­Dentro de la atractiva sexualidad prehispánica, la de México goza de un lugar especial. No se trata de meras tradiciones sexuales indígenas, sino de todo un cúmulo de conocimientos sexuales que serían muy útiles para el ser humano de hoy en día. Si tuviéramos el buen tino de aprender un par de cosas de sexualidad prehispánica, la sexualidad del presente sin dudas se enriquecería.

En este artículo haremos sólo un breve acercamiento a la sexualidad prehispánica de México, específicamente a la influencia que el gozo sexual tuvo en el hecho de que, en cierto momento de su historia, se redujera el conocido espíritu belicista de los mexicas de antaño. (Si deseas conocer más detalles sobre sexualidad prehispánica en general, lee nuestros artículos de Guara.)

El «Power Flower» y el «Haz el amor y no la guerra» ya estaban en la sexualidad prehispánica

Desde antes de la llegada de los europeos a lo que sería América, los antiguos nahuas del Valle de México ya conocían lo que es detener la guerra gracias al influjo del amor. Fue ese mismo espíritu de gozo y amor lo que hizo que el poeta potosino reciente Luis Alveláis escribiera en náhuatl, en su libro Yoltéotl (Del corazón endiosado), bellos versos de amor a la mujer, totalmente en la línea del florido espíritu erótico de Anáhuac:

El fugitivo Canto de las tórtolas
me anuncia tu presencia, preciosa mujer,
vulva de jade enamorado,
corazón de la aurora.

Ya te tiendes
como flor celeste de mínimas estrellas
entre el humo del copal floreciente
con tu nombre de luz sobre mi estera verde.

Mientras tanto, preciosas plumas de quetzal
se desgranan en el viento y tú te esparces
y te siembras en mi cuerpo de bronces combativos,
y las flores del canto caen sobre mi corazón.

Este apaciguamiento de los «bronces combativos» del hombre gracias al influjo de la «preciosa mujer, vulva de jade», revive la historia que ocurre en aquellos versos del conjuro náhuatl recogido por Ruíz de Alarcón —que citaremos más adelante. Como veremos, el ardor sexual hace cuando menos posponer el espíritu bélico, cuando la poderosa belleza de la mujer mexica reclama para sí la pasión viril del guerrero.

Sólo el gozo sexual y el amor resultante podrían detener al demonio belicista que repta hoy por el mundo ―y que en realidad siempre ha reptado por él, hasta ahora. La sexualidad prehispánica tiene todavía muchas lecciones que darnos sobre esto.

No nos referimos solamente a la imagen del Flower Power que ilustra perfectamente a aquella década de los ’60 del siglo XX, repleta de sexo libre y de rechazo a las guerras ―época a la que el cantautor canario Pedro Guerra se refirió en una de sus canciones como «un tiempo de guerras paradas con flores» («Las gafas de Lennon»).

Dentro también de la cultura occidental, Betty Dodson —escritora que ha de haber vivido su juventud intensamente en aquella época del «amor libre»— también lo decía, enfocada en el agente bélico principal, el hombre: «Es sólo un sueño, pero creo que cuando los hombres adoren de verdad sus falos, las armas y los misiles MX estarán obsoletos» (B. Dodson: Sexo para uno).

Bajo la estrella de Xochiquétzal, diosa del amor de la sexualidad prehispánica mexica

Pero este tema de las «guerras paradas con flores» en realidad es bien antiguo, quizás tan antiguo como la humanidad; pues si ha habido dos constantes en la historia de la humanidad, esas han sido: por desgracia, la guerra, y por gracia, el sexo. La sexualidad prehispánica contiene esta paradoja,, y supo cómo resolverla.

Por poner sólo un ejemplo de esto que acabamos de afirmar, digamos que por su parte la cultura azteca precolombina —tan belicista como la occidental de la actualidad, si cabe tal cosa, pues ésta es descendiente de dos padres culturales proverbialmente bélicos, como fueron los romanos y los germanos— la cultura azteca precolombina ya había hecho evidente la misma paradoja de las guerras paradas con flores: el jardín de las vulvas nahuas que, a puro placer, lograron detener, como por arte de magia sexual, el avance del guerrerismo de un imperio tan culto y a la vez sanguinario como el azteca.

Xochipilli, dios mexica del amor, el placer, la belleza y las plantas sagradas, es adorado por dos mujeres desnudas ("Evolución de México", mural de Diego Rivera).

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En algún momento del imperio azteca —y bajo el influjo de Xochiquétzal, diosa del amor también llamada «Señora del Placer»— se produjo un relajamiento de la típica actitud bélica de la clase guerrera, determinado por un crecimiento de la sexualidad. Esto puede apreciarse en un conjuro de amor náhuatl, una verdadera joya de la sexualidad prehispánica, recogido por el cronista Hernando Ruiz de Alarcón. Ruiz de Alarcón transcribe el conjuro sólo en parte, pues el grafismo sexual del texto es tal que, según sus propias palabras, «por la modestia y castos oydos no se ponen». Desgraciadamente, ese comentario de Alarcón significa que por sabroso que resulte el siguiente fragmento, en realidad el original era aún más sustancioso:

En el cerro de los espejos,
en el lugar del encuentro,
yo llamo a la mujer,
y le canto amorosas canciones,
estoy fatigado.
Traigo en mi ayuda
a mi hermana, Xochiquétzal,
que viene rodeada por una serpiente,
y luce sus cabellos atados.

