La ciencia genética ha demostrado que toda la raza humana proviene de África, y de ahí se dispersó hacia los más disímiles climas y contextos geográficos, mutando sus características físicas para adaptarse a estos. La raza humana es una sola, y no hay elementos de peso que puedan dividirla en «razas». No existen genes que determinen la «raza»: el concepto de «raza» ha quedado obsoleto para la ciencia. En su lugar puede usarse el término «etnia».
Lo que hasta hace poco era llamado «raza» —en un sentido de características estructurales y funcionales profundas que sub-agrupaba a los seres humanos, y que incluso los «jerarquizaba» en razas «mejores» y razas «peores»— ha pasado a ser un concepto de pseudociencia, un prejuicio antiguo que falsamente se basaba en características externas del ser humano que no son sino adaptaciones climáticas y geográficas que el cuerpo asume —color de la piel, tipo de pelo, forma y color de los ojos, tipo de cráneo y nariz—, pero dentro de una sola raza humana.
Los términos «raza negra» (negroide), «raza blanca» (caucásica) y «raza amarilla» (mongoloide), pueden considerarse extintos dentro de los estudios científicos. Hace décadas que la UNESCO había declarado abolidas las «razas», mucho antes de que los estudios del genoma lo demostraran científicamente. Pero ahora los estudios genéticos pusieron el concepto de «raza» definitivamente fuera de circulación.
CAUSAS DE LAS DIFERENCIAS FÍSICAS
Las diferencias físicas entre seres humanos, que hasta ayer fueron llamadas «razas», son una muestra evidente de la versatilidad y adaptabilidad de nuestra especie en su evolución. No son una maldición, sino una bendición, un ejemplo de la inteligencia evolutiva del homo sapiens, y en última instancia, una manifestación de la característica más extendida del planeta Tierra: la diversidad. Como dicen los científicos, la diversidad es síntoma de la salud del planeta, y donde falta diversidad, la vida corre el riesgo de extinguirse.
No hace mucho la Iglesia creyó haber encontrado en la Biblia la justificación teológica del racismo, y de ello se derivaba que las razas más oscuras —en realidad, todas menos la blanca— eran inferiores a la blanca, y debían servirla. Lo mismo ocurría dentro del mundo árabe hasta época bastante reciente —como puede leerse en Las mil y una noches. Las supuestas diferencias raciales entre seres humanos no han servido sino para justificar la esclavitud, la guerra, el fratricidio, la colonización, el imperialismo, el «destino manifiesto», el genocidio, y horrores extremos como el fascismo. Por fortuna, los más modernos estudios científicos han desmentido todo esto. La genética demuestra que el ser humano pasó de África a Europa, luego a Asia, Oceanía y América.
Reiteramos que no existen genes que determinen las antiguamente llamadas «razas»: son características puramente externas. Las partes del cuerpo humano más expuestas al sol y a la intemperie en general, es decir, la piel, el pelo y los ojos, poseen células llamadas melanocitos, cuya función es precisamente protegerlas de estas exposiciones. Para cumplir su objetivos, los melanocitos generan un pigmento llamado melanina que varía en dependencia de cuan expuesto esté el ser humano al sol. Las variaciones de concentración de la melanina tardan mucho tiempo en marcar una diferencia significativa entre un individuo de una latitud y otro de otra; pero el cuerpo, al adaptarse, asumirá características físicas específicas. Por ejemplo, a mayor concentración de melanina como adaptación a la abundancia de sol, el cabello y la piel se vuelven oscuros; a menor concentración de melanina por poca exposición al sol el cabello y la piel se vuelven claros. Por supuesto, hay múltiples combinaciones intermedias, y también puede haber ausencia de melanina, lo cual produce el albinismo (del latín albus, que significa ‘blanco’). El albinismo también se da mucho en el reino animal, así como el melanismo, que no es ausencia sino exceso de melanina en la piel. Por ejemplo, tanto las panteras negras como las blancas resultan de la variación extrema de la melanina en varias especies de felinos: las panteras negras son felinos con melanismo, y las panteras blancas son felinos con albinismo.
Siguiendo con la explicación para el ser humano, las diferencias en la forma de la nariz —más achatada, más afilada, más respingona o más aguileña, de fosas más o menos grandes, etc.— responden a la adaptación en dependencia de la concentración de oxígeno en la atmósfera, y de la temperatura y la humedad, lo cual no sólo está determinado por la latitud, sino además por la altitud en la que se habite. En las zonas ecuatoriales o intertropicales las narices suelen ser de un tipo diferente a las de las zonas nórdicas o polares. Lo mismo ocurre con los tipos de cabello: es un enorme prejuicio racista creer que el pelo lacio es mejor que el pelo crespo.
Las diferencias en la forma de los ojos —achinados, redondeados, almendrados— se deben también a adaptaciones climáticas de la más diversa índole. Y asimismo las diferencias en la forma del cráneo: más redondeado o más alargado —características que hace no mucho fueron usadas por falsas ciencias, tales como la Craneometría, la Frenología, la Fisiognomía y la Eugenesia, para catalogar y discriminar a los seres humanos según la forma de sus cráneos y de sus rostros—, se deben también a adaptaciones contextuales.
Finalmente hay que decir que, debido a los procesos de colonización a escala intercontinental durante los últimos siglos, todas estas características antropométricas están bastante mezcladas en cualquier lugar del planeta, especialmente en ciertas regiones.
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