En uno de los acápites de su libro El ombligo como centro cósmico (1981) —del cual existía ya, desde un año antes, un capítulo publicado en forma de libro aparte, titulado El ombligo como centro erótico (1980)—, el investigador italiano Gutierre Tibón escribe lo siguiente:
«¿El alma que se escapa por el ombligo? El concepto es claro para los nigromantes y los espiritistas, sus actuales sucesores. El ombligo, dicen, es prerrogativa de los vivos; los fantasmas ya no lo tienen. No creo que una de estas apariciones se haya presentado desnuda en algún acto de nigromancia, porque, fieles a la tradición, los fantasmas acostumbran cubrirse con sábanas; sin embargo los expertos en espectros, desde tiempos inmemorables, aseguran que los espíritus pierden, en el más allá, el estigma del nacimiento. No se puede decir lo mismo de otras prerrogativas humanas. En las sesiones de materialización estudiadas por los parasicólogos, estos han observado que, aunque reales, los llamados fantasmas son fenómenos que se producen entre vivos, y de los vivos tienen todas las prerrogativas: entre ellas las inconfundibles redondeces de los fantasmas femeninos». (Gutierre Tibón: El ombligo como centro cósmico. Una contribución a la historia de las religiones.)
Existe una gran semejanza entre el contenido de esta cita de Tibón y ciertos mitos taínos, en el sentido de que los fantasmas sean seres sexuados. Los taínos —indios arahuacos del Caribe precolombino— contaban entre sus personajes míticos a los opías —hupías en otras traducciones—, fantasmas que se aparecían en los caminos oscuros. Y lo más curioso es que algunos caminantes, frente a una opía mujer, no se echaban a correr sino que hacían sexo con ella, pues sólo descubrían que era una fantasma cuando ésta se desvanecía en sus brazos. No es extraño que entre los taínos los espíritus de los difuntos sean seres sexuados: también sus diosas y dioses eran seres sexuados, y sus representaciones, los llamados cemíes, siempre tenían notables genitales femeninos y masculinos, y podían hacer sexo.
Los opías podían ser reconocidos porque no tenían ombligo. Venían a este mundo procedentes del Coaybay —el paraíso taíno, al cual iban no unas pocas sino todas las personas sin excepción después de morir. Todas estas cosas las cuenta fray Ramón Pané, tal como las oyó de boca de sus informantes taínos. El libro de Pané, titulado Relación de las antigüedades de los indios, es sin dudas la primera crónica que se haya escrito durante la conquista española de lo que sería América, pues fue redactado en época tan temprana como 1498. En el capítulo XIII, titulado «De la forma que dicen tener los muertos», escribe Pané:
«Dicen que durante el día están recluidos, y por la noche salen a pasearse, y que comen de un cierto fruto, que se llama guayaba, que tiene sabor de [membrillo], que de día son… y por la noche se convertían en fruta, y que hacen fiesta, y van juntos con los vivos. Y para conocerlos observan esta regla: que con la mano les tocan el vientre, y si no les encuentran el ombligo, dicen que es operito, que quiere decir muerto: por esto dicen que los muertos no tienen ombligo. Y así quedan engañados algunas veces, que no reparan en esto, y yacen con alguna mujer de las de Coaybay, y cuando piensan tenerlas en los brazos, no tienen nada, porque desaparecen en un instante. Esto lo creen hasta hoy. Estando viva la persona, llaman al espíritu goeíza, y después de muerta, le llaman opía; la cual goeíza dicen que se les aparece muchas veces tanto en forma de hombre como de mujer». (Ramón Pané: Relación de las antigüedades de los indios.)
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