«¡Qué es el cielo sin la tierra, mujer! ¡Y cómo podría el varón alcanzar acabado cumplimiento si la reina mujer no intercediera por la negra alma del hombre!»
(Carl G. Jung)
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Este comentario de Jung (que estaba enterado de tantas cosas) se refiere a los ritos marianos que practicaban los alquimistas en torno a la figura de María, con ritos sexuales o no sexuales. Al fin y al cabo, cada mujer es María, y la virginidad femenina es una condición espiritual más que física. La mujer que es bien amada comienza a recuperar la inocencia de cuando era virgen y deja atrás los residuos de desamor que componen el ego. El pene sin ego y el gozo acrecentado pueden obrar milagros en la mujer y funcionar para ella como un gran borrador que elimina el karma y el sufrimiento —el equipaje del ego, que engendra todas las formas ilusorias de eso que llamamos «personalidad». Cada gozo, cada orgasmo, y más, cada expansión de la preciosa conciencia femenina, iluminan a la mujer —y con ella al hombre. Es un camino dificilísimo pero real.
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