimonio de Einar y Gerda.

Se cuenta que la propia Gerda —cuyo nombre en ocasiones se escribió como Greta, otra variante germánica del mismo nombre Gerd pero más popular en el mundo occidental— fue quien, sin querer, había iniciado a Einar en el travestismo, al pedirle que se vistiera de mujer y usara medias sobre las piernas y zapatos de tacón, y posara para ella cuando su modelo se ausentó por algunos motivos. Luego de sentirse vestido y retratado como mujer, Einar descubrió que prefería ser de ese sexo, y Gerda lo apoyó en las sucesivas operaciones de cambio de sexo, la última de las cuales —nada menos que un implante de útero— le provocó la muerte. Poco antes de la muerte de Lili, Gerda se había casado con un hombre italiano.

 

LAS FRESCURAS DE EROS

Como en el caso de tantos otros artistas transgresores, el éxito de la obra de Gerda nació, no en su país natal, sino en París, ciudad que siempre ha amado las transgresiones, especialmente las sexuales. El sexo entre mujeres —que en los cuadros de Gerda casi siempre es sexo sáfico más que lésbico—, parece haber llamado mucho la atención de la autora, a pesar de que todo indica que disfrutaba mucho del sexo heterosexual que tuvo con su segundo esposo.

En su serie de acuarelas eróticas titulada Les Delassements d’Eros (1925) —que tal vez podemos traducir como Las frescuras de Eros, con el mismo doble sentido que en francés—, por lo general, junto a las mujeres que hacen el sexo o viven experiencias sexuales de todo tipo, se coloca un antifaz negro en el suelo, dibujado de modo que parece haber sido recién retirado del rostro: es la máscara de los tabúes sexuales, que se han quitado los personajes que en sus pinturas hacen el sexo rompiendo tabúes; máscara que también deberán quitarse quienes contemplen su obra si realmente desean deleitarse con ella. Asimismo algunos personajes parecen estar disfrutando de un ambiente sexual carnavalesco, propuesta que se refuerza con el simbolismo de la máscara.

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‏‍Las temáticas son variadas dentro de la propuesta sexual muchas veces sáfica: una hermosa chica de cachetes colorados y voluptuosas piernas separadas que, ayudándose con un espejo, mira como sus propios dedos frotan los labios de su vagina; dos muchachas que contemplan dibujos eróticos antes de hacer el amor —una de ellas ya acaricia con los dedos la vulva de la otra—; dos jóvenes de bellas piernas y carnosas nalgas que se hacen el 69 entre exóticos cojines; una dulce jovencita que sin vergüenza alguna muestra su vulva depilada a un romántico cisne —¿Leda y el Cisne, tomando ella la iniciativa?—; una ninfa que, entre gemidos de gozo, cabalga a un sátiro con toda pasión bajo una parra de negras y ubérrimas uvas; un satirillo que ha aprovechado el dulce sueño erótico de una dama, para hacerle cosquillas con una pluma de pavorreal en la delicada y bella vulva, que le ha quedado descubierta debido a que el viento ha alzado su vaporosa falda; un hada maravillosa de rubios bucles y alas de mariposa, que bebe los néctares de la vagina de otra joven, morena y travestida…

Son cuadros de líneas seguras, excelente composición y selección de colores, por lo general cálidos; ambientes idílicos incluso para escenas relativamente violentas; y figuras exquisitas, delicadas y refinadas, cuyas formas a veces tienden a un cierto manierismo —en el sentido profundo que da Arnold Hauser a este término: desproporción, deformación y ruptura en pos de un significado (El manierismo, 1965)— que sólo busca acentuar el erotismo y nunca llega a lo grotesco.

La obra de Gerda Wegener resulta ser todo un universo erótico que no deja de anhelar, para su autora y para todos, una vida sexual más plena, libre de tabúes y llena de sublimes gozos.