La mujer no debería tener que llegar a exigir lo que por naturaleza le pertenece: el derecho de ser amada por el hombre hasta que el placer femenino se vuelva algo enorme, extraordinario, hasta que la pareja a través del sexo y los profundos orgasmos femeninos descubre lo desconocido. Un estado de conciencia extraordinario se abre para la pareja, un mundo nuevo, mítico y edénico, cuando el hombre es capaz de viajar con ella en el acto sexual, hasta que las últimas brazas de la pasión femenina sean apagadas en un acto sexual realmente bueno. No es sólo cuestión de cuerpo sino también de espíritu.

El hombre —tal vez mediante la reordenación inteligente de su energía sexual, de su actividad cotidiana y de su tiempo— debiera estar siempre listo para dar a la mujer todo el amor sexual que ella no sólo desea, sino que necesita para entregarle a él toda la energía sexual que a ella le sobra y a él le falta. Este nuevo orden de pareja, este espacio-tiempo en que finalmente se haga todo el sexo que siempre se ha deseado, traería a la vida de él una gracia, un propósito, una paz y una claridad que normalmente él no tiene. Él ganará todo y no perderá nada en el acto de reconfigurar sus prejuicios y comprender que el sexo no se hace para sí mismo sino para la mujer.

La mujer y el hombre no son iguales, sino opuestos y complementarios. Si cada uno de ellos buscara en el sexo su propio placer y su propia satisfacción, no habría complementariedad ni equilibrio, y ambos caerían en un círculo vicioso de buscar en el sexo el propio placer sin hallarlo nunca, porque el otro está haciendo exactamente lo mismo: de este modo hombre y mujer andan por caminos paralelos, que no se encuentran nunca. Por cierto que esto es lo que hoy pasa, y el desencuentro en el sexo por esta ausencia de complementariedad entre el hombre y la mujer, es la fuente de todo problema cotidiano de pareja, de familia, de sociedad y de mundo. La mujer, en su inocencia natural, no le dirá al hombre nada acerca de la raíz de un problema que ni ella misma entiende; pero sí creará miríadas de problemas cotidianos gracias a su poder psicoemocional sin par. Y en su capacidad de fabular infinitamente la realidad, siempre dirá que es otra cosa la que le pasa, no una carencia sexual.

La naturaleza femenina no da órdenes, pero el cuerpo femenino, con sus sensaciones, va diciendo lo que necesita en cuanto a velocidad, ritmo, intensidad y pasión, sea mucho, poco, medio o extremo. Con el cuerpo femenino la vieja frase ha de cumplirse al pie de la letra: sus deseos son órdenes.