Las tradiciones, las religiones y las tendencias políticas siempre se han opuesto a la masturbación, de modo que han creado un miedo en la mente de las personas que ha durado hasta nuestros días. Particularmente se ha censurado la masturbación masculina, ya que en la mayoría de los casos no se dice nada sobre la masturbación femenina, ni que sí ni que no.
¿Cuál es el misterio que se esconde debajo de esta extraña posición oficial en contra de la masturbación —a pesar de que todos, hombres y mujeres, en secreto la practican—? Si miramos bien, la respuesta se vuelve evidente: la masturbación no es una actividad sexual que produzca hijos, y por tanto no produce adeptos ni seguidores ni prosélitos ni masas. Sobre la masturbación femenina no se dice mucho, ya que al fin y al cabo ella al llegar al orgasmo no derrama por lo general ninguna simiente que ponga en peligro el crecimiento de la prole. Estas precisiones ya no las creen ni quienes las han impuesto desde hace milenios. Así pues, podemos decir que la negación dogmática de la masturbación es algo falso, un viejo engaño al que no debemos seguir prestando atención.
DOS CUESTIONES
Las dos únicas cosas realmente cuestionables con respecto a la masturbación son:
- La eyaculación innecesaria, es decir, masturbarse únicamente para correr con obsesión y cuanto antes detrás del orgasmo, a pesar de la agotadora expulsión del semen —lo cual resulta un burdo entrenamiento para convertirte en eyaculador precoz, además de que la pérdida habitual de semen te desgasta física y emocionalmente y va en contra de tu salud.
- La falta de intercambio físico y emocional con otra persona. La masturbación es una grata actividad sexual de la que debiéramos gozar sin más dudas, quitándole definitivamente toda culpa. Pero nunca debe sustituir al contacto sexual con otro cuerpo, que es lo que realmente eleva la sexualidad hasta convertirla en verdadero camino de evolución espiritual.
Estos dos cuestionamientos en torno a la masturbación —la eyaculación innecesaria y la falta de intercambio con otra persona—, tienen solución: para lo primero, la solución es aprender a tener orgasmos sin eyacular; y para lo segundo es aprender a alagar la masturbación de modo que el placer se transforme en amor. ¿En amor hacia quién? Hacia ti mismo: te estás dando placer y amor a ti mismo, y no una simple y fugaz liberación automática de un preciado semen que en realidad debieras conservar. Ambas cosas, la masturbación sin fin eyaculatorio y el acto de darte amor a ti mismo, se van combinando para ennoblecer por completo a la masturbación, que deja de ser de una frenética, furtiva, rápida y egocéntrica actividad, y se convierte en un extenso, intenso y profundo gozo que abre tu cuerpo y tu espíritu al amor.
Al final de alguna masturbación, luego de haber tenido ya muchos orgasmos y si aún te interesa eyacular, puedes dejar que el semen salga. Esporádicamente no desgasta, sino que más bien reconforta emocionalmente. Es posible que en esos casos en que has tocado el cielo orgásmico durante un buen rato, la eyaculación ocurra ya sin orgasmo, lo cual es muy buen síntoma, pues significa que estás comenzando a lograr separar orgasmo y eyaculación.
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