Una vez, en cierta entrevista, la periodista nos preguntaba si nos parecía realmente posible que el hombre actual —sumido como está en su egoísmo sexual inconsciente—, renunciara a su eyaculación, en favor de hacer bien el sexo con la mujer. Con aquella pregunta, tal parecía que el hombre “se sacrificaba” por la mujer cuando él aprendía a demorar su propia eyaculación para hacer más y mejor sexo con ella.
Para responder aquella pregunta, tuvimos que empezar por aclararle a la periodista que el control de la eyaculación no es un “sacrificio” para el hombre, sino una práctica que él mismo hará con enorme gusto en cuanto descubra que, gracias a eso, el placer sexual se multiplica por 10, y que los orgasmos, sin eyaculación, son un corrientazo de placer que llega hasta el cielo. Y lo mismo hay que decir sobre nuestra propuesta de que el objetivo principal del sexo es hacer gozar a la mujer —lo cual en realidad es una técnica que el erotismo oriental (el Taoísmo y el Tantra, por ejemplo) lleva milenios poniendo en práctica. Te recomendamos que leas este artículo completo, para que no llegues a conclusiones erróneas sobre esto que decimos.
Un prejuicio sexual de los más antiguos, y por tanto de los más creídos y de los que más impiden hacer bien el sexo, es la idea de que el acto sexual se hace para complacer el hombre. Este prejuicio de que el sexo se hace para complacer al hombre, aparentemente se ha superado en las últimas décadas —aunque en realidad continúa oculto en la conciencia de la mayoría de las personas, y es la causa profunda de que tantas y tantas mujeres, para evitar ese burdo acto sexual falocéntrico, continúen alegando dolor de cabeza, cansancio o menstruación. En esta misma línea de la equidad y la inequidad entre los géneros, hay un prejuicio sexual un poco más reciente que dispone, y casi obliga, a que los hombres y las mujeres seamos iguales; y en términos de acto sexual eso significa que entonces, al menos teóricamente, ya el sexo no se hace para complacer al hombre, sino que, como mujeres y hombres somos iguales, el sexo se hace para complacer a la mujer y al hombre por igual. Debemos decir que esto también es falso, y durante las décadas de supuesta emancipación femenina en que este nuevo prejuicio se ha puesto en práctica, lo cierto es que el acto sexual no ha mejorado ni un pelín.
El cuerpo y la mente forman una unidad. No sólo mediante ejercicios se aprende a hacer buen sexo: también es necesario cambiar nuestras ideas sobre el sexo. Los latinos decían Mens sana in corpore sano, los taoístas dicen que la energía sigue a la mente, y los tántricos dicen que para detener el semen hay que detener la mente. Aplicando estas nociones al sexo, debemos decir, una vez más, algo que hemos reiterado mucho debido a su importancia: que el hombre cambie la noción que hasta ahora ha tenido del sexo, significa un gran paso evolutivo desde el punto de vista sexual. Sin cambiar las concepciones erróneas sobre el sexo, el sexo no mejorará, por muchos y sofisticados que sean los ejercicios con los que entrenemos sexualmente.
Hablando de modo más llano, para concluir: lo que todo esto significa es que, que el hombre tenga bien claro que el acto sexual se hace para deleitar y complacer a la mujer —y no para complacerse a sí mismo, ni para complacerse ambos por igual—, es algo que le ayuda a él a controlar su eyaculación tanto como le ayudan las contracciones de los ejercicios que hemos recomendado para aprender a controlar la eyaculación. Y reiteramos también lo del principio: que el hombre comprenda que el buen sexo se hace para la mujer, no es cuestión de algún tipo de abnegación o martirio: cuando el hombre aprende a hacer el sexo para la mujer, desenfocado de sí mismo, él dentro de ella el comienza a experimentar unos niveles de placer y orgasmos tan elevados, que él todavía no los ha conocido ni durante el sexo egoico para sí mismo, ni durante las más frenéticas masturbaciones.
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