Muchos de los prejuicios sexuales que permanecen en la mente occidental de la actualidad se basan en la tergiversación del mito originario de Adán y Eva, del Génesis bíblico. Cualquiera se sorprendería al saber que las ideas represivas sobre sexo y “pecado original” que se le achacan a ese mito, fueron sobre todo invención del clero medieval, y no se encuentran en las escrituras originales en arameo y hebreo —dentro de las cuales, de hecho, a veces se hallan conocimientos sexuales incluso útiles y nada represivos. De boca en boca, de generación en generación, se han transmitido a lo largo de los siglos prejuicios sobre el mito de Adán y Eva que han marcado para mal la manera en que el hombre y la mujer occidentales se relacionan. Y asimismo, algo bueno aportaría a las relaciones actuales el hecho de renovar nuestra visión sobre ese mito.

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ADÁN Y EVA PRIMERO FUERON UN SOLO SER

Lo primero que salta a la vista es el supuesto error bíblico de la doble creación del ser humano en el Génesis. Aparentemente Yahveh-Elohim crea al hombre dos veces: la primera vez en el capítulo 1 versículo 27, y la segunda vez en el capítulo 2 versículos 7 al 25. Pero si leemos el Zohar —libro de Cábala judía que hace lecturas profundas del código hebreo cifrado en la Toráh—, el misterio se aclara: las almas bajan al mundo cada una con ambos sexos, y al entrar en la existencia se separan en femenina y masculino. Por eso, uno de los más grandes propósitos de la existencia es —dice el Zohar— «acentuar el vínculo de unión entre el varón y la hembra, que es el secreto de la fe verdadera».

Así pues, lo primero que Yahveh-Elohim creó fue un andrógino. Luego, durante el episodio de la supuesta segunda creación, lo que ocurrió no fue creación sino separación en géneros: desde el costado —no de la costilla— del andrógino Yahveh-Elohim lo separó en dos entes de sexo opuesto, luego de lo cual Adam, nombre genérico del ser humano, paso a llamarse Īs: ‘varón’, y Eva: ‘la que da la vida’, es decir, el principio femenino. Estas sutilezas no suelen traducirse, o están ocultas debajo de palabras ambiguas. En las traducciones normales de la Biblia a lenguas occidentales, Adam es siempre Adán, un ser masculino protagónico que fue el primero en ser creado, y a partir de cuya “costilla” se crea a Eva, un ser femenino personaje secundario: éste es uno de los gérmenes del machismo occidental —y del feminismo que nació como reacción opuesta—, unido al hecho de que Dios es traducido como un personaje masculino, cuando nunca lo fue: es andrógino. Mujer y hombre somos dos mitades de una misma divinidad.

Éste es el motivo por el cual el supremo gozo sexual, la experiencia de la divinidad verdadera, es buscado continuamente por todos los seres humanos —lo sepan o no, lo admitan o no,  digan o no que lo que buscan es otra cosa. Ni siquiera el clero de la Iglesia ha cumplido nunca por completo, en todos los siglos que tiene de fundado, sus tres votos principales de pobreza, obediencia y —sobre todo los de— castidad.

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¿CUANDO NACIERON LOS PREJUICIOS ACTUALES?

Los primeros prejuicios sobre Adán y Eva y la verdadera naturaleza del “pecado” que cometieron en el Edén y que provocó que fueran expulsados de allí, fueron creados por la Patrística, la primera corriente de pensamiento cristiano de los primero siglos, y luego fueron reafirmados por la Escolástica, que les terminó de dar la forma actual. Pero tomando en cuenta el gran poder catártico del teatro, las ideas que sobre Adán y Eva tenemos en la actualidad deben de provenir, además de del propio clero medieval, de los llamados autos medievales, es decir, de las dramatizaciones u obras de teatro que escribían algunos autores —basados en las versiones y comentarios legitimados por la Auctoritas (Autoridad) de los Padres de la Iglesia—, y que eran representadas dentro de los templos, o al aire libre durante alguna celebración del calendario litúrgico.

Los autos medievales, gracias al enorme poder del teatro para bien o para mal, convertían a Adán y Eva casi en un matrimonio contemporáneo bajo el imperio de Dios —de la Iglesia—, y matizaban el mito de la expulsión del paraíso según las ideas políticas y religiosas que conviniera sancionar en el momento. Estas versiones dramáticas era iconográficamente reforzadas por las tantas pinturas y retablos que recreaban visualmente el mito de Adán y Eva con todos los prejuicios que hoy le conocemos: Dios es un “viejecito” con barba y siempre “masculino”, Eva es creada a partir de una “costilla” de Adán, la serpiente tiene el mismo rostro que Eva, Eva es “la mala” y Adán es sólo “tonto” sin autoridad, el fruto del árbol del conocimiento es una “manzana”, el “pecado original” es haber hecho sexo, etc. Ninguna de estas cosas está en la Biblia: son tergiversaciones que el clero medieval tejió para implantar la ideología cristiana —nada que ver con Jesús— en la mente de la masa popular.

No en balde se dice que la primera entidad publicitaria fue la Iglesia. Las pinturas y retablos religiosos, la estatuaria y los capiteles historiados, fueron los primeros medios de difusión masiva —principalmente si tomamos en cuenta que los receptores de esa publicidad eran siervos que en su mayoría no sabían ni leer ni escribir, y sólo podían recibir el mensaje iconográficamente. Estas obras del arte cristiano primero se encontraban en las paredes y columnas de las sólidas iglesias románicas, y luego en las de esas monumentales y refinadas joyas de la publicidad cristiana que fueron las catedrales, en las cuales se aunaban todos los medios disponibles —arquitectura, pintura, vitrales, texto, música, teatro— para asentar en la mente de los feligreses las reinterpretaciones de los mitos bíblicos —entre los cuales uno de los más importantes era el de Eva y Adán.

 

EVA Y ADÁN HOY

Algunas denominaciones cristianas de la actualidad han desarrollado una especie de contracomplejo hacia el sexo, que es tal vez peor que el típico complejo cristiano contra el sexo. Si les preguntas: «¿El ‘pecado original’ —y tenemos que entrecomillar el término, pues ni siquiera aparece en la Biblia— tuvo que ver con el sexo?» Te responden: «¡No, qué va! El pecado original tuvo que ver con la desobediencia del ser humano a Dios. El ser humano debe ser obediente. El sexo no es ningún problema». Y aún así, siguen teniendo la misma actitud represiva hacia el sexo, suyo y de los demás.

O sea, los cristianos siguen teniendo la misma actitud represiva hacia el sexo, pero dicen no tenerla ya. Afirmamos que este contracomplejo es peor que el complejo tradicional, porque si ya ni siquiera son capaces de reconocer y admitir que tienen un problema con respecto al sexo: eso cierra la puerta a cualquier solución, tal vez definitivamente —al menos para las personas cristianas, quienes si partieran de que la Biblia no niega el sexo y de que la vieja negación fue sólo un invento manipulador del clero medieval, tal vez pudieran tener una vida sexual mucho más plena, sin necesidad de dejar de profesar su religión.