La vulva posee un calor intrínseco;
Encierra un sólido corazón (interior)
Y reprime el pecho (la matriz).
Su fuego se comunica a quien la penetra;
Su igual en intensidad es el fuego del amor.
Es tan apretada como un zapato bien ajustado.
Más pequeña que el círculo de la manzana del ojo.
Poema extraído del manual erótico sufí y magrebí El jardín perfumado, y citado por Shaykh Nefzawi —autor del manual, pero al parecer no del poema, pues lo enfoca como un texto tradicional de alabanza a la vulva— para ilustrar uno de los muchos nombres de la vulva que se usaban en su época, no exentos de humor y socarronería, como la mayoría de los nombres que la imaginería popular da a los genitales femeninos y masculinos (cfr. en El jardín perfumado el capítulo 9: «Varios nombres dados al órgano sexual de las mujeres», y el capítulo 8: «Varios nombres dados al órgano sexual de los hombres»).
El tipo de vagina que describe el poema, es llamada por Nefzawi y sus coterráneos coetáneos El harr, término que se traduce como “La caliente”, y sobre ella escribe el autor, con una expresión intencionadamente hiperbólica: “Ésta es una de las vulvas más loables. La calidez es, de hecho, muy estimada en una vulva, y se puede decir que la intensidad de su goce es proporcional al calor que ella genera”.
El detalle que da el poema al relacionar el pecho femenino con la matriz, resulta muy interesante; pues, dentro de ciertos conocimientos eróticos orientales, el cuello del útero se corresponde con el corazón femenino, y hacer el sexo en lo más profundo de la vagina equivale a liberar las emociones sexuales de la mujer y así realizar con ella el más alto vuelo sexual.
El poema contiene, además, uno de los prejuicios más extendidos en el mundo árabe —como puede leerse muchas veces en las páginas de Las mil y una noches—, y una de las fantasías sexuales masculinas más frecuentes desde antes de nuestra era hasta el día de hoy: la imaginación masculina supone que el mejor sexo se hace con una vagina que apriete en el pene como un guante en una mano, o según dice el poema, “como un zapato bien ajustado” en el pie, hasta el punto de que, como una superficie abrasiva al ser frotada, comience a humear durante la penetración. Este prejuicio es, sin duda alguna, un contracomplejo que con el tiempo el hombre ha desarrollado como compensación por su frecuente complejo de tener el pene chico. Aprovechamos para decir aquí que el tamaño de los genitales no importa en lo absoluto para hacer bien el sexo. Ese es sólo un prejuicio que ha durado demasiado tiempo.
Los numerosos nombres dados a la vulva, especialmente en el argot popular y la germanía, son no sólo una prueba del grande amor que se tiene por el sexo femenino, sino también de la versatilidad y variabilidad tipológica que ese lindo órgano posee de una mujer a la otra. Tal como ocurre con los rostros de mujer, no hay dos vulvas iguales; pero todas siempre son de un encanto y una belleza avasalladores, para hombres y mujeres por cierto. Para amar a la vulva, no es necesario que ella ajuste como condón en pene, sino aprender a hacer bien el sexo.
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