Hemos visto que a pesar de que la concepción oriental del sexo es mucho más carnal y abierta que la occidental, allí también religiones como el islamismo y el hinduismo han jugado, en materia sexual, un papel represor muy semejante al que en Occidente ha jugado el cristianismo. El caso de la India es típico: allí la inmensa mayoría de la gente es hinduista, considera el celibato y la abstinencia como nobles valores, y al sexo sólo como medio de reproducción. O sea: aunque el Oriente es la fuente de una mítica libertad sexual, por lo general la inmensa mayoría de los orientales conciben el sexo de una manera no muy diferente de la de cualquier occidental educado durante milenios en una moral secularmente religiosa. Para la mayoría de los orientales, esa mítica libertad sexual nacida en su seno también está por realizar.

Tal vez la India fue la cuna del Tantra. Pero la mayor paradoja es que la India —sobre todo la India moderna— es antitántrica, y así rechaza toda relación entre la espiritualidad y el acto sexual. Como ha dicho Sudhir Kakar en su libro Chamanes, místicos y doctores, citando a Agehananda Bharati: “la cultura hindú oficial contemporánea, formulada esencialmente por Vivekananda, Gandhi y otros ‘reformistas’, es decididamente antitántrica y mantiene al Tantra fuera del alcance del interés permisible”. Cultos contemporáneos como el de Mataji (Mata Nirmala Devi) o el Hare Krishna, que tienen muchísimos seguidores, hacen anatema del trabajo directo con la energía sexual y de cualquier sexualidad sagrada, y han convertido al Tantra en blanco de todas sus críticas, oponiéndolo a una supuesta tradición espiritual hindú no sexual —todo lo cual resulta justamente la posición contraria de, por ejemplo, Rajneesh (Osho), que afirma que el Tantra es la solución actual de la humanidad, y niega toda tradición. No pocos —el propio Osho entre ellos— han aseverado que el destino del Tantra y de la espiritualidad sexual es florecer en Occidente y no en Oriente.

La mayoría de las religiones orientales son estructuralmente reacias a las propuestas del sexo sagrado, y sólo una proporción infinitesimal de entre la muy inmensa cantidad de hindúes, son tántricos. Hay más tántricos fuera de la India que en la India —tal como hay más budistas fuera de la India que en la India, principalmente de budismo Mahayana, que es libérrimo e incorporativo por esencia y puede congeniar incluso con el Tantra. El hinduismo, la religión de la inmensa mayoría de los hindúes, es estructuralmente antitántrico desde muchos puntos de vista, la moral tradicional hindú es también antitántrica, y hasta la nutrición hindú es antitántrica: casi todos los hindúes son vegetarianos, y en cambio los tántricos sí consumen carne, dentro y fuera del rito sexual. ¿Y cómo no va a ser antitántrica la India moderna, si su padre espiritual, Mahatma Gandhi, fue uno de los más célebres ascetas y abstinentes de la historia moderna? Él se definió a sí mismo como un hombre que se sometía a “una estricta regulación de la vida sexual”. No obstante, es conocido que la abstinencia sexual de Gandhi tuvo sus paradojas, las cuales Gopi Krishna interpreta muy bien a la luz de los conocimientos sobre la energía sexual básica o Kundalini.

Siguiendo con las paradojas, las propuestas hinduistas de trabajo no sexual con la Kundalini, que aparentemente niegan al Tantra, bien miradas en realidad no lo niegan en absoluto. Si tomamos, por ejemplo, el caso del propio Gandhi y de su famoso episodio con su sobrina Manu, lo que él hacía no negaba el Tantra, sino que lo afirmaba. El verdadero acto sexual tántrico, si bien técnicamente hablando está en el extremo opuesto de la abstinencia, en realidad no es básicamente diferente de la abstinencia sexual que realiza un asceta para sublimar sus energías sexuales y expandir su estado de conciencia. En rigor, un tántrico nunca eyacula —o al menos casi nunca, o no durante el maithuna—, así como tampoco lo hace un brahmachari como Gandhi, y ambos, tántricos y brahmacharis, hacen esto para sublimar la energía seminal y transformarla en conciencia y espiritualidad. Desde este punto de vista, el sexo tántrico y la abstinencia ascética son idénticos en propósitos, e incluso en medios, y podemos decir que, a pesar de su abstinencia, lo que Gandhi hizo con su sobrina Manu y con otras muchachas indias, si bien ni por asomo fue contacto genital, sí fue un trabajo con la energía sexual. Sigamos viéndolo por partes.

