Muchas veces se ha propuesto la teoría —casi el dogma— de que la semana de 7 días tuvo su origen en el Génesis de la Biblia. A partir de esta suposición, se afirma que la semana de 7 días —y por cuestiones de claridad, valga la redundancia, pues “semana” viene del latín “septimāna”, que significa ‘conjunto de 7 días’— se afirma que equivale a los seis días que tardó Yahvé en su creación del cosmos, del mundo y del ser humano —sumándosele además el último día, en que descansó. Éste es un argumento psicológicamente poderoso, que otorga un fundamento casi infalible a la idea de que el dios de la Biblia es “el único y verdadero”. ¡Mire que crear algo como la división del tiempo!
Sin necesidad de entrar ahora en la filiación mesopotámica, es decir, histórica de las culturas semitas como la judía, un modo muy simple de poner en crisis la teoría del origen bíblico de la semana de 7 días es la denominación etimológicamente astrológica que en la inmensa mayoría de las lenguas occidentales tienen los días de la semana: la Luna (Lunes), Marte (Martes), Mercurio (Miércoles), Júpiter (Jueves), Venus (Viernes) y Saturno (Sábado), son todos cuerpos celestes que equivalen a otros tantos dioses “paganos” que dan nombre a los días de la semana. Sólo en el nombre del Domingo —en castellano, pues en inglés se conserva el nombre antiguo: Sunday o ‘Día del Sol’— se inserta un elemento litúrgico, cristiano y no judío: Dominicus o ‘Día del Señor’. Es prácticamente imposible esta correspondencia etimológica entre los nombres de los días de la semana en lenguas occidentales, sin que estos términos compartan un origen que se remonte a las lenguas indoeuropeas, y aún más atrás.
En inglés ―y en otras lenguas de origen germánico― también se cumple la antiquísima equivalencia entre los nombres de los días y los nombres de los dioses escandinavos que los rigen. Así tenemos que:
– ‘Monday’ (lunes) es el día de Máni, la Diosa Luna escandinava;
– ‘Tuesday’ (martes) es el día de Tiw, que como Marte (Ares) es el dios de la guerra;
– ‘Wednesday’ (miércoles) es el día de Woden (Odín), que como el dios Mercurio (Hermes) era psicopompo y viajero entre la tierra y el cielo ―el Vaso Hermético o Vaso «de Hermes» que «no debe derramarse»: así llamaban los alquimistas al acto sexual sin emisión de semen, con fines de evolución espiritual―;
– ‘Thursday’ (jueves) es el día de Thor, que como Júpiter (Zeus/Jove) se consideraba “el tonante”, el pastor de truenos;
– ‘Friday’ es el día de Freyja, que como Venus (Afrodita) era la diosa del amor y del gozo sexual;
– ‘Saturday’ (sábado) parece ser el único día cuyo nombre inglés procede del latín;
– y ‘Sunday’ (domingo), que algunos etimólogos asocian a “Día del Sol” con un sentido masculino, otros lo asocian con Sunna, la Diosa del Sol en la mitología nórdica.
La tergiversación patriarcal de los mitos matriarcales
La afirmación de que la semana de 7 días tuvo su origen en la Biblia parece un claro ejemplo de lo que Robert Graves llamó “iconotropía”: la apropiación y tergiversación de mitos matriarcales por parte de las culturas patriarcales en ascenso a partir del IV milenio antes de nuestra era.
Si tomamos en cuenta que el Antiguo Testamento de la Biblia es un libro eminentemente patriarcal —en sus primeros libros se puede leer, entrelíneas, la historia de la destrucción de los templos de la Diosa y el ascenso e imposición del dios patriarcal—, podremos comprender que la semana de 7 días ya existía antes de que se escribiera el Génesis, y que formaba parte de la era inmediatamente anterior, regida por los ritmos de la Diosa Luna.
