Como se ha dicho, mientras menos actividad sexual tienen los genitales, menos sensibles y más inertes se vuelven —especialmente el sexo femenino, cuyas paredes vaginales se vuelven poco jugosas y menos sensibles, tal vez “anorgásmicas” y de seguro rígidas (haciendo casi inaccesible el fondo vaginal: el verdadero Jardín de la Diosa), y cuyo glande del clítoris se vuelve fácilmente irritable cuando la actividad sexual es muy esporádica.
En cambio, mientras más actividad sexual tienen los genitales, más sensibles y orgásmicos se vuelven —y nuevamente hay que decir que esto sobre todo ocurre con el sexo femenino, tan propenso a la insensibilidad por falta de gozo. La placentera actividad sexual frecuente en la vulva y la vagina —e incluso en el ano, si ella lo desea— fomenta las conexiones nerviosas relacionadas con el sexo, y así se sensibilizan todos estos graciosos órganos femeninos.
La masturbación femenina —y en general todo tipo de actividad sexual femenina frecuente— es un buen medio para poner a las neuronas a conversar como buenas amigas, y para que el río sexual de cada mujer finalmente desemboque en el océano del placer femenino absoluto.
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