El sexo profundo te acelera la conciencia —no en el sentido de alterarte, sino en el sentido de serenarte en grado profundo. La conciencia en su estado habitual es lenta y casi no alcanza a tener autoconciencia del ego funcionando: habitualmente sólo puedes “ser” el ego, pero no tienes autoconciencia de ello. Son tantas las actividades que el ego debe realizar —autoafirmación, represión del pasado que aflora, transformación del pasado en conducta y sentimientos presentes, sublimación de la energía sexual hacia actividades que realmente no necesitas, etc.— que queda poca energía psíquica para tu verdadero y puro ser —verdadero y puro ser que, por supuesto, desde el punto de vista del ego es una operación absurda y aburrida.
El principal desgaste del ser humano —que incluso lo hace envejecer prematuramente, y a la larga enfermarse— consiste en mantener el pasado confinado en un nivel subconsciente, es decir, sostener al ego funcionando en secreto: esto nos deja extenuados. Esta negación del propio ser en pos de un esfuerzo por ser lo que no eres, constituye una especie de “posesión” semivoluntaria, que mantiene la conciencia siempre en actividad externa y en un estado de constante alteración nerviosa debido a los numerosos y vertiginosos estímulos de la realidad exterior. La conciencia vive perpetuamente en movimiento, como un carrusel, y se comprende poco o nada a sí misma. Y lo que menos comprende el ser humano es que todas sus búsquedas aparentemente diversas, son en realidad una sola búsqueda: la búsqueda del amor a través del sexo, la búsqueda del paraíso a través de su única puerta real dentro de la existencia: el sexo.
Sólo la conciencia serena —la conciencia que ha comenzado a depurarse de los innecesarios procesos psíquicos del ego— es veloz y puede sorprender al ego in fraganti, mirarlo frente a frente y no sólo “serlo”. El sexo profundo, al apaciguar y al mismo tiempo aligerar y acelerar la conciencia, te hace autoconsciente, te ofrece la posibilidad de “ver” tu mente y no sólo “ser” tu mente, es decir, te da la posibilidad de presenciar procesos mentales dentro de ti que antes ocurrían sólo de modo subterráneo, subconsciente. Esta autoconciencia es el inicio de depurarte y liberarte. Es como aprovechar la fuerza del ego en su propia contra, para desestabilizarlo, neutralizarlo, y liberarte de su influjo; pues no se trata de reprimir al ego, sino de dejarlo ser, y sentirlo como sensación, no pensarlo como historia personal ni encarnarlo como conducta.
De este modo, el movimiento de la energía del ego dentro de ti recupera su camino natural, deja de ser ego, y se convierte en energía que fluye a liberarse: en ese momento, el movimiento ocurre a través de ti, pero no eres tú, no te identificas con ello. Tú eres solamente quien lo siente, no eres ego, sino conciencia del ego funcionando en ti. Has quitado un dique, has suprimido el esfuerzo por mantener aparte el subconsciente, has dejado de esforzarte por mantener la conciencia separada de la subconsciencia, y como resultado ves con claridad el ego dentro de ti, no lo sujetas para “serlo”, sino que lo dejas irse por su propio impulso para poder ser tú mismo. Es un esfuerzo sin esfuerzo y se experimenta como una mezcla de profundo regocijo y angustia que se va —tal vez definitivamente. Es una técnica muy simple, pero muy efectiva.
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