Los criterios de Gandhi sobre el sexo eran de estricta abstinencia, y esto mismo le exigió a algunos de sus discípulos y seguidores. Ya a los 13 años había contraído matrimonio con Kasturba, la mujer de toda su vida, y fue desde el inicio un esposo posesivo, celoso, dominante, e incluso cruel, aunque su actitud con su esposa cambió cuando él asumió el propósito de independizar a la India de Inglaterra. Desde los 37 años de edad, movido por una necesidad colosal de energía para su inmenso propósito, tomó los votos de brahmacharia —lo cual literalmente se traduce como “joven casto”—, práctica tradicional de la India que implica la más absoluta abstinencia sexual de por vida. Cierta vez escribió: «Hoy, todo lo que nos rodea, nuestras lecturas, nuestros pensamientos y nuestras costumbres sociales, todo ello conspira generalmente para estimular nuestro instinto sexual y facilitar su satisfacción. No resulta fácil liberarse de tal engranaje. Pero es una labor digna de nuestros más decididos esfuerzos». (Mahatma Gandhi: Reflexiones sobre la verdad.)

Como es sabido, al fallecer Kasturba en 1944, el proceso de independencia pacífica de la India entraba en su etapa final, y Gandhi necesitó energía extra para llevarla a feliz término. La intimidad doméstica con su sobrina Manu, a quien había asumido como hija, cierto día le provocó una erección. Desde ese día Gandhi, para redoblar su disciplina de brahmachari, decidió dormir desnudo con su sobrina. Sin embargo, la nueva práctica no se redujo a sólo su sobrina, y Gandhi también durmió desnudo con jóvenes chicas hindúes, y tuvo sesiones diarias de masajes y paseos con ellas. Se supone que para tentar a su disciplina y reforzar así sus votos de abstinencia. Éste pasaje de la vida de Gandhi resulta tan escabroso y difícil de comprender, que los documentales y biografías, si bien no pueden dejar de tomarlo en cuenta porque sería peor, pasan por encima del tema pronto, como por sobre ascuas.

El verdadero acto sexual tántrico tampoco tiene como único fin la mera satisfacción sexual, sino además la sublimación de la energía sexual como vía para expandir la conciencia. Una  cosa sirve a la otra, y una sin la otra no es nada. La sublimación de la energía sexual para expandir la conciencia, no es algo diferente sino idéntico a lo que Gandhi hacía desde que hizo votos de brahmachari, y luego hizo apoyado por Manu y por las otras muchachas. ¿Cómo llegó Gandhi a eso? Por una necesidad evolutiva que le impuso su propio camino. La presencia juvenil, femenina y erótica de Manu y las otras, los masajes de ellas sobre el cuerpo de Gandhi, estimulaban en él no la satisfacción animal del cuerpo, sino el fluir de secreciones sexuales en el interior del cuerpo que poderosamente ascendían a alimentar el cerebro y la conciencia. Es un sistema sexual cerrado, sin escapes, que lejos de estancarse necesita un motor. El motor impulsor de esta energía en Gandhi fue la energía femenina, tanto como el motor impulsor de este ascenso de la energía sexual en el caso de los tántricos es el acto sexual mismo sin eyaculación.

