«Al lado del pecho izquierdo un rico lunar tenía», puede leerse en un romance del célebre «Romancero de Segovia», una zona con influencia árabe como tantas de España. Y es que, como ocurre en la cultura occidental, en el mundo árabe se ha considerado que la presencia de lunares confiere belleza al rostro, y a otras partes del cuerpo —incluso a la vulva y al pene.
Tanto se ha considerado al lunar como atributo de belleza y seducción, que algunas cortesanas y meretrices de Oriente y Occidente —e incluso algunas mujeres comunes hasta hoy en día— se los pintaban artificialmente, convirtiéndolos así en una parte indispensable del maquillaje.
Los lunares constituyen un atractivo peculiar —al igual que los hoyuelos en las mejillas—, tanto para el caso femenino como para el masculino. Los árabes gustaban de comparar el lunar que embellece el rostro con «una gota de ámbar negro» que hubiera caído sobre él (ver «Las mil y una noches», noche séptima).
LUNARES EN LAS MIL Y UNA NOCHES
En la noche 287 de «Las mil y una noches», se narra cómo Harún Al-Rashid en persona —célebre califa abasí cuyo epíteto era «el Emir de los Creyentes»— al verse frente a una hermosa joven desnuda y dormida, «inclinóse sobre el hermoso rostro y dejó un beso en un lunar negro que sonreía desde la comisura izquierda de los labios».
Asimismo, durante un cuento de la noche 244 se había dicho sobre cierto joven llamado Feliz-Bello: «¡Es un conjunto de delicias, que me resulta imposible describirlo! ¡Tiene unos ojos! ¡Y unas cejas! ¡Ya Alah! ¡Pero lo que arrebata el alma es un lunar que tiene en la comisura izquierda de los labios, y un hoyuelo que al sonreír se le forma en la mejilla derecha!»
Incluso en sentido metafórico, el lunar es atributo cuya belleza se puede extender y comparar con otras áreas de la vida, fuera ya de la belleza física: «¡Que Alah, ¡oh hermano mío! haga llegar tu honor al límite más alto, y te ponga como un lunar en la faz gloriosa de nuestras tribus!», dice una joven durante la noche 145.
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