Trastrueques semejantes de la luna por el sol, de la Diosa por el Dios, de la mujer por el hombre, y del culto orgiástico por el culto bélico, ocurrieron a todo lo largo y ancho de las regiones euroasiáticas a las que arribaron las tribus indoeuropeas en plan de conquista. La Iconotropía con respecto a la semana de siete días —y con respecto al número 7 en general—, es semejante al caso célebre del número 13, que era sagrado en tiempos matriarcales, y luego fue convertido en poco menos que demonio.
Por fortuna tuve que leer a fondo a Cassirer
El filósofo alemán neokantiano Ernst Cassirer —de seguro uno de los principales estudiosos del pensamiento mítico hasta la actualidad—, en la siguiente cita de su obra capital, Filosofía de las formas simbólicas ―que tuve que leer a fondo, porque sobre él hice mi tesis de Filosofía―, aclara que el origen de la semana de 7 días tuvo su origen en la natural “tetrapartición” (división en cuatro) del mes de 28 días propio del antiquísimo calendario lunar, cuyo origen se pierde en la bruma de los tiempos, anteriores a cualquier tipo de escritura. Según Cassirer:
“Las ‘fases de la luna’ son las que ante todo representan esta periodicidad universal del acaecer cósmico. La luna —como lo indica ya su ‘nombre’ en la mayoría de las lenguas indogermánicas y en el círculo de lenguas semitas y hamitas— aparece por doquier como la auténtica divisora y ‘medidora’ del tiempo. Pero todavía es algo más que esto, pues todo devenir en la naturaleza y en la existencia humana no sólo está ‘coordinado’ a ella, sino que se remonta a ella como ‘origen’, como causa cualitativa original. Es bien sabido cómo esta antiquísima concepción mitológica ha persistido y ha evolucionado hasta en modernas teorías biológicas y cómo el número siete, consiguientemente, ha vuelto a tener la significación universal de soberano de toda vida. En una época relativamente posterior, en la época de la astrología greco-romana, la adoración del número siete aparece vinculada al culto de los siete planetas, mientras que inicialmente los periodos y semanas de siete días no presentan esa relación sino que tienen su origen en la natural y, por así decirlo, espontánea tetrapartición del mes de veintiocho días”. (Ernst Cassirer: Filosofía de las formas simbólicas, t.2.)
El orden de la Diosa antecedió al orden del Dios
Así pues, para decirlo según la fórmula medieval: “Cassirer Dixit”. No sólo en las más remotas raíces de las lenguas indogermánicas —que en época de Cassirer era el nombre que se les daba a las lenguas indoeuropeas—, sino incluso de las lenguas semitas —como el arameo y el hebreo—, la simbología lunar del 7 pertenece a la era mítica, y antecede en mucho a cualquier tipo de religión organizada.
Yahveh no creó los días mientras creaba el cosmos: estaba siguiendo un orden mítico cuando creó el cosmos en 7 días. En esto, como en tantas otras cosas, el orden de la Diosa precedió con mucho al orden del Dios. Y todo parece indicar que cuando ha habido este gran influjo de lo femenino en la sociedad, no han abundado las guerras ―si es que las había.
Sin pretender ahora otra absurda emulación según la cual las mujeres alcancen protagonismo y conviertan al hombre en subalterno ―justo lo contrario de lo que él ha hecho―, lo que recalco es lo absurdo de la situación actual. Una muchedumbre de problemas sociales, económicos y políticos del mundo, se deben al dominio exclusivo de lo masculino, que por desgracia hoy es sinónimo de desamor.
El verdadero orden siempre estará en el equilibrio. Aunque haya parecido eterno el orden patriarcal actual ―y todos los mitos patriarcales, religiosos o no, se declaren “bajados del cielo”―, en realidad todo indica que el régimen patriarcal comenzó alrededor del cuarto milenio antes de nuestra era, más o menos en el momento en que, por ejemplo, Gilgamesh sintió la potestad de rechazar ofensivamente el amor de Ishtar, sólo porque ella no iba a ser su mujer exclusiva.
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