Tradicionalmente se ha llamado «bajas pasiones» a aquellos deseos que todo ser humano lleva dentro, relacionados con lo prohibido, lo transgresor, lo supuestamente inmoral, lo considerado pecaminoso o rompedor de tabúes, etc.
Por lo general, se considera que la «actitud correcta» con respecto a las «bajas pasiones» es evitarlas, reprimirlas, sacarlas de la vista, actuar como si no existieran —pero también, por lo general, esa represión o control sobre las «bajas pasiones» es lo último que las personas desean hacer o hacen. Más bien lo que desean es abandonarse por completo a esa vivencia tan fuertemente estimulante de poner en prácticas sus «bajas pasiones», con respecto a las cuales lo más que hacen es mantenerlas en secreto.
Hoy queremos decir que no hay ningún problema con las llamadas «bajas pasiones». Las pasiones siempre son «bajas», si no, no fueran pasiones. Lo sexual que se haga sin que en ello participen las «bajas pasiones», no es placentero en lo absoluto, no tendrá sustancia real. Y es que con el poder de «lo bajo» es que las «bajas pasiones» se elevan hasta lo más alto, hasta donde nunca llegarían si no hubieran sido estimuladas concretamente en «lo bajo».
Nada que no nazca abajo puede volar muy alto, y nada que no busque volar muy alto merece la pena, porque no nos da placer un placer que nos haga evolucionar como personas. Los seres humanos somos seres de lo bajo y lo elevado juntos: una cosa sin la otra no sobrevive. Las grandes pasiones, las realmente emancipadoras, cada cual debe buscarlas en su propio «abajo» y elevarlas mediante el buen acto sexual.
Igual que los viajes mágicos de la Antigüedad —durante los cuales, para ascender había primero que bajar—, asimismo los grandes actos sexuales empiezan primero abajo —físicamente en los genitales, y emocional y psíquicamente en el estimulante poder de la «baja pasión» (lo que sea que eso signifique para cada cual)—, y luego es que suben y alcanzan el cielo del placer y el amor.
Las que se llaman «bajas pasiones» —en un sentido más fútilmente moralizador que real— responden todas a una misma necesidad de realización sexual, a una sola búsqueda de placer. Las llamadas «bajas pasiones» —no hay que enumerarlas aquí: cada quien sabrá de qué estamos hablando específicamente para sí— las llamadas «bajas pasiones» ni siquiera tienen que ser llevadas a la práctica en un sentido concreto.
Sin «bajas pasiones» el sexo no tiene gracia: es una postal vacía, una frase sin sentido, un movimiento sexual sin verdadera sensación de placer. ¿Quién quiere dejar a un lado sus «bajas pasiones»? Nadie. Tus «bajas pasiones» no son sino tú. Puede ser —y esto sólo «puede» ser— que alguien logre, disciplinándose de algún modo, dejar a un lado sus pasiones consideradas «bajas» por consenso. Pero sus «bajas pasiones» siempre regresarán, porque su mente se formó de ellas: si no, no existieran dentro de sí mismo. Las propias «bajas pasiones» no hay que reprimirlas —eso sería como poner un dique a un poderoso río: una bomba de tiempo. Las «bajas pasiones no hay sino que comprenderlas.
En realidad las «bajas pasiones» son el poder sexual de cada cual, su propio eros, pero disfrazado de lo epocalmente transgresor. Ni aún llevando las «bajas pasiones» a la práctica, éstas quedan satisfechas, porque sus formas son aparentes, son envolturas con las que la represión sexual cubrió y disfrazó nuestros deseos sexuales más profundos. Nadie nació con esas «bajas pasiones», sino que todos las adquirimos por el camino, a medida que nuestra sexualidad básica fue reprimida, y más adelante ya nunca supimos como realizarnos plenamente en lo sexual. Sólo el disfraz transgresor queda de momento satisfecho cuando ponemos en práctica las «bajas pasiones». Pues la cuestión es ir hasta la raíz de la baja pasión: que es el más puro placer sexual realizado. Esa realización sexual ninguna forma transgresora la alcanza, por bizarra que sea. Lo prohibido y las transgresiones cambian con las épocas, pero la búsqueda básica del placer del ser humano es trascendental.
El verdadero acto sexual, por la vía normal pero perfectamente hecha, deleita y complace todas las «bajas pasiones». Porque las «bajas pasiones» en realidad ni son «bajas» ni tienen ninguna forma: son sólo una imaginación que —según la imaginería de lo prohibido en la época— le imponemos al gran placer que deseamos. La idea, la forma, el disfraz de la «baja pasión» se desvanece cuando el gran gozo sexual se experimenta. El buen sexo y el mayor gozo sexual son capaces de sanarnos mentalmente, de convertirnos en personas sanas.
Lo cierto en este sentido es que el sexo profundo —el sexo bien hecho con tu amante— satisface desbordantemente: hasta la más delirante «baja pasión» se queda sin terreno físico, emocional y físico en el cual sostenerse. Puede que haya algunas «bajas pasiones» más duraderas que otras, o más profundas en dependencia de su antigüedad en la vida de la persona. Pero todas nacen de la única búsqueda del placer absoluto en el ser humano, y se disuelven en el placer profundo, el más profundo que existe: el que se genera durante el más profundo acto sexual.
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