Como mismo ocurre con la vulva, desde los orígenes de la historia humana se ha adorado al falo masculino por razones que deberían ser obvias (pero que en realidad no son tan obvias). ¿Es que eran machistas y falocéntricos los seres humanos desde su origen, sea el origen natural o divino? No se trata de eso. La adoración al falo no debe confundirse con el falocentrismo.
Cuando un hombre aprende a amar, la mujer amada siente devoción por el miembro que la realiza sexualmente. Es intensa la atracción que siente la mujer por el glande que ha aprendido a amarla, y de hecho el glande es la pertenencia natural de la mujer. El glande amoroso imanta las energías femeninas de amor y finalmente las descarga en la realidad orgásmicamente.
No es una metáfora: el gozo sexual debe penetrar hasta lo más profundo del corazón de la mujer, más allá del orgasmo. De lo contrario, no es mucho lo que está ocurriendo, aunque ella llegue al orgasmo. Como en cierta imagen tántrica, el pene llena el vacío de la vagina y la vagina es la bahía luminosa del pene. Como en cierta imagen occidental, la mujer hace caballero al hombre sólo si él la hace dama.
La respuesta a la adivinanza del título es que, ser la herramienta con que se adora a la vagina es la única corona que puede llevar la cabeza del pene. La mujer misma corona al glande con su amor cuando él la ama. Éste y no otro es el origen del culto fálico: no una reverencia absurda hacia el falo o el hombre por sí, sino un reconocimiento a su poder activo de generar el amor sexual, que es la base del amor real.
Deja tu comentario