La antigua frase francesa que dice que la vulva femenina es una “sonrisa vertical”, no está lejos de algo que han demostrado la zoología y la etología. Era el controvertido etólogo inglés Desmond Morris, quien en su imprescindible The Naked Ape (El mono desnudo), decía:
“Si observamos las regiones frontales de la hembra de nuestra especie, ¿podemos descubrir alguna estructura que sea posible remedo de la antigua exhibición genital de las nalgas hemisféricas y de los rojos labios? La respuesta aparece con la misma claridad que el propio pecho de la hembra. Los senos protuberantes y hemisféricos de la hembra son, seguramente, copia de las carnosas nalgas, y los vivos y definidos labios rojos de la boca deben de ser una réplica de los de la vulva. (Conviene recordar que, durante una excitación sexual intensa, tanto los labios de la boca como los labios genitales se hinchan y adquieren un color más intenso, de modo que no sólo se parecen, sino que cambian también de igual manera con la excitación sexual.)”
El film francés Micmacs à tire-larigot (2009) —realizado por Jean-Pierre Jeunet (Amélie, 2001), y que cuenta, entre otras, con las actuaciones de André Dussolier, Nicolas Marie y Dominique Pinon—, además de ser a la vez distopía y alegato en contra de la carrera armamentista, incluye una breve secuencia que no es menos antibelicista —aunque en la cuerda del “haz el amor y no la guerra”—, y que es un ejemplo libérrimo de lo dicho por Morris en la cita anterior.
Durante la escena del beso entre el protagonista Bazil (Dany Boon) y La Môme Caoutchouc (Julie Ferrier), los bellos labios de Calculette (Marie Julie Baup) —quien ya desde el primer plano de la secuencia estaba chasqueando sutilmente la lengua, con la boca hecha agua deseando un beso francés—, esos labios encarnados, humedecidos por la lengua juguetona, dibujando un beso, anhelando un romance entre dulcecitos gemidos, no son más que una versión visible de otra flor anhelante, guardada en un lugar en que la ternura anhela besos más secretos. ¿No es preciosa?
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