Cuando Afrodita emergió del mar estaba desnuda,
era sensual, seductora, dulce, hermosa y erótica.
Afrodita significa «surgida de la espuma», pues nació
en una concha con forma de vulva y fue llevada
a la orilla del mar en Kypros (Chipre).
CHRISTIAN RÄTSCH
Existen muchas sustancias y alimentos naturales —llamados afrodisiacos, en honor de Afrodita, la diosa griega del gozo sexual— que tienen el poder de elevar la libido, o sea, de despertar o aumentar el deseo sexual, o estimular la conciencia y enfocarla en el sexo.
Algunos ejemplos de afrodisiacos son: el café —con cardamomo, según la fórmula árabe—, la miel, el ostión, el ginseng —que como la mandrágora, cuando está seco adquiere una figura parecida al cuerpo humano—, la damiana, el maro, el cannabis —que es llamado vijaya dentro del rito sexual tántrico, y en general bhang en la India y Tailandia, y banj en el mundo árabe, aunque en este último caso es un compuesto que puede incluir beleño, una de las plantas afrodisíacas preferidas por las brujas sexuales de Oriente y Occidente—, el hachís (hashish o haschish) —que es la resina de las flores hembras del cannabis sativa o índica, y que tanto les gustaba consumir a los poetas del siglo XIX—, el quife (kif o kief) —nombre que en el Magreb se le da al polvillo (en realidad es el tricoma) más fino extraído del cogollo seco de cannabis—, el estramonio (datura) —en dosis realmente muy pequeñas—, la amapola, la coca —no el polvo sintético, sino las hojas de la planta natural, que en las regiones andinas se mascan cotidianamente como estimulantes—, el tabaco —no la nicotiana tabacum o tabaco común, sino la nicotiana rustica o mapacho, que es mucho menos conocida que la primera pero mucho más estimulante (ver la página ¿Qué prefieres: fumar o hacer sexo?)—, y el iboga, entre otras. (Para una visión detallada sobre este tema, ver el excelente libro Las Plantas del Amor, de Christian Rätsch.)
Del mismo modo, hay sustancias supuestamente capaces de inhibir el deseo, a las cuales se les llama antiafrodisiacos o anafrodisiacos; por ejemplo, sustancias extraídas del agnocasto —usado por los monjes medievales para inhibir el deseo sexual, cosa que con frecuencia no lograban—, así como del nenúfar blanco y el amarillo, de la angélica y de la lechuga silvestre.
También hay circunstancias capaces de aumentar o disminuir el deseo sexual, tales como, respectivamente: la serenidad o el estrés, el ocio o el exceso de trabajo, la intimidad o el exceso de compañía, la ausencia o presencia de la familia, los entornos rurales o urbanos, y en general los espacios abiertos o cerrados, sean naturales o citadinos. Estas cosas, por supuesto, son bastante relativas y subjetivas, y dependen de la naturaleza de cada persona, o de la etapa que se esté atravesando en la vida.
Pero todos estos afrodisiacos o anafrodisiacos que hemos visto, pertenecen a enfoques tradicionales, que hasta ahora poco o nada han resuelto con respecto a las cuestiones y problemas de pareja. Sin que neguemos su poder intrínseco o entrópico, puedes consumir cualesquiera de estas sustancias en cualquier cantidad imaginable, y por sí mismas nada resolverán. Y lo mismo podemos decir de sustancias de última generación, como los distintos tipos de viagras o PPG —que además pueden tener inesperados y peligrosos efectos secundarios.
Pues el hecho es que no hay mayor afrodisiaco que resolver mediante el diálogo todo problema de pareja, evitando siempre que cualquier residuo emocional —resquemor, rencor, ira, odio— se acumule inconscientemente, levantando muros entre los amantes, que se solidifican y endurecen con el tiempo.
El único afrodisiaco que iguala al arte de resolver todo mediante el diálogo profundo, es el control de la eyaculación por parte del hombre —la conservación de la energía sexual básica del amor—, y el buen sexo resultante. Ambas cosas juntas, el diálogo profundo y el buen sexo, conforman el único y más potente afrodisiaco natural para los verdaderos amantes. No se necesitan afrodisiacos artificiales ni viagras cuando el sexo y la comunicación son bien llevados.
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