Hay situaciones —médicas más que estéticas— en que, desde hace décadas, se decide colocar implantes sintéticos de senos. Pero indiscutiblemente es la cirugía estética —el aumento de pecho—, la que más casos reporta en todo el mundo. Hoy por hoy se realizan cientos de miles de implantes cada año.
Casi todas las épocas han tenido cánones de belleza tan ideales como arbitrarios, pero ninguna época ha sido tan extrema como la nuestra en este sentido. La llave maestra de la locura actual es el desarrollo tecnológico. Ya desde fines del siglo XIX se hicieron intentos por aumentar artificialmente los senos y otras partes del cuerpo femenino por motivos “estéticos”, para lo cual se experimentó con las más disímiles sustancias, con resultados a veces muy adversos —incluidas raras reacciones inmunológicas, y también mastectomías.
Luego de mucho experimentar con la silicona desde época tan temprana como la primera mitad del siglo XX —no pocas veces con resultados muy indeseables—, finalmente las fórmulas actuales se han declarado bastante confiables y “compatibles” con la salud de la mujer… por ahora. Con los implantes pasa lo mismo que con los transgénicos: hay muchos intereses en juego, que minan la “objetividad” y la veracidad de los resultados de los análisis científicos de los riesgos. Esto en el mejor de los casos, porque en el peor de los casos los efectos secundarios nocivos se esconden de la opinión pública, o se paga grandes sumas de dinero para que las autoridades sanitarias o los afectados hagan silencio. Los casos adversos y fatales no se publicitan, y en cambio los aparentemente exitosos son los que se toman muy en cuenta. Al fin y al cabo, tanto los implantes como los transgénicos, si llegaran a tener efectos secundarios adversos para la salud, ello sería a tan largo plazo, que para ese entonces las causas estarán convenientemente perdidas de vista u olvidadas.
Anteriormente la silicona se inyectaba en los senos, pero ese método trajo tantas reacciones adversas que fue abandonado. Lo más común hoy es el implante: una bolsita de forma más o menos anatómica, rellena con la mezcla de silicona, que se inserta dentro del seno. Los sitios conocidos por los cuales se introduce el implante en la mama son tres: por la axila, por la parte inferior del globo mamario, o por la areola. Depende, entre otras cosas, del tipo de seno que por naturaleza tenga la mujer el tipo de método que se seleccione para el implante; pero en cualquiera de los tres casos es necesario practicar una incisión de tamaño suficiente, por lo que el procedimiento se considera una cirugía. A veces la cicatriz de la incisión por donde se introdujo el implante puede percibirse a simple vista, sobre todo si se trata del método de la incisión mamaria o de la axilar. Esto por supuesto está en relación con la habilidad del cirujano estético y con el coste de la operación.
Cada vez con menos edad, las chicas —bajo el influjo del bombardeo mediático subliminal, principalmente la pornografía— comienzan a considerar que sus senos no tienen la forma “idónea”, y proceden a ponerse implantes. Hay muchas mujeres que, con no mucha edad, ya han pasado varias veces por el quirófano por motivo de retoques de senos, confiriéndole a sus pechos esa apariencia gomosa y tersa —que persiste incluso en decúbito supino— que en general tanto desnaturaliza el amor y la belleza de los senos reales. Se han dejado engañar hasta el nivel cuántico por los vendedores de tretas.
La extrañeza de esos senos endurecidos y artificialmente parados, de esas nalgas implantadas, de esos labios inyectados, de esas caderas, cinturas y muslos corregidos por “lipoescultura”, no significan sino pasos hacia un futuro no muy lejano en que tal vez el hombre acabe de renunciar completamente —ya ha dado grandes pasos en este sentido— a su deber natural de amar a la mujer en toda su compleja profundidad, y la sustituya por una muñeca parlante de silicona, con agujeros —un agujero vaginal, un agujero anal y un agujero bucal— para introducir el pene en pos de lograr la masturbación asistida a la que aún la mujer real no se presta por completo; agujeros a través de los cuales por suerte —según dicen los promotores de las lovedolls o “muñecas sexuales”— no salen ni menstruación, ni excrementos, ni palabras de reproche, ni exigencias de orgasmos, ni demandas de amor, ni reclamos de paseos…
La mujer que admite siliconarse el cuerpo y la mente para parecerse a un mito de belleza ideal que la niega por esencia, está jugando al mundo distópico —que ayer fue literatura de ciencia ficción o de anticipación, pero que hoy cada día está más cerca— en que la mujer de carne y hueso será desplazada por completo por las robóticas muñecas sexuales, tal vez recibidas con aplausos por ella misma —tanto el hombre le ha lavado el cerebro—, porque así podrá dedicarse a tiempo completo a ser activista por los derechos de la mujer real. ¡Vaya paradoja!
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