El telesexo y el teleamor han tomado mucha fuerza en los tiempos del COVID-19. Uno de los mayores temores de la gente con respecto al confinamiento por la actual pandemia de COVID-19, es si la cosa pasará definitivamente en unos meses, o si en realidad se trata de una nueva conspiración del poder. Son muchos los que temen que el coronavirus más reciente (ya sea que se trate de una mutación natural o de una creación maligna de laboratorio) sea sólo un elemento de una serie de pandemias (COVID-19, COVID-20, COVID-21…) para intentar mantener apartados a los seres humanos (más de lo que ya estamos), e incluso separarnos de la naturaleza y confinarnos dentro de los hogares el mayor tiempo posible.
Esto de estar todo el tiempo sin salir del hogar, pareciera una ventaja para la vida sexual. Pero como normalmente las parejas no saben hacer bien el amor, la convivencia aumentada y la mayor intimidad pueden producir roces o problemas. Las mujeres y hombres ya casi no saben cómo convivir en armonía ni hacer del sexo un camino, y eso sirve de pasto para lo que se considera que debe ser el sexo dentro de un «nuevo orden mundial»: aumentan exponencialmente las relaciones sólo a distancia, el sexo por videoconferencia, el sexting, las webs de ligue, los chats eróticos y el consumo de porno para masturbación en solitario.
Los tiempos de COVID-19, ¿una «prueba piloto» del poder?
Los más informados son los más suspicaces, y se preguntan si el actual confinamiento por el COVID-19 no es más que una “prueba piloto” del poder, a ver qué tal funciona el aislamiento humano extremo, a ver si es posible empezar a eliminar espacios públicos y convertir en fenómenos “a distancia” no sólo las clases de escuelas y universidades, sino además fomentar las compras únicamente online de todos los artículos vitales, los empleos a través de Internet, e incluso eliminar el dinero físico y volverlo totalmente virtual, reducido a tarjetas de crédito o débito, monederos electrónicos, créditos de tiendas y empresas, implantes de microchips biométricos y transhumanos, y cosas por el estilo, que pongan totalmente nuestra economía (y por tanto nuestra vida y nuestra libertad) en manos de un poder como el capital bancario, cuya inhumanidad es por todos conocida.
Es como si se hubiera hecho realidad alguna pesadilla postcapitalista de un cuento de Ray Bradbury o Michael Ende, o de uno de los maestros de la distopía (Huxley, Orwell…), en que los humanos andamos con máscaras respiratorias o cubrebocas porque ya no podemos respirar normalmente ni acercarnos mutuamente a menos de 1 metro, por riesgo de contagiarnos de algo raro. Una pesadilla que en los ’80 o los ’90 del siglo XX parecía lejana, pero mire usted qué cercana está hoy.
El telesexo y el teleamor en los tiempos del COVID-19, no es una opción
En griego, el prefijo “tele” significa “desde lejos” o más exactamente: “a distancia”. Por eso el nombre “Telémaco” (el hijo de Odiseo) significa “El que pelea de lejos”, y por eso “televisión” significa “ver a distancia”, “teléfono” significa “hablar a distancia”, “telégrafo” significa “escribir a distancia”, “telepatía” significa “sentir a distancia”, y lo mismo para las “telecomunicaciones”, “teleconferencias”, “teledirigidos”, “telediarios”, etcétera. Por cierto que la televisión, la telebasura, las telenovelas, el telemarketing, y todos los “teles”, ya han hecho más daño que beneficio al ser humano en términos de cercanía e intimidad. Y la Internet también está convirtiendo el amor y las relaciones sexuales en fenómenos muy extraños a través de pantallas y teclas.
Ojalá no terminen de imponerse las formas deshumanizadas del teleamor, el telesexo, la telescuela, la teleuniversidad, la telespiritualidad, la telecompañía, y todos esos teles y pandemonios. Con este pequeño escrito no estamos proponiendo ninguna respuesta para todas esas preguntas, porque son temas que todavía tienen demasiada hojarasca como para aclararse. Como dice el viejo «I-Ching»: hay que esperar a que la cortina de humo se disperse un poco, antes de llegar a conclusiones definitivas.
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