Según el escritor español Joaquín Grau —que a fines de la década del ’70 convivió con los aucas amazónicos, y en 1981 publicó un libro titulado Magia en las Américas, seguido por Mi vida con los aucas en 1987—, según Grau la muchacha huaorani de la derecha de esta imagen, la bella Ubi, que “a todas luces” está completamente desnuda, no sentía estar desnuda en lo absoluto: de hecho, ni ella ni las demás mujeres de su tribu consideraban que andaban desnudas: la ropa auca para chicas consiste únicamente en el come, la cuerdecilla en torno a su cintura: sin el come, sí que Ubi se hubiera sentido desnuda —cuenta Grau. Tal vez los aucas perciban que los labios mayores son como una ropa natural que lleva la vulva —añadimos nosotros—, como los labios de la boca son el vestido de la sonrisa. O algo así.

¿Qué es, por cierto, correcto o incorrecto en el vestir? ¿En qué consiste la “corrección” en la indumentaria femenina? ¿En cumplir con las normas de “lo que se puede” enseñar y “lo que no se puede” enseñar en público? ¿Hay algo de objetivo en todo esto? Los árabes y los judíos, por sólo poner un ejemplo, tienen códigos muy estrictos que ponen en claro, para ellos, qué partes del cuerpo —especialmente del cuerpo femenino— no deben ser mostradas en público: prácticamente ninguna o ninguna en lo absoluto. Sin embargo, según los asiriólogos, las primeras mujeres de la región, hace miles de años, adornaban la vida cotidiana con sus pechos desnudos como racimos de dátiles y sus ombligos redondos como copas de licor. Y de seguro que los moros y cristianos de hoy estarán considerando que Ubi y los suyos son unos “salvajes” porque andan en cueros en pelota todo el santo día.

Edward_Burne-Jones_-_Vesper,_1872-1873

Se supone que eres indumentariamente correcta si no enseñas ciertas partes del cuerpo, como también se supone que esta ley bajó del cielo. ¿Pero cuáles son, específicamente, las partes que se pueden enseñar y cuáles no? Ah, bueno: para las sociedades cristianas —o para las de moral cristiana aunque sean laicas—, esto cambia según el momento histórico. Las cristianas del Medioevo no podían siquiera enseñar los tobillos en público; en cambio tu tatarabuela cristiana podía mostrar los tobillos, pero no las rodillas; y ya que las mujeres de hoy muestran los muslos en la calle, las cristianas pueden enseñar hasta la mitad del muslo… ¡pero nunca más arriba! ¿De acuerdo? ¿OK? Siempre que te mantengas un paso atrás del ritmo de la moda del mundo, serás considerada casta y pura. OK. Sólo mañana podrás enseñar un poco más arriba.

Gracias al juego a los escondidos en que se ha convertido el sexo, algunas mujeres supuestamente “morales y religiosas”, pueden comportarse como si reprimieran y negaran el sexo per se, mientras en los días estipulados —sean viernes, sábados o domingos— asisten a la iglesia vestidas completamente a la moda, con vistosas faldas, altos tacones —que se usan para que las nalgas se muevan al andar, como dijo Desmond Morris, empecinado evolucionista—, pechos cubiertos pero notablemente apretados en su escote; todo en un claro ejemplo de lo que se ha llamado ir a la iglesia a flirtear divinamente. Negar el sexo es, de seguro, jugar al sexo en otros contextos “más aceptables”, es decir, más sublimes. Cualquiera que se dedique a jugar al sexo inconscientemente en contextos “no sexuales”, puede dedicarse tranquilamente a negar el sexo en el contexto sexual mismo.

La cuestión de ser “moralmente correctas” en el vestir, se basa en que las mujeres religiosas aparenten ir siempre un paso más atrás que las mujeres “mundanas”, compulsivas perseguidoras de modas. Vamos a suponer que el día de mañana se impone una moda, absurda como todas las demás, según la cual las mujeres occidentales pueden volver a andar desnudas públicamente —lo cual significaría una feliz ruina para las casas de haute couture—, y que entonces andar vestidas, del modo que sea, pase a ser una moda old fashioned. Es seguro que en ese momento muchas mujeres y congregaciones cristianas comenzarán a tener una nueva visión del asunto: la sensibilidad habrá cambiado, y verán que resulta muy moral andar en braguitas y brassiers por las calles, con los genitales siempre cubiertos, y así se convertirán en las principales o únicas consumistas de la lencería de Victoria’s Secret —lo cual ya hoy son sin admitirlo. ¡Y probablemente digan que eso está escrito en la Biblia! Tal vez sólo entonces será que, para justificar bíblicamente la nueva moda de “un paso atrás de las mujeres mundanas”, por fin echen mano a la cita del versículo del Génesis en que Eva y Adán cubren su absoluta desnudez genital con unas hojas de alta costura vegetal (Gn. III:7).

Bien mirado, todo en cuestión de modas es ridículo. Pero la actitud de la moral religiosa frente a las modas es aun más ridícula. Cualquier teoría antropogénica —ya sea evolutiva o creacionista— ha de admitir que el ser humano, no hace muchos milenios, andaba completamente desnudo y ello era completamente correcto. Lo cierto es que el modo de vestir, cubierto o descubierto el cuerpo femenino, no tiene nada de divino, y sí mucho de dinámica histórica: nada menos que la dinámica de las casas de modas, las cuales, en rigor, debieran ser consideradas por las religiosas como el demonio mismo hecho no carne sino tejido.