Además de los comentarios de Terence McKenna citados en esta página —y de todos los autores que él mismo cita, especialmente Marija Gimbutas—, en aras de responder a la pregunta del título del presente artículo convendrá al lector también repasar los libros de Robert Graves Los mitos griegos y La Diosa Blanca, pioneros del enfoque de McKenna —pues aunque él no los menciona en el fragmento que citaremos a continuación de esta breve introducción, en otros pasajes de su libro El manjar de los dioses sí comenta con detalle el papel que tuvo Graves en las teorías de Richard Evans Schultes y Albert Hofmann en torno al uso de enteógenos y el surgimiento de la cultura, al haberle sugerido a Robert Gordon Wasson, colega de estos, que indagara en el uso del teonanacatl en México. También en los capítulos iniciales de su novela Hércules y yo, especialmente en el capítulo titulado «El ascenso de los olímpicos», Graves narra de manera muy amena la teoría sobre cómo finalizó el reinado sexual y enteógeno de la Diosa, con la llegada de la invasión de los indoeuropeos caucásicos y sus religiones patriarcales y bélicas a la gran mayoría de las regiones euroasiáticas desde los países atlánticos hasta la India.
Se supone que incluso las versiones más conocidas de los mitos griegos y del Mediterráneo oriental —incluidas las versiones oficiales de algunos de los más famosos mitos bíblicos, egipcios, y un poco más allá, los mesopotámicos—, son versiones patriarcales impuestas sobre los verdaderos antiguos cultos a la Diosa. Tómese por ejemplo el conocido mito de Apolo y Dafne, en que la ninfa es descrita como asustada virgen que escapa de la violación de Apolo. Graves señala que esta versión está tergiversada, pues Dafne era una diosa cuyas sacerdotisas ménades consumían potentes alucinógenos y realizaban con frenesí ritos sexuales orgiásticos. La versión conocida del mito parece ser a la vez expresión y justificación de la imposición de la religión patriarcal olímpica —de los llamado dioses olímpicos, como Zeus, Poseidón, Hades, Ares, etc.—, para este caso específicamente de la religión de Apolo en Delfos —nombre que, según Mircea Eliade, significa ‘vagina’ —, mediante la cual se suprimieron los cultos y templos de diosas que le antecedieron, y sólo se permitía a una sola sacerdotisa, sentada en un lugar fijo sobre el trípode, consumir alucinógenos y dar los oráculos.
En el antiquísimo asentamiento anatolio de Çatal Hüyük (milenio VIII – milenio VI a.n.e.) —en la parte asiática de la actual Turquía—, según McKenna, se resume el fin de toda una era fraternal de influencia benéfica del sexo orgiástico y los enteógenos en la cultura humana, y el inicio de la era patriarcal tecnológica y bélica que llega hasta nuestros días.
CITA TOMADA DE EL MANJAR DE LOS DIOSES, DE TERENCE MACKENNA
“La conclusión de que pueblos e instituciones culturales muy asentadas en África pasaran y florecieran durante un tiempo en el entorno del Próximo Oriente es lógica y difícil de negar. Mellaart se sorprende de que Çatal Hüyük no dejara un gran impacto en las culturas que le siguieron en la zona, destacando que «las culturas neolíticas de Anatolia introdujeran los primeros esbozos de agricultura, la cría y el culto a la Madre Diosa, base de nuestra civilización. [1] Un fundamento que, aunque muchos todavía niegan actualmente, debe agregarse con justicia.
Riane Eisler, que ha examinado la psicología y los mecanismos que conservan el equilibrio cultural en la sociedad fraternal, argumenta de un modo convincente que el patrón que emergería posteriormente, el de la sociedad dominante, vino con los indoeuropeos: las culturas del caballo y con vehículos de ruedas de los fríos países del norte del Mar Negro. Se trata de los pueblos de las controvertidas e hipotéticas «olas kurgianas» de las migraciones de las poblaciones indoeuropeas. Con relación a este tema la posición de Eisler esta sintonizada con la de Marija Gimbutas, que escribió:
El término Antigua Europa se aplica a la cultura preindoeuropea de Europa, una cultura matrifocal y probablemente matrilineal, relacionada con la agricultura, sedentaria, igualitaria y pacífica. En brusco contraste con la cultura protoindoeuropea que le siguió, que era patriarcal, de pastoreo, estratificada, móvil y orientada a la guerra, y que se sobreimpuso en toda Europa, excepto en las franjas del sur y de occidente, a lo largo de tres olas de infiltración desde la estepa rusa en un periodo que va del 4500 al 2500 a.C. Durante y después de este período las deidades femeninas, o para hablar con más precisión, la Diosa Creativa en sus múltiples aspectos, fueron reemplazadas por las divinidades predominantemente masculinas de los indoeuropeos. Lo que se desarrolló después del año 2500 a. C. fue una mezcla de dos sistemas míticos. El de los antiguos europeos y el de los indoeuropeos. [2]
Gimbutas creía, en resumen, que la civilización sedentaria matrilineal de la Antigua Europa se vio interrumpida por olas sucesivas de invasores indoeuropeos con distinta cultura y distinto lenguaje.
