Excitarse es, como se dice, «perder la cabeza» durante el sexo, correr obsesivamente detrás de la eyaculación, llegar demasiado pronto, y entonces fracasar en el amor. Excitación no es lo mismo que pasión. La excitación es el arranque automático del programa del sexo habitual, lo cual provoca que la eyaculación quede fuera del control voluntario del hombre, y que el sexo sea vivido sin presencia real de los amantes, como un caótico videoclip. No es necesario excitarse para hacer el amor: lo que hace falta es apasionarse. La excitación es una hoguera de paja, que arde y quema su combustible en un minuto, y genera poca luz. En cambio, la verdadera pasión arde como las estrellas: con luz intensa y estable, que no acaba.
La espontaneidad prácticamente no existe en el sexo actual. Siempre que intentamos ser espontáneos, lo que nos sale son los condicionamientos sexuales que todos llevamos dentro. Cada vez que una pareja es «espontánea» en el momento de iniciar el acto sexual, es decir, cada vez que ellos creen que están siendo espontáneos en el sexo, lo que en realidad ocurre es que muy pronto, impulsados por la excitación, los viejos modos de hacer el sexo emergen y se apropian del acto sexual, y entonces la pareja se ve obligada a hacer el mismo acto de siempre, y a terminar en el mismo fracaso con la eyaculación automática y anticipada que no los deja llegar al amor.
Cuando hay excitación, es como si el sexo se hiciera solo, como si el sexo los hiciera a ellos en vez de ellos hacer el sexo. La excitación es como el motor de arranque de los programas del sexo habitual, y una vez que estos programas se han echado a andar impulsados por la excitación, ya son prácticamente imposibles de parar: entre las prisas ellos casi no ven lo que hacen, hasta que de repente ocurre la eyaculación y el acto se corta casi sin haber comenzado realmente. Así es el programa del sexo habitual. Si te das a la excitación, pactas con ese programa y luego ya no puedes pararlo.
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