Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle —eminentes arqueólogos y antropólogos cubanos— escribieron lo siguiente acerca del cuerpo de los descendientes de arahuacos de Cuba:
“Las regiones glúteas en ambos sexos tienen poco desarrollo y la pelvis sin la marcada curvatura, con respecto a la columna vertebral, que se observa en otras razas” (Arqueología aborigen de Cuba).
Téngase en cuenta que este libro fue publicado en 1986, y que por eso es que los autores usan el término raza, hoy en desuso y más bien sustituido por el término etnia. En el caso de las mujeres, estas características antropométricas generan algo que bien podríamos llamar “cuerpo de india”, sin dudas una de las más exquisitas creaciones de la naturaleza aunque poco tenga que ver aparentemente con los absurdos cánones de belleza de la actualidad.
El “cuerpo de india” es perfectamente reconocible incluso dentro de una nación pluriétnica como Cuba, que tan diversa tipología de cuerpo femenino evidencia. Una de las más sensibles características del “cuerpo de india”, resultante de eso que la antropometría clasifica como poca “curvatura” pélvica, es la visibilidad de los labios mayores de la vulva, cuya forma de doble uve redondeada (W) se marca muy fácilmente en la ropa interior, e incluso en la ropa exterior que la mujer tenga puesta.
El eminente profesor guatemalteco Manuel Galich, en su célebre libro Nuestros primeros padres, tomando en cuenta la evidencia lingüística estudiada por Samuel Lothrop y Paul Rivet, reafirma que la cultura arahuaca es la más extendida por toda América. Si tenemos la suerte de contar con fotos más o menos actuales de muchachas aborígenes de Suramérica, podremos saber más o menos cómo lucían las jóvenes taínas de antes de Colón. Ésta es una foto de una jovencita auca (huaorani) tomada a fines de los ’70 del siglo XX por el fotógrafo Leopoldo Samsó, y publicada en el libro Magia en las Américas (1981), del escritor español Joaquín Grau:
Las mujeres arahuacas, en sus tiempos anduvieron casi todas desnudas —como sus madres las paren, decía Colón—, y muchas de ellas aún hoy día lo hacen. La poca curvatura pélvica, como decíamos, así como la escasez o ausencia de vello púbico, dejaban la vulva muy a la vista, y eso por supuesto ha tenido que quedar grabado no sólo en el andar cotidiano de la mujer arahuaca y en el amor del hombre por ella, sino también en su arte escultórico antiguo. Un ejemplo muy claro de esto que decimos, es una figurilla femenina proveniente de la cultura taína de Cuba, la famosa “Atabey de Holguín” —que se encuentra al inicio de este artículo—, cuya vulva es lo más notable dentro de su gracioso cuerpo de mujer. Los siguientes dibujos reproducen varias de las representaciones de Atabey:
El cuerpo casi aniñado de las arahuacas, sin pechos ni nalgas demasiado grandes —lo cual hubiera sido redundante y excesivo dentro de su típico hábitat muchas veces selvático—, contaba sin embargo con la gran evidencia de la vulva para atraer hacia el gozo sexual, el cual buscaban con gran liberalidad; pues si tomamos como ciertas las palabras del navegante Michele da Cúneo, los taínos “usaban del coito cuando tenían ganas, no importando donde se encontraran” (comentado por Giancarlo Nacher Malvaioli en su libro Don Cristóbal Colón).
Guillermo Cabrera Infante, con su fina ironía de siempre, también escribió algo sobre la abundancia de la vida sexual de los aborígenes cubanos, y además sobre aquello que en su Historia de las Indias comentaba Bartolomé de las Casas acerca de la extremada higiene de los indocaribeños. Dice Cabrera Infante:
“Una cédula real ya en 1516 (a poco más de veinte años del descubrimiento) condenaba las prácticas sexuales de los nativos y la corona fruncía el ceño al acusarlos además de bañarse demasiado. «Pues somos informados», terminaba la admonición real, «de que todo eso les hace mucho daño»». (G. C. Infante: Mea Cuba.)
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