La masturbación femenina, por supuesto, ha crecido exponencialmente en la era actual de los juguetes sexuales, que con su ritmo de vida vertiginosa ha convertido a los hombres en apurados amantes peores de lo que ya eran —si es que cabe. En primera instancia, fue la poca capacidad sexual del hombre —es decir, su falta de control eyaculatorio— lo que, durante la Inglaterra victoriana, generó la famosa “epidemia de histeria” que dio lugar, primero, a los tratamientos médicos de frotar la vulva a las pacientes para que, orgasmo mediante, la “enfermedad” remitiera, y después, a la mecanización de ese mismo tratamiento en la forma de los primeros vibradores. Y en última instancia, ha sido la mente masculina tecnológica la que fue hallando tan sofisticado sucedáneo para el buen amante que el hombre podría ser, pero que aún no se ha dedicado a aprender a ser. Mañana tal vez será un robot.
El problema de la masturbación con juguetes sexuales no es el placer femenino que ellos generan. Pues: ¡Qué viva el placer femenino, cualquiera que sea su fuente! El verdadero problema de los juguetes sexuales en nuestros días —siguiendo la misma línea del individualismo fomentado por la sociedad tecnológica consumista— es que esos objetos están llegando a sustituir por completo al acto sexual real; es decir, están desplazando lo que la madre de Betty Dodson llamaba “lo auténtico”; i.e:
el sexo naturalmente “hecho a mano”: tanto la masturbación femenina manual como el acto sexual con el cuerpo de un amante real de carne y hueso —con todos los intercambios a niveles físicos, emocionales y mentales que ello posibilita, mucho más ricos que el placer mecánico provocado por teclas, botones, motores, baterías, vibraciones y cimbreos con plásticos y gomas con colores y formas caprichosas. A la fabricación de esas cosas —ya que no al poderoso y exquisito acto sexual— es que han terminado tributando los estudios anatómicos y fisiológicos, sociológicos y experimentales, que sobre los genitales se han realizado en los últimos 60 años, desde Kinsey y Masters y Johnson hasta hoy.
Indiscutiblemente, las mujeres de la era tecnológica han encontrado gran placer en los juguetes sexuales, el placer que de hecho no tenían debido a que sus amantes masculinos de todos los tiempos, siempre, minutos más o menos, eyaculan antes de que ellas hayan dado y recibido todo lo que desean. Cierta vez, un buen amigo nuestro nos dijo algo en lo que no llevaba poca razón: “Con estos aparatos, las mujeres sienten algo mucho mejor que lo que sienten durante el sexo habitual con el hombre». Y añadió: “El aparato al menos no las decepciona ni las deja a medio camino en el sexo”. Esto es bastante cierto, pero en realidad no es la verdad completa. Y la verdad, para que sea verdad, debe decirse completa.
La verdad completa es que un juguete sexual sólo puede sustituir los genitales del mal amante que por lo general es el hombre actual; la mujer recurre a eso sólo cuando no conoce nada mejor —lo cual hoy es una realidad demasiado general como para ver un problema en ello. La mujer que haga el amor con el pene vivo de un verdadero amante, nunca pensará en sustituirlo por un pedazo de plástico que vibra o cimbra, por muy sofisticado que sea. Ese mismo amante verdadero tampoco cambiará a la vagina real por cualquier otro aditamento, sino que hará salir el sol dentro de ella, amándola bien y tomando de ella hasta la última gota de amor que ella desea entregar.
No tenemos nada contra la masturbación femenina, y de hecho la alentamos y fomentamos. Pero los juguetes sexuales, como la “comida rápida”, se han convertido en mediocres sustitutos express para ahorrar tiempo y lograr objetivos rápidos y superficiales que poco a poco suplantan la nutrición y el sexo naturales. Acerca de la sexualidad en países altamente tecnológicos como Japón, se puede decir que las mujeres tienen más contactos sexuales con sus consoladores que con sus hombres —y lo mismo para el caso masculino. Japón va a la vanguardia de lo que parece ser una tendencia mundial a la mediocridad sexual normalizada. En cualquier parte del mundo la tecnología del sexo crece en detrimento del contacto sexual real entre seres humanos.
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