Si al inicio del acto sexual el placer real todavía no ha llegado, no es buena idea forzarlo apurándose en los movimientos, ni haciendo el típico mete-y-saca habitual de bombeo de pene en vagina, ni frotando obsesamente el clítoris con los dedos, ni nada parecido…

Si el placer aún no ha llegado, simplemente el hombre sigue con los movimientos sexuales, hasta que el placer llegue de hecho cuando los genitales comiencen a despertar. Cuando sea que el placer llegue, pronto o lento: está perfecto así. No hay ningún apuro. Continuar uniendo los genitales cuando todavía no hay placer: eso también forma parte del acto sexual, y cuando el placer llega de modo natural, sin forzarlo, entonces los genitales van recuperando su sensibilidad natural, y la pareja va ganando en conciencia del amor. Esto es sinónimo de aprender a llevarse mejor durante la vida cotidiana.

Si en cambio se fuerza el placer que aún no ha llegado realmente, los genitales no recuperan ni aumentan su sensibilidad —seguirán siendo semejantes a genitales de goma insensible e inerte, y por tanto seguirán siendo sustituibles por juguetes sexuales—; y lo que es peor, la eyaculación se acelerará, y el amor no nacerá. Ese acto sexual no es amor.

Amor es permanecer juntos en las frías, en las tibias, y en las calientes. Ese crecimiento gradual de la temperatura —en especial para la mujer— es el tránsito natural de todo acto sexual verdadero. No hay nada que apurar, no hay nada que forzar, no hay nada que perseguir. Todo llega en su momento: el placer inicial, el rico placer, el placer amoroso, el sentimiento sexual, el poderoso orgasmo, una y otra vez.