Susana, mujer judía y una de las más célebres de la Biblia, cierta vez se encontraba haciendo su paseo habitual por un jardín, o desnuda comenzando a bañarse —según la versión del mito que sea—, y no reparó en que dos ancianos jueces la espiaban, en secreto deseando la belleza de su cuerpo. (Los pintores, por lo general, han preferido la versión del baño, para así poder violar la censura que impedía representar desnudos en el arte.) Los dos viejos se decidieron a acercarse a Susana, y le propusieron que los dejara hacer sexo con ella —y además la amenazaron con que, si no consentía, la acusarían de adulterio (lo cual, según la ley del Levítico, significaba una segura muerte por lapidación). No obstante, ella se negó a yacer con ellos, y entonces ambos la difamaron y la acusaron, y ella fue condenada a muerte.
Luego, gracias al profeta Daniel, que reveló toda la verdad —gracias al método del interrogatorio cruzado que aplicó a los viejos—, Susana se salvó de la pena de muerte, y pasó a ser símbolo no sólo de la pureza y la inocencia de la mujer, sino de la obsesión sexual de todo hombre por ella —sin distinciones de edad, profesión, o nación. Sin embargo, tampoco la obsesión sexual del hombre por la mujer debe ser interpretada como algo negativo, aunque a veces esa obsesión lo haya llevado a él a hacer chifladuras —como es el caso de los ancianos de la historia de Susana. La obsesión del hombre por la mujer en sí no es mala, porque es la búsqueda del paraíso que el hombre sabe que hay en toda mujer —por debajo de toda apariencia de la vida. Los ancianos no eran malos por fuerza; e incluso el texto deja bien claro que eran buenos jueces, y que todos acudían a ellos a resolver sus pleitos. Es la negación del sexo lo que engendra hombres como estos jueces, rectos en su andar por la vida, pero movidos en curvas por la única asignatura pendiente: el sexo, que casi nunca se encuentra resuelta.
La historia de Susana aparece en un capítulo 13 del libro de Daniel, que no se incluye en todas las biblias, debido a que, entre otros, los protestantes no aceptan este capítulo como auténtico. Algunos fragmentos del libro de Daniel son considerados deuterocanónicos, o “de segundo canon”; la inclusión completa de este libro en la Biblia siempre ha estado en discusión, y la veracidad canónica de la historia de Susana ha estado tan entredicha como lo estuvo al inicio su propia pureza: pero lo que importa es la verdad esencial, y no lo que se piense o comente de ella. Así, la historia de Susana no se encuentra, por ejemplo, en la versión Reina-Valera de la Biblia —aunque incluya el libro de Daniel hasta el capítulo 12—, pero sí puede encontrarse en la Biblia de Jerusalén.
Simbólicamente hablando, el gesto negador de Susana al ser pretendida es la protección básica de toda mujer contra lo que le hace o le puede hacer daño: un reconocimiento instintivo de su vulnerabilidad natural y de su condición abierta. En muchos de los cuadros sobre este mito, Susana aparece protegiendo su cuerpo de la agresión física o verbal de los ancianos. Pero es un error suponer que el mito bíblico de Susana represente un rechazo esencial de la mujer hacia el sexo, o que la actitud de Susana con respecto a los dos jueces ancianos de la historia signifique que la mujer rechaza el sexo por naturaleza. Esto está muy lejos de la verdad. La mujer rechaza el sexo sin amor y por simple deseo pasajero que la usa a ella como objeto de satisfacción egoísta; por experiencia ella sabe que eso no le hace bien. Pero si el sexo es amor e incluye como fin deleitarla a ella, ella estará absolutamente abierta a hacerlo, porque no existe algo más puro, más real y más benéfico sobre la Tierra que el sexo de amor.
Iluminada por el deleite del verdadero acto sexual, la mujer se unificará en su ser verdadero y natural: será la más pura de las vírgenes y la más lúbrica de las prostitutas, todo reunido en un único ser femenino sin exclusiones, ni contradicciones, reunidas y superadas todas las polaridades.
EL MITO DE SUSANA EN LA PINTURA
Decíamos más arriba que el mito de Susana —junto con otros tales como la estancia de Adán y Eva en el Edén, el acto sexual entre Lot y sus hijas, el nacimiento de Venus, las Tres Gracias, y otros mitos hebreos y grecolatinos— ha sido un leitmotiv en la plástica, no sólo por los valores que encierra, sino además por ser un a propósito para evadir la censura y representar el cuerpo femenino desnudo en los cuadros. Así pues, no es extraño que la cantidad de cuadros sobre estos temas sea notable, no tanto porque los pintores sean muy piadosos como por el gran amor al sexo que siempre se hace evidente en cualquier época, más allá de toda censura.
Desde el punto de vista de la representación de este mito en la plástica, merece mención el cuadro El baño de Susana y la lapidación de los viejos (Albrecht Altdorfer, 1526), porque a diferencia de la mayoría de los lienzos sobre este mito —que lo representan in media res, es decir, en el momento climático en que los dos ancianos jueces espían a Susana desnuda en primer plano, o en el momento en que ambos tratan de presionarla sexualmente, incluso ya tocándola—, el de Altdorfer representa el mito in extrema res, o sea, cuando ya la virtud de Susana ha sido demostrada por Daniel, y ella está siendo bañada por algunas sirvientas, mientras que los viejos están recibiendo el castigo al que antes por difamación ella había sido condenada. Éste es uno de los pocos cuadros que realmente se enfocaron en el tema bíblico, más que en Susana desnuda y el deseo de los jueces por ella.
El cuadro de Altdorfer cuenta con una abrumadora profusión de detalles —de indudable influencia de la Escuela Flamenca, y gracias al en ese momento novedoso uso del óleo—, estilo que compartió, o tal vez heredó, de sus coterráneos Albrecht Dürer (Alberto Durero) y Lucas Cranach el Viejo. El detalle de la lapidación de los ancianos sólo se puede percibir con claridad, o bien en vivo en la Alte Pinakothek de Münich, o bien en una reproducción muy buena del cuadro. Ocurre en la terraza del palacio, en una de las escenas simultáneas del cuadro, en la cual varias personas lapidan a los ancianos, quienes ya se encuentran caídos en el suelo. (Ver la obra y los detalles, en la Galería que acompaña a este artículo.)
Los numerosos cuadros del mito de Susana, pintados a los largo de siglos, no dejan de ser una buena oportunidad para notar cuánto cambian los ideales de belleza de una época a otra. Los pintores muchas veces pintan el cuerpo femenino siguiendo no sólo sus propios cánones de belleza femenina, sino además los de su época. Así, hay Susanas morenas y rubias, jovencísimas o maduras, rellenitas o delgadas, altas o bajitas, de rostros redondos u ovalados, de senos pequeñitos o grandes, etc. Los cuadros de Susana, como los de Evas, los de las Tres Gracias, los de Venus, los de ninfas, los de sirenas, son una verdadera terapia que ayuda a comprender el absurdo de creer que existe un solo tipo de belleza —un tipo de neurosis en la cual nuestra época se lleva la medalla de oro.
Deja tu comentario