La ciencia ha generalizado el prejuicio de que la mujer no tiene por qué llegar al orgasmo cuando hace el amor. Muchas mujeres no llegan al orgasmo nunca, otras llegan muy de vez en cuando, otras llegan por casualidad, con mucho trabajo y una sola vez. Esto es dramático, porque, digámoslo claro: el orgasmo es sumamente importante para la mujer. La ausencia de orgasmo femenino es la causa secreta de muchos problemas a nivel personal, de pareja y social.

La normalización de la mediocridad en el sexo es la verdadera marca de nuestra época supuestamente hipersexual. La Sexología propone ideas tan descabelladas como que un acto sexual «normal» dura de 10 a 15 minutos ―tiempo en que realmente la mujer ni siquiera ha comenzado a calentar motores―, y que lo «normal» es que el hombre llegue siempre y la mujer llegue «en frecuencias alternas» ―esto es ser demasiado optimistas.

Si somos honestos, debemos decir que problemas sexuales femeninos tan ficticios como la «frigidez», la «anorgasmia» o la «ninfomanía», no tienen causa en la mujer, sino en el hombre: el hombre siempre llega antes de tiempo, sin importar si él dura 0, 5, 10 ó 15 minutos. Cualquiera de estos números es muy poco para la mujer, que a esa altura sólo está empezando el viaje.

Por más que nuestra época se siga declarando «a favor de la mujer», la verdad es que sigue estando enfocada en el placer egoísta del hombre, y al parecer la ciencia, qué técnicamente debiera ser «objetiva», sigue siendo falocéntrica. La tecnología ―es decir, la aplicación práctica de la ciencia―, como siempre está al servicio de facilitar la falta de ánimo y de pasión del hombre.

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Ahora la ausencia de orgasmos femeninos se suple con vibradores, y las notas de venta de las sex-shops declaran que «el dildo es el mejor amigo de la mujer». La aplicación tecnológica de la ciencia al sexo ―poner electrodos y cámaras internas en la vagina durante el sexo experimental― no sirve para resolver un vejo problema entre el hombre y la mujer, sino para fabricar juguetes sexuales mejor diseñados y más caros.

Una definición científica ―si bien un poco irónica― del juguete sexual debiera ser ésta: “Herramienta que el hombre fabrica para que la mujer compense la falta de capacidad que él tiene como amante”. Si esto no es decadencia, no sé qué lo es. Me parece que la única solución verdadera es que el hombre se dedique a aprender a ser el tremendo amante que él está llamado a ser por naturaleza, en vez de sólo aparentar que lo es, escondido detrás de sus aparatos.

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