Desde ayer y anteayer
por esto lloro,
estoy fatigado.
Yo vine y nací por el florido y
transparente sexo femenil.
De verdad es una diosa,
de verdad es un portento[…]

¿Acaso mañana, acaso pasado?
¡Ahora he de tenerla!
¿Estoy de verdad en la guerra?
Ahora no soy guerrero,
¡mi lucha es con mujer!

(Para citar este fragmento, cuyo original está en náhuatl, hemos realizado una combinación entre la traducción que hace el propio Alarcón, y la que hace Miguel León-Portilla en su Toltecáyotl.)

Mutilar obras de arte de sexualidad prehispánica debido a su fuerte contenido erótico explícito, ha sido una actitud típica desde la época colonial. En el caso de la literatura de contenido sexual, la mutilación ha sido sinónimo de suprimir versos, reemplazar palabras de sexo explícito —al estilo del bleep para censura de palabras en los medios actuales—, y silenciar temas completos para evitar la censura de las autoridades, primero coloniales y luego nacionales.

Todo esto ha desvirtuado lo que podemos saber de la sexualidad prehispánica, hasta tal punto de que los investigadores deben aprender a inferir y a leer entre líneas —o mejor aún, a leer directamente los códices y los documentos en lenguas originarias de México—, para evitar la rara experiencia que cuando leamos un documento de sexualidad prehispánica, parezca que más bien estamos leyendo un pasaje bíblico.

La tergiversación de documentos y obras de arte prehispánicos, ha sido una mala práctica que aún hoy día permanece, si bien por fortuna la actitud va cambiando. Se han realizado muchos estudios de la sexualidad prehispánica, e incluso publicaciones insignes, como por ejemplo la revista Arqueología Mexicana, ya han dedicado nutridos monográficos a este tema (cfr. la edición de Julio-Agosto de 2010).

Una ahuani (prostituta nahua) exhibe su pierna en un mercado (mural de Diego Rivera).

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Alza tu faldellín de estrellas y detendremos la masacre: lecciones de sexualidad prehispánica

La sexualidad prehispánica ya tuvo que tratar con el espíritu bélico, y por eso tiene historias de poder y verdadera emancipación para contarnos. La paradoja expresada en los versos nahuas antiguos —paradoja muy semejante a la que la Contemporaneidad refundió en la máxima de «Haz el amor y no la guerra»— fue explicada del siguiente modo por Miguel León-Portilla:

«El rostro sonriente de Xochiquétzal logró hacer que el hombre de Anáhuac olvidara por algunos momentos los anhelos de sangre y de guerra […]. Gustosamente atraídos, comenzaron a acercarse los hombres al faldellín de estrellas [la diosa madre]. Aparecieron otras formas de invocación que, al menos a simple vista, nada tenían que ver con la muerte y la sangre» (M. León-Portilla: Toltecáyotl).

Uno de los términos en náhuatl para referirse a la vulva, nenetl, ha sido usado por el poeta mexicano Luis Alveláis. Como dijimos más arriba, recientemente Luis Alveláis Pozos ha escrito bellos poemas de marcado sabor náhuatl, algunos de los cuales han sido publicados en su poemario bilingüe náhuatl-español titulado Yoltéotl (Del corazón endiosado) —de donde hemos tomado los dos versos que citamos al inicio del presente artículo.

En su poemario, dentro de eróticos pasajes, Alveláis llama al femenino sexo «tu vientre de oscuras mariposas», «pétalos sagrados», «flor erguida de tu carne», «flor divina que se abre como un sueño», «pétalos desnudos de flor enamorada» y «vulva de jade» (en náhuatl chalchiuhnene). El amor a la belleza florida de la vulva es otra de las lecciones que la sexualidad prehispánica le da a la sexualidad del presente.

Una ahuani (prostituta nahua) exhibe su pierna en un mercado (mural de Diego Rivera).

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Un par de comentarios sobre la vulva en la sexualidad prehispánica

En náhuatl, la vulva tiene al menos dos modos de ser nombrada: nenetl y maxactli. Esta última se relaciona con el adjetivo maxaltic, ‘dividida’. Así pues, maxactli es un modo metafórico de nombrar a la vulva, semejante al de tantas lenguas, tomando en cuenta su forma de prominencia de carne partida por el centro.

Si bien la forma artiodáctila de la vulva no fue, como sí hoy en día, amorosamente comparada con la «pezuña de camello» (cameltoe) por los nahuas —pues los únicos camélidos vivían mucho más al sur de América—, sí fue comparada con la «pezuña de venado» (¿deertoe hubiera sido la traducción al inglés?)

El venado, tal como ocurre en el taoísmo chino, es símbolo sexual dentro de las culturas aborígenes mesoamericanas —y también en las norteamericanas si tomamos en cuenta los mitos nativoamericanos que hablan de la Deer Woman o Mujer Ciervo, comparable a otros mitos sexuales femeninos como la Llorona, la Matlacihua y la Tzegua de México, la ciguapa antillana, o la Fiura de Chiloé. De hecho existe un mito mopán que cuenta que la vulva de la Mujer-Luna fue creada imprimiéndole una pezuña de venado.

No es raro que la vulva sea comparada en náhuatl con muchas cosas preciosas, incluido el cacao o el jade. El jade es para los nahuas —semejante a lo que también ocurre con los chinos taoístas—, una de las piedras más preciosas, y uno de los epítetos más usados para referirse a los órganos sexuales, especialmente a los femeninos.

Así de preciosa y poderosa es la flor de la vulva, la flor esbelta de la carne femenina, si ha sido capaz de detener las guerras y engendrar el amor entre los seres humanos.