La historia que narra la novela Las impuras, del escritor cubano Miguel de Carrión, ocurre más o menos mientras Hollywood nacía, y con él el laxo estilo de vida de sus primeras estrellas femeninas, que con frecuencia tenían entre ellas amoríos lésbicos o sáficos. Por eso no es raro que el personaje llamado La Aviadora —llamada así no por aviación sino por juerguista—, habitual prostituta de hombres, tuviera una amante femenina, la mulata Margot, que fungía también como su verdadera proxeneta. Al parecer La Aviadora era toda una flapper con pelado bob cut, desenvuelta, fumadora y manejadora a alta velocidad. Son los tiempos del Charleston, y esa subcultura llegó también a Cuba, que está situada a menos de 100 millas de la Florida.
Otro personaje femenino, Carlota, define bien la situación de Carmela, La Aviadora: «Aquélla sí que sabía explotarlos y sacarles partido, puesto que tenía automóvil propio, criados y dinero en el banco. No quería a ninguno, porque sus gustos eran otros» (Cursiva nuestra). Su vida transcurría así: al levantarse, a las once y media de la mañana,
«Carmela bostezó estirando otra vez los miembros entumecidos por el sueño y frotándose los ojos con ambas manos. Estaba medio desnuda en el lecho, cubierta apenas, con una camisa que no le llegaba a las rodillas y por cuyos numerosos calados asomaba la carne. Sus lindas piernas, un poco gruesas, pero torneadas y finas en los tobillos aparecían completamente descubiertas, cruzadas una sobre la otra y calzadas con medias negras y ligas azules, como si hubieses estado preparada para una exhibición».
[…]
Al entrar [Josefina], fijándose en la desnudez que Carmela mostraba con tan perversa complacencia, aun a las mujeres, exclamó, por todo saludo, con su aguda voz de falsete:
—Carmela, ¡que nalgas tienes! ¿Hasta dónde vas a llegar?
[…] Carmela, halagada, enarcó más las caderas, y aun se volvió complacientemente, para que pudiera apreciarse aquella belleza en toda su amplitud. La tenue seda de la camisa, acribillada además de calados, no ocultaba nada, ni blancuras, ni durezas admirables distribuidas por todas partes».
Carmela charla apaciblemente con Josefina. Ante la sospecha de que La Aviadora la engaña, con hombre o mujer, Margot la llama por teléfono:
«Carmela corrió al aparato. Su voz se dejó oír, con inflexiones dulces y humildes de enamorada, como si contestase a un altivo interrogatorio.
—No, mi santa, no; me levanté tarde: a las doce… No; nadie. Fue Angelín el que me dio la lata quedándose hasta por la mañana… ¿Que si estoy sola ahora? Sí, sola, santona, solita. ¿Y tú…? ¡No, no, no! ¡Te lo juro por los huesos de mi madre! ¡No te engaño!»
Pero la pasión y el celo de la chula por su Aviadora llegan a ser terribles cuando aquélla se entera de que ésta está medio enamorada de un hombre. Le llega a decir a un interlocutor:
«Pero ella no se burla de mí, ¡te lo juro por esta cruz! Si él quiere, que se amarre los pantalones y se la lleve; pero yo te aseguro que le pico la cara donde quiera que la esconda, aunque la meta bajo la tierra. Por lo pronto no la dejo salir ni a la puerta, sino conmigo, y ni él ni ella pueden moverse sin que yo lo sepa. Y te lo repito: ¡si puede, que se vaya; pero te juro por los huesos de mi madre que le corto la cara!»
(Citas tomadas de Miguel de Carrión: Las impuras.)
Deja tu comentario