El arqueólogo de Cambridge Colin Renfrew ha propuesto una interpretación alternativa a esta teoría de las olas kurgianas sobre la difusión del lenguaje indoeuropeo. Arguye que Çatal Hüyük es el lugar de origen del grupo del lenguaje indoeuropeo, y la zona más propia para situar la invención de la agricultura. [3] Para sostener estos puntos de vista tan heterodoxos, Renfrew cita los descubrimientos lingüísticos de Vladislav M. Illich-Svitych y Aron Dolgopolsky, quienes también apuntan Anatolia como origen de los lenguajes indoeuropeos. El discípulo de Dolgopolsky, Sergei Starostin, ha argumentado que hace unos siete mil años los indoeuropeos tomaron un gran número de palabras del lenguaje caucásico del norte de Anatolia. La fecha de esta apropiación aboga por nuestra conclusión de que Çatal Hüyük no fue fundada por los indoeuropeos, quienes emigraron en un periodo más tardío. [4]
Los recientes descubrimientos genéticos de Luigi Cavalli-Sforza y Allan C. Wilson, de Berkeley, parecen también abonar esta conclusión. El grupo de Berkeley ha analizado grupos sanguíneos de poblaciones vivas y ha rastreado las raíces genéticas de éstas. Han llegado a la conclusión de que existe una estrecha relación genética entre los hablantes de las lenguas afroasiáticas e indoeuropeas. Su trabajo sostiene también la opinión de que las poblaciones con raíces lingüísticas en África habían vivido en la meseta de Anatolia mucho antes de la aparición de los indoeuropeos.
El legado de Çatal Hüyük se suprimió precisamente por la profunda asociación que tenía con la Madre Diosa; la religión psicodélica orgiástica que adoraba a la Madre Diosa hizo de la cultura Çatal un anatema para el nuevo estilo dominante de guerra y jerarquía. Se trataba de un estilo cultural que llegó de golpe y sin aviso; la domesticación del caballo y el descubrimiento de la rueda permitieron por primera vez a las poblaciones tribales indoeuropeas desplazarse al sur de la montaña de Zagros. Saqueadores a caballo trajeron el estilo dominante a Anatolia y pisotearon bajo sus cascos la última gran civilización fraternal. El saqueo sustituyó al pastoreo, los cultos al hidromiel completaron finalmente el avanzado proceso de suplantación del uso del hongo; los reyes-dioses humanos sustituyeron a la religión de la Diosa.
Sin embargo, en el momento de su apogeo, el culto en Çatal Hüyük representaba la expresión más coherente y avanzada del sentimiento religioso en el mundo. Tenemos pocas evidencias sobre las que reconstruir la naturaleza de los actos realizados en dicho culto, pero el número total de lugares sacros en relación con el número de habitaciones nos habla de una cultura obsesionada por las prácticas religiosas. Sabemos que era un culto de animales totémicos: el buitre, el gato montés y, siempre predominando, la vaca o el toro. Posteriores religiones del antiguo Oriente Medio adoraban en espíritu al toro, pero no podemos asumir esto en Çatal Hüyük. Las cabezas de ganado esculpidas que sobresalen de los sepulcros de rebaños en Çatal Hüyük son sexualmente ambiguas, y lo mismo pueden representar vacas o toros que ganado en general. Sin embargo, el predominio del simbolismo femenino en los espacios sacros es aplastante; por ejemplo, los senos esculpidos en estuco, situados aparentemente al azar, dan la impresión de que los sacerdotes fueran mujeres. La presencia de «reclinatorios» construidos en algunos santuarios sugiere que las prácticas al estilo chamánico de las comadronas debían formar parte de los ritos.
Es imposible dejar de ver en el culto a la Gran Diosa y al ganado del neolítico tardío un reconocimiento del hongo como tercer y oculto miembro de una suerte de trinidad chamánica. El hongo, considerado un producto tan derivado del ganado como la leche, la carne y el estiércol, fue reconocido muy tempranamente como la conexión física con la presencia de la Diosa. Este es el secreto que se perdió hace unos seis mil años con el eclipse de Çatal Hüyük”.
(Tomado de Terence McKenna: El manjar de los dioses. La búsqueda del árbol de la ciencia La búsqueda del árbol de la ciencia del bien y del mal. Una historia de las plantas, las drogas y la evolución humana.)
[1] Mellaart, Earliest Civilisations, pág. 77.
[2] Marija Gimbutas, The Goddesses and Gods of Old Europe (Berkeley: University of California Press, 1982).
[3] Colin Renfrew, Archaeology and Language: The Puzzle of Indo-European Origins (Londres: Cambridge University Press, 1988), pág. 171.
[4] Vitaly Shevoroshkin, «The Mother Tongue», The Sciences, Mayo/Junio 1990, págs. 20-27.
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