El poder orgásmico del pene consiste en su capacidad para permanecer amando ilimitadamente sin eyacular, sin que él tenga que aguantarse para lograrlo: es alejar tanto el umbral eyaculatorio, que casi desaparece —el hombre eyacula solamente cuando él lo decide. Al crecer el poder orgásmico, el glande se une al corazón durante el acto sexual, el semen se sublima, y nacen sentimientos amorosos sexuales. Aprender a desarrollar esta capacidad masculina natural, equipara al hombre con el amor ilimitado de la mujer, y por supuesto, genera numerosos orgasmos de gran intensidad. El pene actual casi no tiene poder orgásmico debido a que eyacula constantemente: por eso no es capaz de amar a la mujer como ella anhela. Si el hombre desea convertirse en un buen amante, debe comenzar a conservar su poder orgásmico natural.
Para comprender qué es el poder orgásmico del pene, podemos recurrir primero a su opuesto, que es lo más común: el poder orgásmico es el poder que el pene pierde cuando eyacula, y que determina que el hombre tenga que esperar algún tiempo para poder volver a hacer el amor, o en última instancia dejarlo para otro día. En caso de que incluso habiendo perdido su poder orgásmico el hombre haga el sexo, ni él ni su pareja sienten casi placer, o sienten como si el placer se hubiera quedado sin sustancia, como si la pasión se hubiera quedado sin combustible para arder. Este combustible es el poder orgásmico, que no es simplemente acumular semen no eyaculado, sino además aprender a transmutarlo, a hacerlo cada vez más sutil, transformando el simple placer sexual o genital, en placer amoroso. En este nivel de sutileza sexual, el placer es muy poderoso, el cuerpo masculino reabsorbe cada gota de energía seminal como un refinado combustible para el más denso placer amoroso, y entonces el hombre se convierte en el gran amante que todo hombre es por naturaleza.
El poder orgásmico acumulado por largo tiempo, comienza a transformar positivamente el carácter del hombre, aumentando su capacidad como amante, regenerando su masculinidad, otorgándole un estado de conocimiento y paz espiritual, y desarrollando su inteligencia, su creatividad y su intuición. Que el hombre deje de ser un eyaculador habitual, posibilita que su semen o energía sexual sea naturalmente reabsorbida por el cuerpo, y se destine a nutrir el cerebro y otros órganos vitales del cuerpo, lo cual genera buena salud, fortalece el sistema inmunológico, e incluso hace más eficaz el mecanismo de la reproducción —en el caso específico de que se decida procrear.
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