La sexualidad habitual nos enseña a excitarnos. Casi todos estamos convencidos de que mientras más nos excitemos mejor sexo estaremos haciendo. Eso, por supuesto, es una ilusión, una de las tantas falsas verdades generalizadas sobre el sexo en la actualidad. En los medios masivos casi no hay video o canción que no hable de las «maravillas» de «perder la cabeza» de tanta excitación sexual, y se supone que eso es el «amor» y es el «máximo placer». Lo cierto es que gracias a esos prejuicios a favor de la excitación masculina —entre otras muchas causas—, es que el acto sexual no puede funcionar bien.

Según dice el título que hemos puesto a este artículo, la mujer es caliente y el hombre es frío. Así debe ser. Pero habitualmente ocurre a la inversa: el hombre está casi siempre sexualmente caliente o llega a estarlo muy pronto, casi desde el inicio del acto sexual o desde antes, y precisamente por eso la mujer casi nunca pasa más allá de estar sexualmente fría, o tibia en el mejor de los casos. Entonces, la frase «ella caliente y el frío» es más bien una estrategia para aprender a mejorar la realidad habitual del sexo, y que la pareja llegue a experimentar vivencias sexuales que normalmente la excitación y la eyaculación automática del hombre impiden.

La mujer por naturaleza está más fría al iniciar el acto sexual, y el hombre por hábito tiende a calentarse en muy poco tiempo. Esos hábitos sexuales mantienen el coito a nivel animal y no permiten que las esencias más poderosas del sexo se activen y se manifiesten. Por eso hay que invertir el orden habitual de las cosas. Tal vez convenga que ella permanezca inactiva al inicio y le deje los movimientos sexuales del principio a él. Esto evitará movimientos ficticios por parte de ella, tanto como le ayudará a él a ganar control sin tener que sobreesforzarse.

Para la mujer la excitación es un movimiento telúrico, un temblor terrenal, un sismo orgásmico, un fuego volcánico sin control, una corteza que se quiebra y deja salir un magma hirviente. En cambio, para el hombre, cualquier excitación debe ser, como se dijo alguna vez, un «fuego helado», una llama serena y duradera como la de las estrellas, una sublimación que pasa directamente a gas sin haber pasado por líquido. Ninguno de estos polos es mejor que el otro. Ambos son imprescindibles para que el sistema funcione bien. El sistema está en equilibrio cuando el hombre se mantiene con poca o ninguna excitación, y gracias a eso la mujer puede abandonarse a su pasión femenina, que es lo que permite que el sexo alcance niveles energéticos.

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Una estrategia sexual: ella pasiva al inicio

Para que el acto sexual funcione bien, el hombre y la mujer deben ser opuestos y complementarios: uno debe mantener el control sexual y la otra debe cederlo. Controlar la excitación —o sea, mantenerla alejada todo el tiempo— es algo que corresponde al hombre, no a la mujer. Ella más bien debe dejar que su cuerpo pierda todo control y se abandone al fuego del gozo orgásmico que él estará generando gracias a que no se entrega a la excitación pro-eyaculatoria.

Como enseñan casi todas las vías sexuales, el hombre es activo y la mujer es pasiva. Lo cual no significa que ella sea inactiva. Pasiva no es sinónimo de inactiva. Ella puede estarse moviendo con pasión, o en cambio puede estar sin moverse, y en los dos casos seguirá siendo pasiva. Es una cuestión psicofísica, una relación equilibrada entre conducir o que te conduzcan. Permanecer inactiva al inicio del acto sexual es una cuestión estratégica. Ser pasiva será una constante para la mujer, lo sepa ella o no, crea lo que crea —pues obviamente las modas sexuales de la actualidad dicen todo lo contrario.

Para que el hombre pueda aprender el control eyaculatorio, es necesario que la mujer abandone también los prejuicios mediáticos según los cuales es «sexy» y «emancipatorio» que la mujer sea quien controle el acto sexual. Si la mujer controla el acto sexual y es sexualmente hiperactiva —como ejemplifican las pornstars y tantas sexólogas—, mientras el hombre se comporta como un niño al que se lo hacen todo, entonces la mujer, creyendo que se está emancipando, estará solamente realizando otra fantasía sexual masculina que en pocos minutos llevará automáticamente a la eyaculación y al fracaso sexual. La mujer que crea que se está emancipando con eso, tiene el cerebro lavado.

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La mujer no desea controlar, sino que la amen a fondo

En lo profundo de su psiquis, de su corazón y de su cuerpo, la mujer no quiere tener ningún control sexual. Ella ni siquiera sabe cómo lograr tal cosa, y le es un estrés tener que encarnar ese rol de moda. Ella lo que anhela es que el hombre sepa lo que está haciendo durante el acto sexual y se ocupe él de manejarlo todo bien —algo en lo que él le ha fallado desde que ella dejó de ser virgen.

El control sexual es algo que él debe aprender en vez de recargárselo a ella. Lo importante para la mujer no es el control en el acto sexual, sino evitar fingir o actuar sensaciones que ella no está experimentando en realidad. Fuera de estas dos cosas —controlar y fingir—, todo vale para ella, todo es gozoso y aumenta el placer y el amor hasta lo inconfesable.

El hombre sí que debe aprender a controlar su excitación y sus funciones sexuales. Realmente lo mejor es que él no tenga excitación ninguna durante el acto sexual, y que aprenda incluso a tener y sostener la erección sin necesidad de excitarse. Parece increíble pero es así. Controlar la excitación por parte del hombre es sinónimo de controlar efectivamente la eyaculación, manteniendo los líquidos seminales sin moverse de sus glándulas.

Porque el caso es que aguantar o reprimir el semen cuando ya se estaba moviendo hacia afuera, no es verdadero control de la eyaculación, sino que es más bien represión de la eyaculación, y puede provocar congestiones seminales y dolores de testículos. Con un verdadero control eyaculatorio —esto es: manteniendo el semen sin moverse en absoluto, sin necesidad de aguantarlo o reprimirlo— nunca o casi nunca hay congestiones ni molestias.

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Un derecho femenino, pero un error masculino

La excitación sexual —si es que es real, sin teatros ni ficciones sexuales—, es un derecho de la mujer, no del hombre. Si el hombre se da a la excitación y pierde la cabeza y el control de la eyaculación, entonces no hay acto sexual. La mujer es el ámbito sagrado donde arde el fuego de la pasión sexual —tanto en lo físico como en lo emocional y lo mental—, y el hombre es el guardián que vela por mantener encendido ese fuego sagrado. El guardián no puede perder la cabeza, porque el fuego se apagará. A la mujer le corresponde perder el control pero al hombre le corresponde conservar el control. Eso genera un sistema sexual que funciona perfectamente bien.

En las imágenes tántricas tradicionales —y también en recreaciones contemporáneas de esas imágenes—, con frecuencia a Shakti se la representa en un color cálido —algún tono rojizo o morado, por ejemplo— mientras que a Shiva se le representa en un color frío —azulado, violáceo o algo semejante. La simbología de estos colores es más amplia, pero incluye el hecho de que lo masculino debe mantenerse frío y neutro para aportar un marco estable —una especie de lecho de piedras— al fuego sexual femenino.

No hay contradicción con el hecho de que, en cambio, el Taoísmo exprese que lo femenino o Yin es frío, y que lo masculino o Yang es caliente. Esto también es así, porque lo masculino es el punto de ignición que enciende a lo femenino, y luego los polos se invierten para aportar estabilidad al sistema sexual.

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