Nadie duda que la eyaculación masculina aporta al hombre un rato de paz. Luego de eyacular, él por un momento vuelve a ser como un niño, sin experimentar la carga física, hormonal, emocional y psicológica de ser un varón adulto. En ese momento él no tiene tensiones internas. Sólo paz. La mayoría de las veces se duerme profundamente. En el mejor de los casos, si él tuvo la delicadeza de darle placer a la mujer (¡o hasta un orgasmo!) antes de abandonarse a su propia eyaculación, con la descarga de semen viene también la tranquilidad del «deber cumplido» y el sueño apacible. Ese “deber cumplido” no es gran cosa, pero ojalá al menos así sea.
Porque de lo contrario, como bien ilustra ese gran cuadro del afamado pintor renacentista italiano Sandro Botticelli («Venus y Marte»), en ese momento de paz masculina está incluida toda la guerra que vendrá después, cuando esos pequeños «diablillos» de la insatisfacción sexual femenina comiencen a hacer de las suyas y creen conflictos, crisis personalizadas, discusiones que no puedes evitar, transformando en una trabazón infernal las mismas cosas que cualquier otro día son intrascendentes.
Mientras el supuesto Dios de la Guerra (el hombre) duerme y ronca luego de haber eyaculado y haber dejado a la Diosa del Amor (la mujer) en el limbo de la insatisfacción sexual, física, emocional y mental, es la Diosa quien planea otro tipo de guerra, más doméstica, más sentimental. El rostro discretamente enfadado de la Diosa es un poema sobre las circunstancias terribles que vendrán cuando él despierte. La mente y el corazón de la mujer se han materializado y personificado en esos pequeños seres con cuernos, divertidos y terribles. La lanza de él ya no apunta con firmeza hacia ella, sino que está en manos de las emociones femeninas y apunta hacia él mismo. La guerra se está volviendo un juego, una energía destructiva fuera de control.
El cuadro de Botticelli tiene maestría en la composición. Mientras en la mitad derecha masculina todo duerme el sueño despreocupado de los compañones descargados, de las gónadas vacías (el Dios de la Guerra devenido un manso cordero post-eyaculatorio), en el lado izquierdo las huestes femeninas se preparan para la guerra mayor, que es la guerra del amor, el problema crucial de todos los tiempos y culturas. Incluso un pueblo tan bélico como el azteca, pronto sucumbió a los encantos de Xochiquétzal, la Venus mexica. En un viejo poema nahua se lee: «Yo vine y nací por el florido y transparente sexo femenil. De verdad es una diosa, de verdad es un portento… No es guerra la mía. ¡Mi lucha es con la mujer!»
Muchas veces el porno actual representa la eyaculación masculina como la más fantástica victoria, en especial si el semen se arroja sobre el rostro o los pechos de la mujer (en un acto de humillación que casi nadie llama así). Y el hombre común ha llegado a creer que poner en práctica esa tontería es una victoria sobre la mujer. Hablando en términos grecolatinos, el triunfo de esta eyaculación es una «victoria pírrica», es decir, una victoria en la que pierdes tanto, que ya deja de ser victoria. El encanto de buscar con obsesión la eyaculación es un discreto encanto, un encanto bastante insignificante, porque luego de semejante despilfarro de energía, al hombre no le queda conciencia como para darse cuenta de que lo que él busca con tanto afán no es la eyaculación, sino el orgasmo. Orgasmo y eyaculación son 2 cosas distintas.
Por cierto que para la mujer la cosa no va mucho mejor. Si conocemos el mito que inspira el cuadro de Botticelli, se trata del amorío clandestino de Afrodita con Ares. Afrodita (Venus) es esposa de Hefaistos (Vulcano), y mantiene un adulterio con Ares (Marte). De aquí se deduce que el cuadro también trata un asunto que ha obsesionado desde siempre a los pintores y actualmente a algunos directores de cine: el círculo vicioso de la relación que se desgasta, que lleva a una infidelidad que empieza siendo estimulante y termina en un tedio idéntico, lo que probablemente lleve a una nueva estimulante infidelidad que terminará en el mismo desgaste… Y así sucesivamente.
Casi nadie da una solución, o al menos una explicación para ese círculo vicioso. ¿Qué es lo que se «desgasta» cuando se desgasta el amor? Obviamente lo que se desgasta es la energía seminal del hombre producto de la eyaculación apurada, continua, obsesa, belicosa, indolente, somnífera, lacrimógena y generadora de diablillos de emoción femenina. Ésta no es una respuesta muy poética, pero es verdadera. La solución obviamente es que el hombre aprenda a controlar la eyaculación y a economizar su energía seminal.
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