“En Colombia no hay sino homúnculos, pero en Manizales estuvo nuestra conciencia repleta de las imágenes de la catedral y de un grande hombre. Encontramos en casa de un amigo el retrato admirable de Gregorio Rasputín.

¡Esas barbas del Santón! Todo en el cuerpo de Gregorio eran borbollones de vida; esa fisiología era una flor de la esencia de los mundos, de la energía. Ante las fórmulas inanes de la estética era feo, feísimo. ¡Cuán inanes las estéticas de los críticos, de esos hombres que se pasean por las galerías de arte y por la vida con leyes de mensura para la belleza! Pero en los brazos de Rasputín, en su pecho tan grande como un cielo, caían en letal olvido todas las duquesas de la Rusia de los Zares. ¡Cuán hermoso era Rasputín!

Ancho era el pecho de Gregorio; el espacio entre sus pómulos, anchísimo y todo él ancho: cubría todo el espacio para quien lo contemplaba; no hay en la conciencia de quien lo mira, aún en retrato, sino Gregorio Rasputín. ¡Es el efecto de las personalidades magnéticas!

Sus manos eran grandes y cuando caían sobre las cabezas de la nobleza rusa producían el sopor del olvido. Las papilas del dermis en donde terminan los nervios sensoriales eran más grandes en él, eran verdaderos conductos de sueño, de fuerza mesmérica…

Pero éste no era el Santón. No; el Santón estaba en las barbas; éstas emanaban de su esencia, tenían las raíces en la esencia. Comprendimos entonces cómo aquel gigante enamoradizo, Sansón, pudo tener toda la fuerza en los cabellos. ¡Cuánto gozó Dalila, la cruel Dalila, cortando aquella cabellera! ¡Cuánto gozan las mujeres, las amadas, destruyendo nuestras energías!

El cuerpo no es sino una forma creada por la energía, por la esencia que se manifiesta en los fenómenos, y en algunos seres interesantes esa energía empuja más, se concreta más en un órgano privilegiado. Todo grande hombre y toda mujer interesante han tenido la grandeza, la belleza, el no se sabe qué, especialmente en un órgano privilegiado. La grandeza, el poder de amor, la maldad de Rasputín estaban en sus barbas. Pensemos en la nariz larga de Maximiliano Robespierre, en la hermosa y grande boca de Wilson.

Contemplad al Santón al lado del Zarevich. Sobre el cuerpo del niño se inclina aquel cuerpo formidable, caen aquellas barbas omnipotentes, y de las manos anchas, colocadas en la posición de la medicina egipcia, emana un fluido magnético que se absorbe a la Zarina y que invade al niño. ¡El Zarevich sonríe y está sano! ¡Es que la energía de la estepa, la de toda Siberia, está encarnada en Rasputín y florece especialmente en sus barbas enmarañadas!

Mil veces hemos leído y oído que al grande hombre hay que verlo; que no basta leerlo. Sí; lo grande es el no se sabe qué que anonada e inhibe todo en la conciencia del espectador.

Gregorio Rasputín era un hombre vulgar, según los libros biográficos; era un pobre hombre. Pero dominaba lo más fino y aristocrático que ha existido, la Corte de los Zares. Las mujeres mejores se empapaban de olvido al mirar los ojos de Rasputín; el cuerpo de éste se les dilataba poco a poco en la conciencia y las invadía…; las virtudes se perdían en las barbas enmarañadas.

Mirando su retrato se ennoblecieron nuestras barbas, ¡pero no teníamos la energía del Santón!

Absolutamente sinceros: este es el primer mandamiento. Pensamos que no debíamos hacer sino lo que saliera de nuestro carácter, y nuestra energía es pobre y no puede formar un borbollón y dar nobleza y elegancia a un apéndice corporal. Las barbas embarazaban nuestro espíritu, y para éste no debe ser una traba lo exterior. Siempre hay que estar cómodos dentro de la carne y de las ropas; no se deben sentir ajenas. ¿Cuándo un feo, según las leyes de la estética, es hermoso según la vida? Cuando la fealdad es cómoda casa del espíritu; cuando la fealdad no es postiza; cuando las desarmonías y desproporciones son producidas por el borbotar de la energía. El problema está en que el espíritu, el soplo divino que Dios infundió al muñeco de barro, llene la carne y la ropa como la brisa marina hincha las velas. Nosotros amamos una mujer cuya boca separada de ella sería un adefesio, pero estaba tan llena de amor, del no se sabe qué, que mejor no puede ser el cielo de los Profetas. El secreto de la elegancia, el secreto de lo que hace siglos buscan los psicólogos, o sea, de la personalidad magnética, consiste en ser natural; en que el espíritu esté a sus anchas en la carne, el vestido y el ambiente”.

(Fragmento tomado de Fernando González: Viaje a pie. Este artículo se deriva de otro que lo engloba: «Dos visiones sobre Rasputín», el cual incluye también otro artículo: «Rasputín según Burgo Partridge».)