De hecho debemos decir que en el caso del llamado “Tantra derecho” (dakshinachara) el acto sexual concreto nunca se realiza, y el contacto de los principios femenino y masculino para elevar la Kundalini se lleva a cabo solamente de manera simbólica y ritual —a diferencia del “Tantra zurdo” o vamachara, que es el que sí realiza el contacto sexual sagrado. O sea, que lo que Gandhi hizo fue exactamente idéntico a lo que hacen los tántricos de la vía derecha. Este nunca eyacular se cumple en bastante medida para el Tantra hindú, pero sobre todo para el Tantra tibetano y la alquimia sexual del más lejano Oriente, donde muchos de los adeptos con gusto renuncian de por vida a la eyaculación, como hizo Gandhi. Para ellos el semen o sukra es una sustancia demasiado preciosa como para dejarla derramar sin propósito: es el alimento de los dioses.

Según Luiz Fernando Mingrone: «Muchos monjes tántricos practican el ‘Brahmacharya’ […] El Brahmacharya es, de hecho, la práctica del control y el equilibrio de los deseos y acciones en todas las esferas de la existencia, inclusive la sexual, y no es solamente la práctica del celibato o de la retención del semen con el objetivo de transformarlo en vitalidad». Un tántrico derecho hace justamente esto: establecer un control absoluto sobre sus deseos y su sexualidad, para transmutarla en espiritualidad. Esta vía tántrica no está en absoluto en contradicción con las propuestas del Bhagavad-Gita, que es la principal escritura sagrada del hinduismo actual. El Gita dice, en franca relación con el Vedanta Advaita: «Quien renuncia a todo encadenamiento y obra entregando su actividad a Brahman, no es manchado por el pecado, del mismo modo que el agua no se adhiere a las hojas del loto». No es necesario renunciar al sexo para lograr esto; a lo que es necesario renunciar es a la eyaculación: éste es el único pecado para los tántricos, y a nada más es necesario renunciar. Sólo quien practica esto, comprende el tremendo valor emancipador del tantra, y su capacidad para iluminar incluso al ser humano contemporáneo, que tan lejos está de la luz. La contradicción entre el tantra y el hinduismo es sólo aparente, y cada quien, en dependencia de su naturaleza, podrá iluminarse o no, ya practicando lo uno, ya practicando lo otro. Decíamos en otra página algo que viene ahora a propósito: «El sexo no es algo básicamente impuro, tal como no es algo esencialmente puro la abstinencia. Se puede ser completamente apasionado en el sexo y estar con ello realizando la más elevada pureza; y por el contrario, se puede practicar una abstinencia sexual y que su absolutez sea no solamente dudosa, sino incluso mentalmente pecaminosa, debido a que esa abstinencia es sólo un fruto de la represión».

Tal vez el campeón en fusionar tanto el ascetismo como el trabajo con la sexualidad, fue Ramakrishna que, además de ser maestro de Vivekananda, fue desde yogui de diferentes ramas, hinduista e islamista, hasta tántrico e incluso cristiano, llegando lejos en todos estos caminos y demostrando con su propio ejemplo que las diferencias entre caminos espirituales son sólo apariencia, y que en esencia todos llevan hacia lo mismo. Ramakrishna, que fue hijo de brahmán y fue tal vez el principal promotor de la actualización del viejo brahmanismo en hinduismo moderno, pasó muchísimos años de su vida haciendo vida ascética en la selva, y consideraba que los principales enemigos de la iluminación espiritual son «mujer y oro», es decir, lujuria y codicia. Sin embargo, quien lea su obra se da cuenta de inmediato de que él amaba y veneraba a la mujer, incluso desde el punto de vista sexual. La gurú de Ramakrishna en el camino del Tantra fue una mujer, Yogeshwari. Él siempre hablaba maravillas de la mujer, y la consideraba «encarnación del Divino Poder». Dijo: «Todas las mujeres son la verdadera imagen de Shakti», la Diosa Madre, que es «bondad, sabiduría y amor, y nos conduce hacia Dios». Lo que él rechazaba era la sexualidad animal, que se separa de lo espiritual para complacer al ego y fomentar la ignorancia. Durante su etapa tántrica, en una suprema unión de las propuestas del Tantra y de las propuestas hinduistas de renunciar a todo deseo, Ramakrishna diría: «He visto con mis propios ojos que Dios mora hasta en el órgano sexual». Y: «cuando una persona alcanza amor extático por Dios, todos los poros de la piel, hasta las raíces del pelo, se vuelven como tantos órganos sexuales y en cada poro el aspirante goza la felicidad de la comunión con el Atman». Ramakrishna es el mayor ejemplo de que los hinduistas y los tántricos en realidad no se excluyen mutuamente en sus búsquedas. No negó en absoluto que el sexo pudiera ser vehículo de iluminación, pero consideró que la «adoración a Shakti es sumamente difícil». Del Tantra dijo: «Es un camino muy difícil y a menudo causa la caída del aspirante. […] es extremadamente difícil practicar disciplina espiritual considerando a la mujer como amante.» (Todas las citas fueron extraídas de El Evangelio de Sri  Ramakrishna.)

