Édouard-Henri Avril (1843-1928), pintor francés nacido en Argel —ciudad de remotos ecos del erotismo oriental mediterráneo—, tal vez por eso prefirió los puntos de vista más abiertamente eróticos de los mitos que llevaba a la plástica. Sus obras son muy explícitamente sexuales, y sin embargo nunca son grotescas ni de mal gusto. Su tono es siempre de un realismo y un naturalismo tan semejantes a los del arte antiguo, que a pesar del sexo gráfico, es difícil que alguien de la actualidad pueda catalogarlo de mera pornografía —aunque en su propia época su obra sí fue tachada como flagrante pornografía, hasta el punto de que a veces tuvo que firmar con pseudónimos.

Aunque no fue la única época que representó, la Antigüedad grecolatina fue figurada por él en todo su esplendor sexual —todo un mundo ajeno a la represión sexual que vendría después con el cristianismo—, en francas orgías eróticas, con genitales y penetraciones bien manifiestos sin escamoteos, y con anhelantes reminiscencias del sexo libre en tiempos prehelénicos —provenientes de épocas en que predominaba el culto sexual a la Diosa, previo a la monogamia posterior implantada por los griegos.

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UNA VERDADERA TERAPIA SEXUAL

Pocas veces tenemos la oportunidad de disfrutar de escenas plásticas que logren reflejar tan fielmente la verdadera vida sexual de la Antigüedad —griega principalmente—, antes de que el Medioevo devastara la salud sexual de Occidente. La obra de Avril, contemplada sin prejuicios, con la mente abierta, apreciada con el corazón realmente, resulta una eficaz terapia sexual que ayuda a despertar energías sexuales profundas que alguna vez se han dormido bajo el influjo de una insana represión sexual ejercida por el Poder, o ya incluso por uno mismo. Con obras como estas no se necesitan otros afrodisiacos.

Al parecer, Avril prefería representar el sexo cotidiano más que el sexo mítico, y no escatimaba detalles sustanciosos: glandes rojos sorbidos con fruición, senos inflamados de placer, labios vaginales hinchados y lamidos por hombres y mujeres, mujeres que cabalgan a sus hombres junto a otras que esperan su turno, parejas unidas en éxtasis de placer rodeadas por objetos fálicos y vulvares, mujeres practicando el tribadismo —frotando vulva con vulva— mientras un hombre se les suma… En una de sus obras aparece incluso la famosa  tradición de la desfloración ritual, durante la cual la mujer, con entusiasmo, se sentaba sobre el pene de piedra de Príapo, y le ofrecía a este dios su virgo antes de dejarse penetrar por ningún hombre.

Avril suele representar el acto sexual en pleno progreso, y con abundantes rupturas de tabúes que eran más fuertes en su época que en la nuestra: ménage à trois tanto de dos mujeres y un hombre como de una mujer y dos hombres, zoofilia, masturbación, personajes célebres durante el acto sexual, y un hecho que, aunque parezca sencillo y cotidiano, en realidad no es frecuente ni siquiera en la actualidad: mujeres gozando plenamente del placer sexual.

Por supuesto, a Safo no podía hacer menos que representarla en pleno cunnilingus con una de sus discípulas, sin rodeos eufemísticos, aunque en un ámbito poblado de ninfas y sirenas que se hacen el amor mutuamente, símbolos de mujeres arcaicas que no tenían el menor límite sexual.