Las psiquis de la mujer y del hombre son el reflejo de sus respectivos genitales. La psiquis de la mujer es interna, secreta y receptiva como su vulva —especialmente como su vagina—, tanto como la psiquis del hombre es externa, manifiesta y proyectiva como su pene y sus testículos. El pene y la vagina, uno inserto hasta el fondo de la otra —el pene llenando el continuo vacío de la vagina y la vagina siendo al fin el puerto de la continua búsqueda del pene— simbolizan la unidad original y plena recuperada por el ser humano.
Incluso en el caso de una mujer supuestamente «externa», que aparentemente es de mucho hablar, ella realmente hablará poco de sí misma; y si se trata de una mujer que parece hablar mucho de sí misma, ella hablará muy poco de su vida interior, o de lo que realmente le importa —especialmente en materia de sexo. En última instancia, si ella habla de sexo, no será de sus anhelos más profundos. El gozo sexual es para la mujer algo demasiado sagrado como para hablarlo a la ligera. Y si ella hoy en día aparentemente habla con desenfado sobre sexo —como los medios le han forzado a hacer, según un supuesto proceso de emancipación sexual, el cual realmente obtiene logros sólo aparentes—, entonces ella estará hablando externa y superficialmente, sin de veras sentir en su interior lo que dice. Lo importante queda adentro.
Siguiendo esta misma línea, en el caso de un hombre introvertido o «interno», de los que aparentemente se reservan todo para sí, igualmente él seguirá teniendo una psiquis externa como sus genitales —especialmente en lo que concierne al sexo. Es él quien será capaz de aprender, y sobre todo implementar entre la mujer y él, todo lo que realmente importa para hacer que el sexo funcione bien. Solamente él, y no la mujer, podrá aprender a extenderse psíquicamente y, junto con su pene, alcanzar el fondo sexual, emocional y psíquico de la mujer, llegar a la profundidad anhelante dentro de ella, y tomarle su amor. La mujer, por más que se informe en los medios, por más que hable, por más que se lo proponga y lo intente, por sí sola —sin que sea el hombre quien lo haga— no logrará insertar dentro del acto sexual los cambios realmente fundamentales para que todo comience a funcionar bien, como ella anhela.
Lo que sexual y psíquicamente la mujer y el hombre tengan de lo opuesto de sí mismos, es decir, lo que ella tenga de externa y proyectiva, y él de interno y receptivo —tal como los genitales femeninos tienen parte externa y los masculinos tienen parte interna—, no les sirve a ambos más que para complementarse y funcionar como una unidad perfecta en el acto sexual y en la vida.
Debido a estas diferencias psíquicas y sexuales entre lo femenino y la masculino —que podríamos llamar diferencias psicosexuales, y que tienen base energética, no solamente educativa o social—, es que, por ejemplo, las enseñanzas sexuales del Oriente, tales como el sexo tántrico, la mística sexual cabalista, la sexualidad sufí, y el sexo taoísta, enfocan sus enseñanzas en la instrucción sexual del hombre. No es por machismo —que nada de eso tienen esos caminos, y sí mucho de adoración sexual de lo femenino— sino porque es el hombre quien necesita aprender a hacer bien el sexo. La mujer —detrás del velo de desamor que la falta de conocimiento sexual del hombre ha creado en ella—, ya está iluminada, ya es la Diosa de la Luz, la Diosa del Amor, la Diosa del Placer, y sólo espera, incluso sin saberlo o sin decirlo con estas palabras, a que el hombre aprenda a lograr hacer junto con ella el tremendo vuelo sexual que ella ya es capaz de hacer.
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