La única diferencia entre el tantra y el hinduismo es el medio que utilizan, pero el propósito es el mismo: el hinduismo utiliza la meditación, la abstinencia, la devoción al dios, etc., mientras que los tántricos utilizan el acto sexual (simbólico o real), la irreverencia, la unión de los contrarios, la magia. Sin embargo, la diferencia entre el brahmacharia y el tantra es todavía menor: ambos usan como medio la sexualidad y la renuncia a la eyaculación, sólo que el brahmachari mira al sexo como pecaminoso en sí, mientras que el tántrico ve el sexo como el mayor don y el mayor vehículo de conciencia divina y cósmica. Ejercer el control absoluto de su sexualidad es no sólo lo que hace un tántrico derecho, sino que también es lo que hace un tántrico izquierdo, pero practicando sexo real: en medio del acto sexual más apasionado y sublime, el tántrico izquierdo está manteniendo absolutamente bajo control su sexualidad (su eyaculación), pues de lo contrario ningún acto sexual llegaría a ser realmente apasionado y divino. En realidad, el propósito de todas las vías espirituales de la India, del Oriente, y de todo el mundo, es el mismo: alcanzar la iluminación espiritual, la realización de la Verdad, mediante el ascenso de la energía básica. Este ascenso está cifrado en las simbologías de todas las culturas del orbe: es el ascenso de la Kundalini en las religiones de la India y de los países del Himalaya; es el ascenso de los Zigurat en las culturas mesopotámicas, cuyo componente de magia sexual como culto a la Diosa fue siempre secreto; es la unión de la tierra con el cielo para los chinos y los egipcios; es el culto sexual a la Diosa en los Balcanes y en el Mediterráneo oriental; es el esfuerzo por lograr la unidad en Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada, reptil que se transforma en pájaro y vuela al cielo de la libertad; e incluso es el sentido simbólico profundo de la Pascua  o Resurrección de Cristo —que en muchas regiones siempre se actualizó en secreto mediante ritos sexuales, y que tradicionalmente fue celebrada mediante la placentera “risa pascual” (risus paschalis). Que sean diferentes los medios utilizados para realizar este ascenso de la energía terrenal al cielo, es sólo algo secundario. Probablemente lo mejor sea una solución central que lo concilie todo.

En uno de los principales libros de Mircea Eliade, Yoga, inmortalidad y libertad, él cita una historia que está incluida en el Mahabharata, en la cual un brahmachari tiene contacto sexual con una prostituta, con fines rituales: la reunión de contrarios, esa superación de las dualidades tan típica de las filosofías del Subcontinente. Digamos que, llegado el momento, la propia tradición milenaria en la que se inscribió Gandhi comprendió que la fusión de los opuestos —en este caso, castidad y sexo— no sólo era una necesidad, sino que era la verdadera vía a la iluminación. Esto fue lo que Gandhi comprendió, intuyó, y sobre todo necesitó.

(Los criterios aquí expuestos sobre Gandhi, en alguna medida se derivan de los de Gopi Krishna, célebre iluminado de la tradición del Shivaísmo Tántrico de Cachemira —tal como lo era Abhinavagupta— y uno de los primeros difusores en Occidente de los conocimientos sobre Kundalini durante el siglo XX. Ver su artículo «Un episodio paradójico de la vida de Gandhi», en su libro Kundalini para la Nueva Era.)