Cuántas cosas hoy son desechables. Incluso ya pretendemos cambiar de planeta tal como cambiamos de pareja, o de camisa, o de bolígrafos desechables: gastar cuanto antes, botar, y sustituir por uno nuevo: increíblemente estamos pensando en cambiar de planeta cuando terminemos con éste. Algunas descabelladas teorías científicas proponen «terraformar» el planeta Marte, o sea, crear allí mediante procedimientos tecnológicos una atmósfera respirable y la fuerza de gravedad necesaria, plantar una cantidad épica de árboles en todo el planeta, generar lluvia y agua potable, etcétera. Esto significa que la idea es ir a hacer allá lo que todavía no hacemos acá. Vaya quimera.
Si Marte es, en cuanto a potencialidades ecológicas, un hermano de la Tierra y el mayor candidato a ser convertido en una «segunda Tierra»: ¿quiere eso decir que vamos a gastar a ésta para irnos a consumir a aquel? ¿Qué es la Tierra, un planeta «desechable» al que, a un ritmo cada vez más acelerado, podemos seguir convirtiendo en un gigantesco invernadero, hasta dejarlo transformado en un verdadero infierno de volcanes y lluvias ácidas y sin vida, semejante a Venus, para luego marcharnos a consumir Marte? Y cuando tengamos que desechar Marte y dejar de ser marcianos, ¿en qué nos convertiremos? ¿Cuál será el nuevo planeta desechable? ¿Titán, la luna helada de Saturno, otra buena candidata? ¿Qué seremos entonces? ¿Titanes? Unos titanes de la destrucción es lo que seremos.
En la Tierra, debido a la excesiva e irracional actividad humana —con la superpoblación como causa básica— en unos pocos siglos posteriores a las Revoluciones Industriales hemos estado destruyendo todas las condiciones naturales y los recursos que la inteligencia planetaria ha tardado miles de millones de años en construir, y ahora vamos a dedicarnos a viajar durante todo un año a Marte, para construir allí de modo artificial —en un proceso que durará ¡miles de años!— todas las condiciones que aquí no sólo no hemos cuidado sino que hemos destruido sistemáticamente. ¿No hemos cuidado las condiciones que ahora tenemos, y vamos a ir a fabricar la vida en otro planeta?
No necesitamos otro planeta: somos uno con la Tierra
Si observamos una de las fotografías satelitales de la Tierra, podremos amar nuestro «planeta azul». Su color azul salpicado de blanco se debe a los océanos, que ocupan aproximadamente las tres cuartas partes de la superficie planetaria, y a la gran cantidad de nubes de muy diversos tipos y altitudes, formadas por humedad condensada. La Tierra es el único planeta conocido que alberga vida —fruto de una evolución de miles de millones de años.
La vida se debe a la presencia equilibrada de varios factores, entre los que se encuentran: gran abundancia de agua y composición química variada; se encuentra a la distancia necesaria del sol —ni muy lejos ni muy cerca—, como para que las temperaturas medias sean idóneas; fuerza de gravedad justa como para permanecer en su superficie, sin salir despedidos hacia el espacio exterior debido a la falta de gravedad ni ser apachurrados contra la superficie debido al exceso; atmósfera respirable constituida principalmente por nitrógeno y oxígeno; el contacto de la luz del sol con el oxígeno crea la capa de ozono, que además de filtrar el calor, nos resguarda de la radiación…
Las culturas antiguas concibieron al planeta como Madre Tierra, es decir, como cuerpo que nos da todo y nos protege amorosa y nutriciamente de la infinita negrura del cosmos. Somos nuestro planeta y nuestro planeta es nosotros, hemos evolucionado juntos. Es absurdo creer que iremos a otro planeta a crear artificialmente las condiciones naturales que no hemos cuidado y hemos destruido en el nuestro en unos pocos siglos.
En realidad es como decía un personaje de Tarkovski: No necesitamos otro planeta.
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